¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

domingo, 20 de marzo de 2011

Capitulo 5 Amanecer! (Final capitulo)

Bueno, sigamos con la aventura!!! la historia continua :D




A la mañana siguiente no logré encontrar a mis amigos por ninguna parte hasta que un mensaje de preocupación see extendió por todo el reino. Las noticias eran claras. Debíamos ir a la guerra. Los gobernadores unidos tras la traición de su rey habían frenado el avance del ejército invasor ayudados por el frío de las tierras superiores y una frenética lucha. Necesitaban de nuestra ayuda y cuanto más se demorara la situación más terreno se debería reconquistar. Estábamos en desventaja numérica, si bien, nuestra confianza todavía no se había visto socavada.
Uno de los problemas con los que el ejército enemigo debería lidiar iba a ser el mantener bajo su mandato el territorio conquistado. Cuando un invasor invade por la fuerza un territorio es muy común que el pueblo se agazape temeroso de sufrir torturas o incluso genocidios terribles, sin embargo con el paso de los días las rebeliones se hacen fuertes y se consolidan, y con líderes bien organizados generalmente se lanzan a la lucha por recuperar lo que les corresponde. De momento era muy probable que tales acciones no hubieran comenzado, pero si los rebeldes escuchaban algo de nuestra ofensiva, quizá se decidieran a desestabilizar al enemigo desde dentro y desde la retaguardia. Ese era un arma muy poderosa con la que nosotros contábamos.
¡Divide y vencerás!
Si nuestro rival debía dividir su ejército para garantizar la paz y el control del territorio controlado, era muy posible que la balanza se equilibrara aunque quedara desde luego, un gran trabajo por hacer para recuperar lo que un día fue nuestro. Las horas del día pasaron y pronto llegó la hora de comer. Los nervios lo invadieron absolutamente todo y mi estomago pareció cerrarse evitándome así lograr comer en condiciones. Necesitaba hablar con mis amigos para hallar un poco de paz mental. Necesitaba noticias frescas de Sophie, aunque fuera una anécdota, algo, lo que fuera.
Cualquier cosa por ridícula que fuera podía lograr que mi imagen de ella recobrara fuerza en mi mente. Me encaminé sin dilación hacia lo que se suponía era el salón donde convivían los recién llegados y allí los encontré.
Después de dos días su aspecto era mucho mejor. Aseados, curados y alimentados desprendían energía y vitalidad. Cuando me vieron sus rostros se iluminaron con una sonrisa y decidimos apartarnos para beber unas cervezas y conversar un poco de todo.
Lo primero que hicimos fue ponernos al día. Les relaté con lujo de detalles mis peripecias en el frente y como habíamos tenido que huir como animales de nuestro enemigo.
La verdad es que revivir todo aquello no me sentó muy bien aunque cuando terminé y comprobé sus rostros de entendimiento, me sentí algo más relajado. Ellos eran caballeros y yo un mero soldado raso con armas bonitas, lo que me llevo a darme cuenta de que me sentía un poco en inferioridad delante suyo.
Ellos hubieran vivido la guerra de otra manera en lo que al frente se refiere, a caballo y bien rodeados, la muerte no les hubiera rodeado hasta el punto de verse casi absorbidos por ella. Por otro lado el resultado hubiera sido el mismo, puesto que caballeros y soldados nos unimos para intentar salvar la vida en aquella huída estrepitosa. Quería recuperar mi rango, aunque estaba claro que en aquellos momentos era algo imposible. Les conté mis preocupaciones a mis dos atentos amigos y ambos se mostraron de acuerdo en que mi rango de caballero debería serme devuelto, aunque sólo fuese por justicia.
La justicia es algo siempre muy delicado y relativo.
Con el paso de los años y desde una perspectiva menos marcada por la guerra pude aprender que la justicia es algo que existe a medias. Las cosas nunca son sólo blancas o sólo negras, y desde luego siempre existen morales, puntos de vista y situaciones, que condicionan tanto la actuación como el juicio del hombre. Muchas situaciones empañan a veces ciertos valores que jamás deberían perderse.
El hombre suele ser una especia racional, sin embargo generalmente, la vida adultera la más pura de las morales hasta convertirla en el producto de algo que si bien puede ser bueno, otras muchas suele ser malo.
La vida es algo irregular. Lo que una vez está arriba puede caer muy rápido, como me pasó a mi con mi titulo de caballero, aunque sería una tontería rendirse sin pelear por volver a trepar esa montaña. La vida es una sería de retos y de etapas cumplidas y yo tenía muy claro que lograría mis objetivos o moriría en el intento.
Cuando terminó mi historia decidí romper ese silencio incomodo que se había generado con el ofrecimiento de más bebida a mis amigos. Por supuesto, el gesto fue aceptado, y afortunadamente pude levantarme librándome de aquellas miradas de compasión que me brindaban a modo de apoyo, y que lejos de ayudarme me hundían un poco más.
Ya con la nueva y fresca cerveza en la mano, ambos me contaron absolutamente todo lo que les había pasado. Cuando terminaron la cara de sorpresa y la mirada de tristeza fueron dos rasgos imborrables de mi rostro. Su historia no tenía mucho que envidiar a la mía y lo que era peor es que era mucho más reciente.
Mientras nosotros perdimos la batalla en el frente, el ejército avanzó por el valle camino a donde nosotros los vimos apostados. Sin embargo, aquella cantidad de soldados que nos impresionó tanto no era más que la mitad del ejército enemigo, ya que por lo visto la otra mitad cargaba por el sur este en dirección al reino de Grey. Entre suspiros de agobio y rostros contraídos por el dolor de lo acaecido, el general me relató como la batalla había sido una masacre y como el reino había caído sin mucha resistencia.
Por lo visto se rindieron de forma muy rápida, ya que Grey se arrodilló enseguida ante su invasor. “Nosotros luchamos de forma valiente y hasta el final- explicaba el general- pero ante la orden de rendición depusimos las armas.” La parte más cruda de la historia se inició a continuación. Por lo visto Grey no sólo se había rendido sin condiciones, sino que con el paso de tres días anunció la alianza con un gobernador joven, del reino de Dereck entregando a su hija Sophie en matrimonio.
Las intenciones eran claras. Grey había visto el declive de su rey y antes de ver su parcela de poder devastada había preferido entregar a su hija en matrimonio y confirmar su soberanía. Traidor. El odio me invadió como si de un veneno se tratase y mi mano apretó la jarra con tanta fuerza que mis nudillos, blancos por el esfuerzo, parecían a punto de desgarrarse. Sophie iba a casarse por culpa del cobarde de su padre. La esperanza estaba perdida. Yo ya no podía hacer nada, nunca recuperaría a mi amada. La conversación se estancó ligeramente hasta que Boby recuperó el hilo del general.
“Nosotros no somos traidores por mucho que nuestro rey nos haya abandonado en el peor momento. Juntamos provisiones e hicimos correr la noticia de que nos íbamos a unir a Yesir. Muchos de nosotros estábamos heridos pero no importó. Y bueno, no hay mucho más que contar. Hemos venido a luchar, la esperanza es algo que no podemos perder. Seguimos vivos y eso es lo que cuenta, nos uniremos a los gobernadores que aun siguen resistiendo y arrasaremos a Dereck.” Lo dijo todo a modo de discurso, de forma rápida y concisa y cuando terminó levantó su jarra y la brindo en silencio junto a la mía. Los demás hicimos lo propio y brindamos en silencio por una causa misteriosa.
Tras unos minutos de silencio nos despedimos hasta el día siguiente y yo me dirigí en silencio hacia mis aposentos. La noticia me había devastado sin piedad y mi cerebro se convirtió en el mismísimo infierno.
La noche fue muy movida. La comodidad se alejó de mi cama durante horas y yo no hacía otra cosa que moverme de un lado a otro como si algo me removiera constantemente el espíritu. El sol brilló puntual en el cielo y me despertó sin miramientos cuando por fin estaba dormido profundamente.
Menuda nochecita, pensé. Lejos de levantarme animado y con energía, mis músculos pesaban como fardos de rocas, y mi cabeza estaba embotada de tanto darle vueltas a lo mismo durante la noche.
El desayuno me entonó ligeramente, aunque desde luego aquella mañana me hubiera saltado el entrenamiento muy gustosamente.
Por suerte para mí aquel no fue un día duro. Los hombres capaces llegados de todas partes del reino de Troy se unieron al entrenamiento, y el recuerdo de los días felices de lucha con Boby y el general me transportó a días mucho más felices.
“General” grité para hacerme ver. Ambos se volvieron hacia mí y me sonrieron. Luchábamos relativamente cerca y pude comprobar como su destreza seguía siendo impecable.
Lecnad había desaparecido de mi día a día por lo que intuí que el ejercito se estaba preparando. Los emisarios de los gobernadores que todavía resistían prometieron soportar en sus puestos un mes, fecha en la que de no recibir ayuda de Yesir deberían abandonar esas tierras. Por lo visto, según pude comprender, los gobernadores se habían hecho fuertes en un gran bastión, y allí iban a aguantar durante un mes, tiempo en el que sin provisiones deberían recular sin remedio. Cuando me enteré de tal noticia me quedé francamente decepcionado. ¿Cómo diantre iba a soportar a mi cabeza durante un mes?
Por la tarde no acudí al entrenamiento y decidí tumbarme en la cama después de comer con el fin de acallar mi conciencia. Odiaba a Grey con todas mis fuerzas. Rápidamente y a modo de autodefensa volqué toda mi furia y mi odio en su persona. Quería matarlo, quería hacerle sufrir tanto, como el me había hecho sufrir a mi. Por su culpa me había separado de Sophie y mi vida había pasado de ser maravillosa a ser espeluznante en cuestión de horas.
La gente acomodada en el poder no empatiza jamás con la gente de a pie. Nunca podré comprender como el poder puede generar una barrera tan grande entre lo que una persona es y lo que un día fue.
Es como si el poder sepultara los sentimientos y el corazón de las personas bajo miles de capas de responsabilidad, orgullo y abuso. Me recosté y mi mente voló muy lejos de aquella habitación. Traté imperativamente de poner orden en el desorden de mis sentimientos.
Actualmente tenía tres preocupaciones principales. Pensar en las cosas y ordenarlas de forma a hallar soluciones es necesario a la hora de buscar algo de paz mental. Mi primer problema era la guerra. Mi rey había huido como una rata dejando al reino en manos del azar y la sumisión. La guerra era ya algo inminente y lejos de poder apaciguarse con palabras vacías, las armas deberían tintarse de rojo para lograr recuperar lo que un día fue del rey Troy.
La batalla estaba fraguándose, los gobernadores habían dado un mes de margen para prepararse y eso me dejaba con menos de 27 días para seguir atormentándome.
Otro de los puntos que me agitaba el sueño era lo que le estuviera pasando a Sophie. Estaba claro que por muchos días que hubiese pasado, y a pesar de todo lo que había sufrido, mi corazón seguía dependiendo de esa magnética sonrisa y de esos ojos que tanto me transmitían. ¿Cómo podía saber si Sophie estaba prometida por obligación?¿Cómo saber si ella seguía sintiendo algo por mí ,o por el contrario, si se había enamorado de aquel hijo del gobernador enemigo?
Miles de preguntas me destrozaban el estómago con intensos nervios dejándome muy pocas escapatorias a la locura.
Por último, mi preocupación se extendía hacia como afrontar la guerra, lo que me iba a ver obligado a hacer y las posibles estrategias que me pudieran permitir, por lo menos, volver a ver a Sophie antes de morir.
No me importaba perder la vida en la batalla, aunque desde luego no consideraba que había vivido una vida plena. Volver a ver a Sophie me daría muchas fuerzas para afrontar todo lo que se me venía encima, pero eso era imposible.
Aquella tarde pasó de forma muy lenta y sin tan siquiera cenar me fui a la taberna. Bebí como hacía tiempo que no bebía y fue como si me transportara a la época en la que traté de evitar a Sophie.
Por aquellos días aprendí una valiosa lección, aunque la verdad es que mi presente era tan desolador que decidí cobardemente.
El alcohol tiene muchas propiedades que yo catalogaría de buenas. Por un lado es importante saber que se puede pasar de la apatía a la euforia en cuestión de media hora. Olvidar es posible, y el alcohol es necesario en ese proceso.
Boby seguía fiel a sus antiguas costumbres y cuando crucé la puerta enseguida lo vi bebiendo en un rincón. Me senté con él aunque ninguno de los dos tenía muchas ganas de hablar. Con el paso de las horas y conforme el alcohol iba haciéndose dueño de nuestras reacciones, nuestros cerebros generaron una conversación superficial y sin mucho sentido que por lo menos nos hacía sonreír.
Pasé una semana con esa aplastante rutina, que me permitió entrenar intensamente durante el día con el resto de la guardia; para luego poder descansar toda la tarde en la taberna llegando a casa casi siempre en estados muy cercanos a la inconsciencia. Esto al menos me permitía caer rendido en mi cama y dormir de un tirón durante toda la noche.
A la semana, el general le dijo a Boby que quería hablar conmigo, por lo que me vestí con mi armadura, enfundé mis armas y me dirigí a donde se suponía estaría entrenando. En efecto, tan metódico como siempre y tan puntual como el mismismo sol, allí estaba. Finta va, finta viene, alternadas con estocadas complicadas hacían de su entrenamiento algo digno de ver. Me acerqué enérgicamente y lo saludé de un gesto de cabeza.
-¿Me quería ver, general?
-Si, así es. Y por favor, no me llames general, aquí soy uno más, como tú, un caballero sin rango valido. Llámame Arturo.- Palabras tras lo que se sobrevino un pequeño silencio que yo aproveché para pensar sobre sus palabras.
Era completamente cierto que Arturo ya no era general de nada, aunque para mí siempre lo sería. Me había enseñado prácticamente todo lo que sabía y estaba seguro de que todavía tenía mucho que aprender de él. Su porte, su saber estar y sus exquisitas estocadas eran algo digno de aprender. Tras esos segundos de reflexión, mi respuesta fue contundente.
-Usted siempre será mi general, al igual que el de bobby y el resto de hombres que entrenó. Ha sido nuestro maestro y eso ni siquiera la traición o la guerra pueden hacerlo cambiar, general.
La sonrisa se ensanchó en los labios de Arturo y su brazo golpeó amigablemente mi hombre en gesto de cariño. Es curioso como la adversidad o las malas noticias son capaces de unir lo que la mismísima vida jamás ha logrado entrelazar. Situaciones limite, y momentos de verdadera turbación y crisis son los culpables de la exaltación de muchos sentimientos, siendo así el origen de muchas y verdaderas amistades.
-Bueno, quería hablarte acerca de tus nuevas…rutinas…Boby es como es y lo lleva bien, pero ¿tú? Tu mente es diferente Will, si sigues bebiendo así lo único que lograrás será destruirte. Debes frenar. Sé que lo estás pasando mal y que la guerra es algo que a todos nos asusta, pero debes ser fuerte y lo más importante, debes ser consecuente.
Lo miré fijamente y aunque supe que tenía toda la razón no dije ni una sola palabra. Llevaba ya bastantes días siguiendo esa rutina y aunque sabía de sobra que era la opción más fácil y cobarde, esa era mi elección.
Esperaba que con esa pequeña reprimenda en forma de consejo, la conversación se diera por zanjada, pero para mi desgracia no fue así.
-William, -prosiguió- Sophie también lo debe de estar pasando mal. Estoy seguro de que se acuerda de ti, pero vivimos tiempos difíciles. La guerra llama a las puertas de todas y cada una de las casas de este reino y debemos responder a esa llamada. Debemos mantener la mente despierta y el ingenio alerta si queremos sobrevivir a esta prueba que nos pone la vida.-dijo haciendo una pausa para que calaran sus palabras-
Hagamos un trato.-siguió- Hablaré con Lecnad y le pediré que me deje formar un grupo de caballeros bajo mi mando, le rogaré te nombre caballero y si todo sale bien, después de la guerra te ayudaré para que puedas ver a Sophie. Debemos ser una piña ahora más que nunca Will.
Eran palabras muy pesados y de mucha responsabilidad las que Arturo había dicho pero por su mirada sería supe que eran verdad. Despacio asentí con gesto solemne y empecé a saborear la idea de encauzar de nuevo mi vida como caballero. Decidí sepultar a Sophie detrás de mi pensamiento bélico y por supuesto decidí volver a ordenar mi vida para tratar de salir de ese bache de alcohol y autocompasión en el que me había visto inmerso. Me despedí de Arturo con un buen apretón de manos, no sin antes agradecerle todo lo que estaba dispuesto a hacer por mí, y me alejé con intención de entrenar el tiro con arco.
En aquel momento no supe bien por qué, pero desde luego mi ánimo se había recuperado de los latigazos a los que lo había sometido los últimos días, y mi mente pareció por fin concentrarse completamente en lo que hacía.
Tal y como prometió Arturo a la mañana siguiente me vino a buscar y ambos fuimos juntos a hablar con Lecnad.
Mi general fue recibido después de esperar al menos una hora y la cara de mi antiguo jefe era un autentico poema. Por su aspecto parecía llevar por lo menos un día sin dormir. Su barba estaba descuidada cosa que sólo recordaba haber visto durante nuestra huída y en la mesa se apreciaban restos de una cena fría a mitad comida.
La organización de la guerra era algo que no debía tomarse a la ligera. Los generales como Lecnad recibían muchas responsabilidades de Yesir. Convocar un ejército tan numeroso no era tarea fácil  y la coordinación tenía que ser excepcional. Quedaban apenas quince días para ir a la guerra lo que implicaba partir de aquí al menos con una semana de antelación para garantizar nuestra llegada a tiempo. Eso dejaba un margen de menos de 8 días para que todo el ejército se reuniera en la capital. Según las previsiones medio reino andaba ya en movimiento lo que implicaba que en cosa de días deberíamos ver aparecer a miles de hombres por la entrada a la ciudad. El reino estaba en peligro y la guerra estaba ya escrita en el cielo.
Con un gesto de la mano nos indicó que nos acercáramos y por supuesto eso hicimos.
Arturo comenzó a hablar y le contó, tanto mi trayectoria como guerrero, como mi fatal desenlace con el gobernador Grey culpable de mi pérdida de rango. Lecnad desconocía esa historia pero pronto ató cabos y entendió por qué mis armas eran de tan buena calidad.
Me miró con ojos comprensivos e incluso pude ver una ligera dosis de pena en su mirada. Odiaba que la gente se compadeciera de mí, eso era algo que sólo podía hacer yo. El general viró su historia hacia él y le contó su vida de forma resumida haciendo especial hincapié en sus dotes de mando y sus aptitudes militares. Lecnad nos miró a los dos de forma sería y dijo:
-Arturo deteneos por favor. Yo he luchado, huido y sufrido con William más de lo puedas imaginarte. Después de lo que me has contado no puedo evitar sentir pena por lo mucho que ya había sufrido mi compañero antes de iniciar nuestra gran aventura, que desgraciadamente tampoco fue fácil. Desde el principio intuí que no era un mero soldado y ahora que me lo confirmas sólo puedo aceptar los hechos. Sé que Will quiere recuperar su cargo y después de tanta mala fortuna por fin parece que tiene algo de suerte. La guerra es un momento muy delicado para los ejércitos. Muchos hombres van a perder la vida y muchos huecos quedarán vacantes tras está. Estoy conforme William Humpton. Serás de nuevo nombrado caballero. Tómalo como un trato de favor por todo lo que hemos sufrido.-añadió mientras me miraba muy serio- Pero serás un caballero de Yesir, y no de Troy, ¿queda claro?- me preguntó con fuerza.
Yo, perplejo asentí con la boca completamente seca y la capacidad de habla totalmente bloqueada por la emoción. Iba a ser caballero, mi vida volvía a tener un sentido.
-En cuanto a tu petición general- prosiguió- debo decirte que ya existen numerosos generales en el reino de Yesir y que no puedo concederte tal cargo de poder. Sin embargo os doy una oportunidad, a los tres. El otro chico, William y tú luchareis junto a mí, con mi ejercito personal, y como ya dije antes, quien sabe lo que el mañana nos deparará a todos nosotros.
Tras esa respuesta, y después de despedirnos de Lecnad, salimos de la sala donde nos había recibido y nos dirigimos a la taberna. Eso había que celebrarlo. Allí para no variar estaba Boby que sorprendido al principio de vernos allí se sumó a la celebración contento de luchar mano a mano con nosotros en la guerra.
A la mañana siguiente fui convocado por Lecnad a media mañana justo antes de iniciar cualquier tipo de entrenamiento. Reclamaba mi presencia en su despacho para hacer oficial mi nombramiento. Cuando acudí me encontré un pequeño comité en torno a Lecnad que iban a hacer de testigos. La espada se posó en mis hombres alternativamente y con el juramente ya pronunciado me levanté como caballero de Yesir abandonando mi antigua vida de soldado raso. Mi sonrisa era la principal muestra del orgullo que sentía. Una energía completamente nueva y pura recorría mi cuerpo antes marchito, lo que reactivó mi espíritu y me llevo a pensar en mi futuro. Hasta ese momento el mañana se avecinaba oscuro y triste; y ahora; aunque la mejora había sido mínima, por algo se empezaba.
Necesitaba una armadura acorde a mi nuevo rango y la verdad es que no disponía de dinero. El general me lo prestó y pude comprarme una armadura nueva. Elegí un modelo muy parecido al que un día tuve. Los tonos violáceos se encadenaban con el negro del cuero y la cota de malla tintada era una verdadera maravilla. Mi aspecto pasó de la mediocridad a la verdadera pulcritud. Estaba conforme con mi aspecto y seguro que mis enemigos recordarían el brillo violeta de mis movimientos.
Volví a mi habitación con intención de cambiarme y de guardar mi nuevo juguete como si de un tesoro se tratase. Me volví a poner  mi vieja armadura castigada por el tiempo y las adversidades y me dispuse a bajar a entrenar un poco.
Visto desde fuera, cualquiera diría que tanto yo como el resto de soldados comprometidos con la causa estábamos obsesionados con entrenar. No era falso del todo. Acostumbrado a mi rutina pasada, mi vida giraba alrededor de la lucha de una forma que nadie que no haya experimentado algo semejante puede comprender. Me gustaba llevar una rutina bien disciplinada y la lucha y el entrenamiento me permitían hacerlo. Entrenaba demasiado, eso estaba claro, e incluso quizá demasiado frecuentemente, pero que iba a hacer. Estábamos en guerra y era muy probable que mi vida corriera un tremendo peligro. Necesitaba que mi físico fuera impecable. Resistencia y fuerza debían unirse en perfecta armonía para tener al menos alguna esperanza de sobrevivir.
La siguiente semana pasó a un ritmo vertiginoso. Fue impresionante ver la cantidad de soldados de todos los rincones del reino que se iban conglomerando en una especia de campamento improvisado fuera de los muros de la ciudad. Había miles de hombres, decenas de miles. La esperanza se encendió en el corazón de todos al ver tal fuerza bélica, aunque desde luego la prudencia debía de predominar sobre todo lo demás, puesto que nuestro enemigo era muy poderoso.
Ya sólo quedaba un día para partir hacia la región llamada Badûr donde los otros gobernadores se habían fortificado frenando el avance enemigo.
Durante aquellos mismos instantes, pensé, los generales aliados estarían todos reunidos con Yesir para decidir la estrategia. Sólo deseaba una cosa. Salir victorioso y vivo de la contienda, aunque desde luego tenía muy presente la posibilidad de morir.
Aquella noche nos despedimos de la taberna con mucho alcohol. Íbamos a la guerra y eso había que por lo menos tratar de olvidarlo. Mi noche decidí que no se alargara demasiado, por lo que en cuanto noté que mi cabeza comenzaba a desprenderse del resto de mi cuerpo me despedí y me fui a dormir. La hora marcada era el medio día. A esas horas las armas y los caballos serían nuestros más fieles amigos y con decisión deberíamos partir al frente. Se avecinaban días duros. Días de sangre; de sufrimiento y de dolor.
Días negros con cielos grises plagados de cuervos hambrientos. Cuervos listos para devorar el enorme rastro de muerte que la guerra iba a dejar a su paso. Dormir era mi única escapatoria y ya sea por que era mi última noche a corto plazo en una cama o por el alcohol, mis pestañas se rindieron a su propio peso y mi cerebro desconectó el modo lamento, tan activo durante los últimos meses de mi vida.

jueves, 10 de marzo de 2011

Capitulo 5: Amanecer (parte1)

Bueno, tras un parón en el que he seguido con la historia más que con la publicación por aquí, os dejo la primera parte del capitulo 5. Supongo por su extensión que tendrá mínimo dos partes más. Lo mismo de siempre, si os animaís a leerlo, no dudeis en destriparlo :D



AMANECER

Con los años he llegado a darme cuenta, y a asumir, que la noche es siempre más triste que el día. Lo que por la noche muchas veces agobia y angustia tiende a verse con ojos más optimistas con la ayuda del sol.
Estuvimos en aquel humilde pueblo cosa de dos días, y luego partimos cargados con provisiones para dos días y caballos frescos, en dirección al corazón del reino donde Yesir y el hogar de Lecnad nos esperaban.
El viaje transcurrió sin ningún tipo de problema. Comimos caliente y los caballos nos brindaron una comodidad añorada. Al llegar a la capital me quedé maravillado por su tamaño y por la cantidad de gente de los alrededores.
Soldados se entrenaban en bonitos campos de entrenamientos , las murallas de roca eran sumamente altas dando un aspecto de bastión inexpugnable a la ciudad y los comercios se extendían por todas partes tratando de ganar el máximo dinero posible. Estaba claro. La capital del reino era prospera y el reino de Grey en comparación era un juguete a manos de un gigante.
A nuestra llegada fuimos recibidos por el rey Yesir que abrazó a Lecnad como si de un hijo se tratase. Nos señaló en dirección a unos edificios y supe al instante que íbamos a alojarnos allí. Era un edificio de clase media pero las camas eran confortantes y teníamos baños individuales, lo que desde luego era un lujo. Aproximadamente pasamos tres días completamente atrincherados en nuestras habitaciones. Fueron días tranquilos. De recuperación. Días en los que cada uno meditaba y discurría sobre la mejor forma de volver a poner un poco de orden y cordura en su vida. Era momento de elegir un camino para poder afrontar el futuro. Un futuro incierto se miré por donde se mire.
Lecnad estaba separado de nosotros. Su rango era más elevado y era lógico que durmiera en una habitación con más lujos. En aquellos momentos pensaba en Sophie, pero sobre todo pensaba en la manera de salir a flota. Necesitaba recuperar fuerzas, autoestima y lo más importante, confianza en mi mismo. La vida se había convertido en una carrera por sobrevivir y ahora debería recuperar las costumbres perdidas.
Cuando Lecnad vino con las noticias todos lo escuchamos atentamente.
“amigos, la cosa está así.-comenzó un tanto triste- el ejército de nuestro enemigo Derek sigue negociando y por tanto parado en el valle donde lo vimos. El mensaje del reino de Troy es inquietante puesto que la edad ya nubla su buen juicio y existen rumores de rebelión entre sus súbditos.
Por nuestro lado nosotros ya hemos iniciado los preparativos de guerra. Las espadas se afilan y la gente se prepara para lo peor. Ahora debemos descansar y pronto en función de lo que derek y troy lleven a cabo, deberemos mover ficha. No voy a obligaros amigos míos a luchar, sois libres de marcharos a vuestras casa pero quiero que sepáis que ha sido todo un honor luchar a vuestro lado y que seguirá siéndolo en caso de que decidáis quedaros conmigo.”
El tiempo pareció detenerse durante las siguientes dos semanas. Todos los soldados que habían huido con Lecnad decidieron volver al hogar para reagruparse. Todos menos yo. Fue algo comprensible. Los demás soldados tendrían familia, tendrían amigos, esposas, hijos, y sin embargo yo no tenía absolutamente nada. Mi vida era un pozo negro de azar e incertidumbre. Al principio pensé en volver a casa, desde luego pero no había forma de aclararme. La verdad es que fue una dura decisión, pero al final la respuesta se manifestó clara y concisa en mi subconsciente. No tenía nada fuera del ejército y a menos que lograra algún galardón en batalla, el volver a por Sophie era completamente inviable.
Lecnad me acogió sin problemas, y en cuanto le hice saber mi decisión me acogió en su grupo de entrenamiento personal. Mis dotes en batalla estaban un poco oxidadas pero desde luego eran buenas y todos lo vieron al momento. Mandobles y defensas precisas con las armas dejaron boquiabierto a muchos de los allí presentes. La danza parecía fácil aunque la intensidad de los golpes hubiera sido difícil de imitar para muchos. Lecnad intentó mantenerme informado acerca de las nuevas que los mensajeros traían del reino. Durante la primera semana la desinformación fue la tónica que marcó cada una de las mañanas. Cada día que pasaba era claramente más duro que el anterior y mi preocupación por Sophie e incluso por mi pobre padre empezaba a ser realmente agobiante.
Me sentí muy culpable cuando me descubrí recordando a mi querido padre. Increíble como el miedo, y el tener únicamente la preocupación de sobrevivir había sepultado muchos sentimientos de mi día a día. Durante días el no rendirme a la muerte había sido lo único que me mantuvo cuerdo, y claro, en esas circunstancias, mi padre no ocupaba mis pensamientos. Ahora, relajado y envuelto en una rutina de comida abundante, confort y entrenamientos junto a Lecnad, mi padre y Sophie eran dos de mis principales preocupaciones, aunque claramente sabía que dos manos por muy entrenadas que estuvieran, no podían hacer nada ante lo que se avecinaba en el reino.
Tras dos semanas de incertidumbre un mensajero irrumpió en el castillo con la fatal noticia. Troy había caído. Fue un mazazo importante. Según pude entender de la explicación que se dio, lo que realmente había pasado es que Troy, viejo y cansado había huido con su familia dejando el reino en manos de los gobernadores. Estos se habían unido a duras penas logrando frenar el avance rival tras tener que renunciar a la mitad del territorio. Había sido una pérdida brutal, pero por lo menos todavía se podía hablar de esperanza.
Yesir se mostró consternado e inmediatamente dio la orden de mandar emisarios para que la gente que todavía quisiera luchar se desplazara hacia nuestra posición. En aquel momento no pude entender como un soberano, una persona educada y forjada en la guerra, la responsabilidad y el honor podía quebrarse con tanta facilidad, ante una situación adversa. Como era posible que el egoísmo sepultara valores tan importantes como el deber o el poder y dejará que el miedo se mezclará y se extendiera por las mentes de todo el reino. Lo odié. Lo odié mucho. Por su culpa la guerra parecía perdida, mi padre puede que hubiese muerte y Sophie… mejor no quise pensar en Sophie. La mitad del reino había caído a manos de Dereck aunque desconocía si la mitad que había caído incluía el territorio del gobernador Grey o no, lo que incluso me impedía dormir bien por las noches. Era horrible.
Pasamos tres días de silencios incómodos y de entrenamientos intensivos con la intención de prepararnos para la guerra. Durante el cuarto día a la hora de comer, una autentica sorpresa me sacudió, allí en la plaza, a pocos metros de mí desfilaban una incontable cantidad de gente provenientes de los territorios invadidos. La cantidad de gente era enorme, aunque la mayor sorpresa me la llevé cuando vi que  entre ellos se encontraban dos de las personas que jamás pensé que volvería a ver. Allí, a duras penas armados, con vendas en torso y piernas estaban Boby, mi borracho amigo y compañero de entrenamiento, cuatro compañeros más de mi época de caballero y como no, mi buen general. No tenían muy buen aspecto, se tambaleaban y parecían francamente débiles. Nos abrazamos con fuerzas y las esperanzas se dibujaron en nuestros rostros como hacia mucho que no pasaba. El momento fue interrumpido sin piedad por la guardia, que rápidamente presos de la desconfianza se abalanzaron sobre los recién llegados y los llevaron hacia la plaza, donde intuí serían interrogados uno a uno.
La confianza es algo que se gana. En los primeros momentos de mi juventud me empeñé, a pesar de que algunas veces fracasé estrepitosamente, en brindar mi confianza sin exigir mucho a cambio, sin embargo, con los años, los disgustos fortalecen el carácter, y lo que al principio dabas sin muchos miramientos, se convierte en un tesoro que guardas con mucho recelo. En aquellos momentos de guerra era imprescindible que no se colaran posibles espías en el reino de Yesir, ya que nuestro siguiente movimiento debería ser contundente y una filtración podría llevarnos a fracasar brutalmente.
Aquella mañana entrené con mucha desgana y en cuanto se me presentó la oportunidad me fui directo a la taberna con la intención de ahogar mis preocupaciones en alcohol. Me relajaba. Mi yo alcoholizado no me agradaba nada, pero en aquel momento me gustaba más que mi yo depresivo.
Pensé mucho en los posibles problemas que Sophie hubiera podido sufrir, y me sentí un verdadero estúpido por seguir pensando en aquella mujer como en algo mío. Había pasado ya bastante tiempo, no habíamos hablado nada y no podía esperar que ella me esperara para siempre. La distancia quema el amor y lo que un día fue un fuego en llamas podía apagarse no dejando nada que pudiera salvarse. Esa era una de las preocupaciones más importantes de mi día actual. Mi padre, por otro lado, sabría cuidar de sí mismo y poco a poco me olvidé de él. Una preocupación es suficiente.
En aquel momento, el alcohol entumecía mi ingenio y me adormilaba dejándome en un estado de vacío, que me producía cierta paz.
Boby y el general deberían tener algún motivo para haber acabado en aquellas condiciones. Parecían agotados y estaban heridos, lo que me llevaba a pensar que el gobernador Grey podría haber caído junto a Sophie. Necesitaba hablar con ellos, aunque el interrogatorio se prolongaría mínimo hasta el día siguiente puesto que tras las preguntas, todos serían alimentados y descansarían del duro viaje.
Seguí bebiendo durante horas y regresé a mi habitación entre tambaleos y un malestar importante. Mi cabeza había dejado de darme la lata y logré dormirme rápidamente.
Últimamente dormía muy mal. La cabeza de cada uno es un mundo y la mía en aquellos momentos se encontraba bastante mortificada. Me tumbaba en la cama y la oscuridad me agobiaba hasta extremos insoportables. Rara era la noche en la que no me pegaba dos o tres horas moviéndome de un lado a otro hasta que por fin mi cabeza dejaba de torturarme. Algunas noches me despertaba envuelto en sudor con pesadillas espantosas. Generalmente eran imágenes de la guerra. La sangre impregnaba mis manos e incluso algunas veces caminaba por un campo de miembros cercenados. La muerte y la sangre lo inundaban todo y me despertaba con el corazón desbocado. Esas noches necesitaba beber algo, generalmente con alcohol, hasta que mi cuerpo volvía a encontrarse en reposo y lograba reconciliar el sueño. Era algo que había asumido ya. Debía aprender a vivir con ello.
La guerra no es algo fácil de superar y la mente debe estar completamente preparada para lograr vencer a los demonios que el cerebro genera después de sesgar una vida. Es generalmente difícil, salvo excepciones de verdaderos monstruos sanguinarios, conseguir olvidar el rostro de un adversario cuando la vida abandona sus ojos y la sangre salpica tu rostro al apartar la espada del cuerpo mutilado de tu enemigo. Son cosas que la guerra conlleva implícitas siempre, y que cuando decidí hacerme caballero no pensé. Ahora debía aprender a convivir con mis demonios y asumir que la vida no es fácil y que la guerra es la vida que nos ha tocado vivir. Yo, superviviente nato, no me iba a dejar matar fácilmente.
Aquella noche no tardé nada en dormirme, el alcohol hizo muy bien su papel. El manto frío de la noche me abrazó sin problemas y el día me arrancó de sus brazos sin miramientos catapultándome a una realidad sin alcohol donde la depresión era la tónica predominante.

Saludines, trasnochadores :)

viernes, 25 de febrero de 2011

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 3, final de capitulo). ¡Huída!



Los días siguientes fueron un martirio. La marcha se ralentizaba hasta niveles exasperantes debido a las heridas de los soldados. Yo aguantaba a duras penas el ritmo pero ni se me ocurría quejarme de nada. Abandonamos el bosque entre frío y lluvias al tercer día. Habíamos seleccionado una ruta un poco más larga con el fin de no exponernos demasiado. El bosque nos cobijaba del frío y de paso nos brindaba una protección que en aquellos momentos no podíamos rechazar. El peso de la armadura que en otros momentos tanto había adorado ahora me suponía una tortura importante. La herida de la pierna curaba bien. Habíamos hecho una especia de barro con hierbas y por lo menos no había infección alguna. A principio de la mañana del tercer día salimos del bosque y desde nuestra perspectiva pudimos ver una visión del valle.
Espeluznante, esa es la palabra que mejor lo define. Allí, en el valle de los Dabú se había agrupado todo el ejército, principalmente de Derek, aunque había unos cuantos miles de bárbaros mezclados. Los bárbaros eran brutales guerreros pero estaban poco ordenados y por ellos mismos nunca jamás hubieran tenido la osadía de adentrarse tanto en el territorio de Troy, sin embargo, derek los empleaba como marionetas. Eran carnaza para los malvados planes del rey del este. Todo estaba bien pensado, derek les daba a los bárbaros una pequeña porción de terreno y lo demás iba a ser añadido a su ya basto territorio. Estaban en aquel valle cerca de cuarenta mil hombres, el humo podía verse desde varios kilómetros, y por el aspecto que tenían estaban allí esperando órdenes, puesto que no se movían. A pesar de lo imponente de aquellos hombres pronto deduje que no eran ni mucho menos el total de hombres de Dereck. Tras ver el desolador panorama lecnad dio la orden de proseguir la marcha, y todos intentamos omitir la imagen vista en aquel valle y remplazarla por el esperanzador pensamiento de reunir un ejército.  Tardamos el resto del día en cruzar el valle. Tuvimos que hacer varias paradas pero no fuimos vistos. Una vez cruzado, el bosque volvió a llenarlo todo. Los árboles se sucedían sin orden aparente y nuestro avance más parecía el de unos mendigos al borde de la muerte por inanición que el de unos guerreros.
Era una noche muy fría, el vaho de nuestra propia respiración nos rodeaba de forma tenebrosa y mis pensamientos parecían haberse separado de mi cabeza. Sophie. Estaba muy preocupado por el devenir de mi casa.
Como en todos los conflictos, siempre se intentaba agotar la vía diplomática antes de entrar por la fuerza. El viejo rey Troy supongo que viéndose superado por la situación habría convocado un congreso de todos los gobernadores de su reino con el fin de tomar una decisión y de afrontar el conflicto con la mayor entereza posible, pero claro, todo eso eran meras conjeturas puesto que en nuestra huida no disponíamos de noticias frescas. Mi mayor miedo era que las palabras fallaran y que el territorio del gobernador Grey tuviera que luchar por su seguridad en un combate desigual. Había buenos guerreros allí, de eso no cabía duda, pero la ventaja numérica enemiga sería aplastante. Por proximidad, Grey debería saber que en caso de guerra su territorio iba a sufrir mucho y muy pronto.
Traté como pude de alejar esos pensamientos mortecinos de mi mente y me concentré en no tropezarme con mis propios pies. Ateridos de frío, heridos y decaídos, el mero saliente de una rama nos hacia zanquear de forma patética. Según los cálculos iniciales de nuestra expedición, deberíamos entrar en el reino de Yesir en un máximo de diez días. Habían pasado tres y el cuarto parecía obstinado en no consumirse. El sol por fin nos abandonó y la fría noche nos envolvió. No teníamos provisiones y la caza parecía resistirse. Normal, pensaba yo en todo momento, este bosque está tan helado que ni las bestias pueden sobrevivir. Los estómagos rugían y el descanso nocturno, lejos de ayudarnos, sólo nos agotaba más. Debíamos hacer guardias por precaución y los aullidos y gruñidos se escuchaban con tanta fuerza que muchas veces empuñábamos las armas instintivamente. Yo ya no podía más. Las conversaciones entre nosotros habían desaparecido por completo y el único momento del día en el que hablábamos era cuando Lecnad daba las instrucciones. Quedaban seis días, puede que siete, y las esperanzas eran nulas. La marcha prosiguió. Lo fácil y desde luego lo que durante muchos momentos ocupaba mis pensamientos era el mero sentimiento de rendición. Ya no sabía de donde sacar el ánimo y todavía menos las fuerzas, y lo único que me importaba era intentar que mis rodillas no se quebraran y me dejarán allí tirado en medio de la nada. Es espeluznante ver como tus propias fuerzas te abandona sin remedio y que lo único que puedes hacer es seguir caminando.
Aquella noche logramos cazar unos conejos desamparados y posiblemente perdidos que gracias a nuestra sanguinaria puntería con las dagas podrían descansar y alejarse de aquel bosque endemoniado donde sólo brotaba el hielo de la tierra. Conforme más avanzábamos más frío hacía y más inhóspito se volvía el terrero. Mi estómago y el de todos hacia más ruido que nuestro avance y cuando el conejo entro en mi boca noté un alivio muy grande. Fue maravilloso. Después de varios días por fin noté como la saliva recubría mis labios y como mi estómago volvía a reconciliarse con mi cuerpo. Curioso como mejora la perspectiva de la vida y el ánimo después de comer algo caliente. Aquella noche por fin logré descansar un poco y por consiguiente, por primera vez en 5 días me levanté menos cansado de lo que me había acostado. Igual todavía había esperanza. Igual todavía llegábamos vivos a nuestro destino.
Aquel día fue un día triste. Perdimos a tres hombres en el ataque de una manada de lobos. Fue algo repentino y nuestras fuerzas no fueron suficientes. Estos, hambrientos como nosotros aparecieron entre los árboles y se lanzaron de forma mortífera con los colmillos chorreando muerte. Fuimos rápidos y entre espadazos y ataques de ballesta redujimos el ataque y matamos a los cuatro lobos que nos atacaban. Mala suerte para los tres amigos que iban delante que sufrieron mortales mordiscos en hombros y rostros y murieron. Aquella noche, en silencio, cenamos lobo. La carne era durísima y estaban tan sumamente delgados que prácticamente no había carne que roer, pero bueno, al menos era carne, y estaba caliente, no podíamos quejarnos, y todavía menos podíamos pedir más. Estábamos vivos, eso era lo importante y era mucho más de lo que nuestros tres compañeros habían obtenido.
Realmente aquella noche me sentí algo afortunado. Había sido el destino o el azar lo que hoy me había permitido cenar caliente y dormir puesto que perfectamente podía haber sucumbido a las dentelladas de aquellos lobos.
Los siguientes cuatro días no tuvieron nada de particular. El tiempo se dilató hasta el extremo de confundir mi castigado cerebro y la sucesión de los días sólo se hacía evidente por las veces que dormíamos ya que el paisaje siempre era el mismo. No hubo más percance que el de algún miembro del grupo sufriendo por alguna extremidad ennegrecida por el frío o el crujir de las ramas secas bajos nuestros pies. Todo era monótono y aburrido hasta que por fin nos topamos con humo en el horizonte. Vida. Esa fue la primera palabra que mi cerebro masculló. Allí, relativamente cerca había gente. Estábamos a unas dos horas a pie ya que nuestro ritmo era francamente muy lento, sin embargo al cabo de una hora logramos llegar a nuestro destino. Era el inicio del reino de Yesir.
Aquella noche fuimos acogidos en una especia de salón que había dentro de la casa del alcalde del pueblo. Era un pueblo humilde, por lo que pude apreciar se dedicaban a trabajar la tierra y lo único que los separaba del horrible bosque era una muralla que rodeaba todo. Me sorprendí muy gratamente y pude comprobar que el reino de Yesir estaba mejor preparado en defensa que el que un día fue mi hogar y vislumbré lo importante que podía ser eso a la hora de luchar contra el enemigo. El alcalde nos recibió entre sorpresa, miedo y preguntas y después de que Lecnad le relatará los hechos las órdenes fueron claras. Íbamos a pasar la noche en aquel pueblo para reponer fuerzas y al día siguiente partiríamos a caballo en dirección al corazón del reino. Cuando nos dijeron que todavía nos quedaban dos días a caballo me deprimí mucho, aunque después de analizar las cosas y de echar la vista atrás me conformé y casi me entraron ganas de arrodillarme y dar las gracias. Tendríamos provisiones, la tensión de viajar por un bosque inhóspito ya sería sólo un recuerdo y lo más importante, íbamos a caballo lo que suponía una comodidad jamás pensada. Aquella noche por fin dormimos resguardados. Es curioso como el cuerpo es capaz de acostumbrarse a las adversidades de forma rápida, pero desde luego es mucho más impresionante lo poco que cuesta habituarse a las comodidades. Después de haber dormido al raso diez días, de no haber comido prácticamente y de haber sufrido un frío helador, allí estábamos todos, curados, atendidos, calientes y con el estómago lleno dispuestos a recuperar la esperanza y a luchar por lo que un día luchamos. Era momento de plantar cara al miedo y luchar con valentía y honor por lo que era nuestro.

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 2) ¡A las armas!


 La historia continúa, si te atreves a leerla, espero te guste, si ver tanta palabra junta te asusta, este no es tu blogg :)





Me uní a la numerosa comitiva y como uno más inicie la tormentosa marcha que llevaba a la guerra. En los libros que había leído siempre omitían esta parte de la historia. Los relatos épicos eran para los héroes y para nada había que hablar de los quebraderos de cabeza que genera el sentimiento de caminar hacia la muerte. Conforme andábamos hacía el norte el frío se convirtió en un importante enemigo. El mero tacto del pomo de la espada resultaba incómodo y lo único que lograba pensar a lo largo del día era en el fuego que calentaría mis huesos al anochecer. Mi cómoda vida de ciudad lejos de la guerra me había alejado de interesarme por la naturaleza del conflicto pero en la comitiva se hablaba mucho de estos temas. Comprendí que existían tres reinos colindantes y supe que en la ciudad trataban de omitir estos temas debido a la crudeza del asunto. Definitivamente, esta guerra era más grande de lo que ninguno de nosotros hubiese imaginado. En lo que a mí alrededor se refiere, el país estaba dividido en tres grandes reinos, todos ellos en paz y con sus respectivas fronteras. Estaba el reino del este, gobernado por el rey Derek y que se caracterizaba por su mano dura. El reino del oeste de un rey muy pacifista llamado Yesir, y el reino del centro, por el que yo luchaba gobernado por el eterno ausente Troy.

Derek era un rey joven y ambicioso que no se contentaba con nada. Gobernaba sus tierras con guante de guerra y siempre estaba preparado para la batalla. Su política era tan severa que la mayoría de sus castigos pasaban por la mutilación y la muerte. No me gustaba como rey, pero sus tierras eran prosperas y en parte eso era gracias a el. Yesir era un rey noble y de buen corazón. Pacifista hasta extremos anormales había decidido acudir a la batalla única y exclusivamente bajo la amenaza de perder las alianzas establecidas con el resto de los reyes. En cuanto a Troy, poco tenía yo que decir al respecto. Los gobernadores mandaban más que él. Era una persona mayor que se había anclado en su trono y que además no había dejado herencia alguna, lo que debido a su edad empezaba a crear rumores y complots contra él.

Conforme seguí avanzando camino al frente me di cuenta de que la guerra afectaba y mucho a nuestro reino. Los bárbaros se habían enterado de la debilidad de Troy y habían decidido aumentar sus territorios a costa de los del rey. Ellos de forma solitaria no eran un rival para los tres reyes unidos pero el problema se planteaba ahora más que nunca con la no cooperación del rey Derek. Como ya expliqué antes, el rey del este era una persona muy codiciosa y en vista del poderío bárbaro, en otros tiempos subestimados, había decidido retirarnos la ayuda y dársela a los nuevos enemigos del reino con el fin de aumentar su territorio. Nuestro ejército sólo aguantaba gracias a la ayuda de Yesir, que bondadoso durante toda su vida, había visto en Derek a un poderoso enemigo con alma mezquina. Pronto comprendí el motivo por el que Grey había enviado tantos soldados durante tanto tiempo al frente. Estábamos demasiado cerca de la frontera nordeste como para subestimar la delicada situación del reino. Si las defensas caían, era sólo cuestión de días que el bastión de Grey tuviera que defenderse de un asedio. Derek no había desplegado su poder militar todavía y se dedicaba a ayudar simplemente a base de buenos soldados a los ya números extranjeros. Debíamos aguantar, o eso pensé en aquel momento. Un asedio a Grey podría poner en peligro todo cuanto amaba, aunque todo pintaba demasiado negro.

Tras cinco días de marcha a paso relajado llegamos a lo que se consideraba el frente. Me sorprendió mucho ver tal cantidad de hombres agrupados. Miles de caballos, miles de soldados y cientos de estandartes decoraban una laguna verde y bonita. Habían escogido un buen lugar. Las montañas se encontraban a ambos lados protegiendo los flancos y salvo un ataque por retaguardia, sólo había que preocuparse de lo que pudiera venir de frente.
Nada más llegar nuestra comitiva fue disuelta, y en vista de que no éramos más que doscientos soldados rasos, nos dividieron entre los grupos de forma a rellenar el puesto de los caídos. A mi me colocaron bajo las ordenes de un noble llamado  Lecnad y la verdad es que ni me preocupe del paradero del resto de mis compañeros. Los días allí pasaban muy rápidos. El frío congelaba los cerebros y la gente generalmente no hablaba mucho. Las misiones generalmente eran de reconocimiento. Me enteré que todo el ejercito estaba bajo las ordenes del gran caballero Matrok, héroe reputado de guerra y excelente espadachín. El dirigía los asaltos a las provisiones del traidor de Derek y supervisaba los informes de nuestros rastreadores. Éramos unos diez mil hombres lo cual no era un gran ejército si consideramos que nuestros enemigos podían doblarnos en número si derek se sumaba a la batalla. Cuando llevaba cinco días aburrido sin nada que hacer en aquel campamento, decidí escribir a mi general. Le conté todo lo que había descubierto sobre el conflicto y le insté a prepararse para lo peor. Supuse que trataría de hablar con grey pero en mi interior sabía que Grey no iba a prestarle atención. Las últimas líneas las dediqué a interesarme por Sophie, y le rogué que me respondiera con celeridad.

Una semana después de mi llegada unos rastreadores informaron del movimiento de dos mil hombres bárbaros en dirección a un flanco a través de unos bosques. Su intención era la de rodear nuestro ejercito y adentrarse en territorio prohibido. Las alarmas se dispararon y nos organizamos en grupos. Rápido comprendí aquellas famosas palabras de mi general que me informaban acerca de lo diferente que era la guerra a un entrenamiento. Nuestro grupo capitaneado por Lecnad constaba de unos quinientos hombres, todos ellos supuestamente diestros en armas, aunque nada más verlos supe que ninguno había recibido mi formación. Una vez nos dividimos en grupos nuestro avance era inminente. Las órdenes eran claras. Íbamos a acudir a territorio de Troy e íbamos a esperar su llegada. Les íbamos a dejar entrar en nuestro territorio con el único fin de luchar en terreno llano. En nuestro pelotón, sólo treinta personas iban a caballo, los que supuse eran la guardia del general, los demás íbamos a pie.  Reculamos desde nuestra posición durante un día y luego viramos en dirección al este para interceptar el ataque. Habíamos acertado. Durante la tercera mañana, temprano, alcanzamos el valle donde iba a tener lugar la batalla. Nos situamos en formación y esperamos. No habían pasado ni dos horas cuando al frente apareció el humo que ocasionaban los campos ardiendo al paso de los bárbaros. Comenzaron a sonar trompetas y tambores y el grupo se puso en movimiento. Éramos unos tres mil hombres, aproximadamente menos de la mitad del grueso del ejército real, y nuestra victoria iba a ser aplastante. Al frente, el enemigo, sin formación aparente y después de habernos visto, comenzó a correr hacia nosotros con furia. Estaban sedientos de sangre. Tras el toque de las trompetas y después de recibir la orden de mi capitán, me encontré corriendo como un puntito más de la masa de gente que cargaba. Ya no había sitio para los nervios, debía pensar en sobrevivir y a pesar de que nunca había matado, ese iba a ser un gran estreno. Cuando la proximidad con el enemigo fue considerable desenfundé mis dos espadas y me dispuse a cargar. Armaduras, estandartes, gritos enfurecidos, todo se mezcló de una sola sacudida con la brutalidad del impacto. Pude ver como algunos hombres eran lanzados hacia detrás y como las lanzas de mis enemigos atravesaban las corazas de los soldados enfrente mío. No quise seguir mirando y me concentré en mi batalla. Los gritos lo rodeaban todo, llegó un punto en el que era difícil distinguir entre amigo o enemigo. Me sudaban las manos y eso, en mí, era muy raro. Es difícil de describir. Cuando has consagrado tu vida a las armas el luchar o el enfrentarte a la muerte no te genera el mismo miedo que a los demás, sin embargo, si hay que reconocer que la adrenalina se dispara hasta el punto de aterrorizarte. Mis espadas eran contundentes, pude ver a lo lejos la guardia del capitán, todavía en su montura si bien su número iba en claro descenso. Me acerqué en esa dirección mientras asestaba golpes a todo lo que se ponía a mi paso. Cuando logré alcanzar a Lecned tan sólo quedaban veinte hombres de su guardia, y en formación, peleaban juntos para que nadie pudiera acercarse a ellos. Me coloqué justo al lado suyo y ataqué con más fuerza que nunca. Debía impresionar a Lecned, debía conseguir ser parte de su guardia y ganarme su confianza. Después de asestar muchas cuchilladas pude levantar la cabeza, los hombres se amontonaban a mí alrededor, tanto aliados como enemigos, mutilados, muertos, heridos. Era un panorama desolador y pude comprender la crueldad de la guerra. De los quinientos hombres de mi regimiento pude comprobar como quedaban en pie apenas la mitad, lo cual me hizo plantearme el resultado de la misión, sin embargo, dada la igualdad de la batalla, los enemigos estaban parecido. Tras ese momento de distracción me concentré de nuevo y destripé a un insensato con barbas que se había puesto frente a mí. Todo siguió en la misma dinámica hasta que de repente sonaron nuestras trompetas. -“RETIRADA”- gritaban, -“RETIRADA”- ¿cómo era posible? Retirarse era sinónimo de rendición y lo que es peor, dejábamos entrar a los enemigos que sólo estarían a tres o cuatro días a pie de mi hogar. Comencé a pelear con fuerzas renovadas intentando abrirme paso hacia la retaguardia pero era imposible. Pude ver como mis aliados corrían como pollos sin cabeza hacia atrás y como en vista de la nula resistencia las hordas bárbaras nos rodeaban a mi y a mi regimiento que todavía seguíamos luchando. Era absurdo. Un toque de trompetas significaba retroceder, pero yo esperaba que se hiciera con cabeza, no de ese modo, vendiendo a cualquiera que estuviera por delante.

No estaba sólo. Lecned y todo el resto de su regimiento estaba retrocediendo bien. Poco a poco, a golpe de espada nos fuimos abriendo un camino hacía detrás. Nos habíamos separado del grupo y ahora la supervivencia dependía sólo de nosotros. –“¡Juntaros a mí!- gritaba Lecned- ¡No cedáis terreno! Seríamos unos cien los únicos supervivientes, pero logramos adentrarnos en el bosque que rodeaba el valle y la huída era ya viable. Unos cuantos bárbaros decidieron darnos caza, nos igualaban en número y además portaban ballestas, lo que a pesar de la protección de los árboles, nos causó muchas bajas. En vista de que correr no nos llevaba a ninguna parte más que a morir de a poco y que el resto del ejército parecía concentrado en cazar a nuestros cobardes aliados, lecned dio la orden y todos obedecimos -¡A LA CARGA!-  Viramos en seco y los sesenta hombres que quedábamos cargamos contra los cien que nos perseguían corriendo. En ese avance cayeron muchas flechas. Una de ellas atravesó mi cota de malla y se hundió en mi muslo izquierdo, pero ya sea por la adrenalina o simplemente por la cercanía de la muerte, ni lo noté. Con el corazón latiendo con fuerza desenvainé mis dos espadas y me lancé como un loco sobre los bárbaros. Asesté golpes a diestros y siniestro, nadie podía pararme, la sangre ajena cubría mi rostro y mis ojos brillaban de pura intensidad. Al final los diez hombres que restaron en pie huyeron sin miramientos dejando a algunos de sus compañeros tras de si. La batalla fue brutal, y sólo quedábamos veinte guerreros y Lecned de los quinientos iniciales. El desánimo se apoderó de todos nosotros.
Cada uno nos armamos de ballestas y cuchillos de los caídos y liquidamos a cualquier superviviente tanto amigo como enemigo. No podíamos cargar con nadie y a pesar de que me pareció una crueldad, el sufrimiento pintaba los rostros de cada uno de los aliados caídos y la muerte era más un alivio que un castigo. La tierra estaba embarrada de sangre y el olor era espantoso. Los cuervos ya sobrevolaban la zona esperando nuestra partida para disfrutar de su merecido banquete. Fue en ese momento cuando lo entendí. No hay ganadores, sólo hay vencidos, y los únicos que ganan algo son los cuervos, esas aves negras del infierno que no dudan en picotear los ojos de lo que hace escasos momentos sentía y padecía. Lecned estaba herido, como muchos de los supervivientes. Mi pierna comenzó a dolerme horrores y tras dos horas de caminata tuvimos que parar. Estábamos al pie de una montaña, lo que me llevó a pensar que nos separaba un buen viaje del grueso del ejército.

Mi cabeza sólo funcionaba para realizar preguntas. ¿Por qué nos habían vendido de ese modo? ¿Dónde está el honor de la batalla?¿ dónde está el honor de un caballero? Miles de preguntas sin respuesta que me hicieron comprender que no hay nada heroico en una guerra. Un día te desvives y logras sobrevivir a una gran batalla dando muerte a muchos para luego caer en la siguiente a manos de otro iluso con aires de grandeza. El ánimo estaba por los suelos y Lecned lo sabía. Dormimos. Qué más podíamos hacer. Yo me lavé la herida de la pierna, hice un torniquete y contemplé que no era tan profunda como pensaba. Bendita armadura. El sol despuntó en el cielo sin piedad alguna y nos despertó de aquel frío y tormentoso descanso. Lecned parecía haber dormido poco. Estuvo pensando supongo. No quedaban supervivientes de su guardia, y los hombres que quedaban no eran excepcionales luchadores.
-Debemos volver a mis tierras. Todos. Vendréis conmigo, informaremos a mi rey y el nos dirá que hacer.
¿Hasta su reino?  Menuda idea, su reino estaba cruzando en paralelo a unos diez días a pie, y no sabíamos hasta que punto habíamos sido derrotados. Traté de frenar mi impulso y ser respetuoso con mi superior, pero en aquella situación todos éramos uno, por lo que pasados unos minutos no pude callarme más y se lo dije.
-¿hasta su reino señor? Eso está a más de diez días a pie, por qué no regresamos con el grueso del ejercito.
Los ojos del capitán me atravesaron sin contemplaciones y su mirada pasó de mi rostro a mi armadura y mis armas.
-Ya no existe ejército alguno. Los hombres que hayan sobrevivido serán buscados por los bárbaros y exterminados. Debemos buscar reagruparnos en algún lugar.
- ¿Cómo que ya no existen? ¿Y los que huyeron?¿ y los que dejamos atrás?
-No me atrevo a regresar, es muy probable que no quede ya nada de lo que dejamos atrás. Pude ver como por detrás de los bárbaros a los que nos enfrentábamos llegaban miles de hombres de Derek. Por fin parece que ese canalla ha salido de su madriguera y me atrevo a decir que tu reino se tambalea. Dudo mucho que el ejército del norte siga estando allí cuando lleguemos. La situación es grave, debemos reagruparnos lo antes posible y debemos frenar su avance con un nuevo ejército.
Mi mundo se resquebrajó por completo. ¿Acaso todo lo malo iba a pasar sin que nada pudiera hacer yo para evitarlo? Estaba claro que nada podía hacer un solo hombre en estas circunstancias. Lo único que me quedaba era seguir a Lecnad y rezar para que las cosas no acabaran mal para todos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 1) ¡el viaje no ha llegado a su fin!

Bueno, de nuevo por aqui esta vez con la primera parte del capitulo 4.
Tengo todo escrito mucho más pero prefiero ir subiendolo poco a poco. De momento he recibido pocas opiniones debido a que apenas he promocionado el blog. A modo recordatorio diré que si lo leeis, comenteís y opineís. Un libro se hace entre mucha gente, y este necesita vuestros consejos :D

espero no os decepcione mucho la primera parte de este capitulo, mañana colgaré el resto :D




Un futuro desolador

Me desperté tras un buen cubazo de agua en frente del gobernador Grey y de Sophie en el gran salón del palacio. Me dolía mucho la cabeza y por el sol de la ventana intuí que había dormido por lo menos dos horas. Por la cara llena de lágrimas de Sophie deduje que la reprimenda del gobernador había sido importante. A mi lado estaba el general, que me dio un vaso de agua y me desató las mordazas. Me levanté a duras penas para colocarme frente a mi señor y esperar el castigo.
-Yo te he dado todo cuanto eres hoy en día William. Cobijo, enseñanza, todos teníamos muchos planes para ti, pues cualidades bélicas no te faltan. Fuiste ascendido a caballero y ahora ¿me traicionas así? Mi hija dice que os amáis, ¿es eso cierto?
-Si, mi señor.- Conseguí balbucear-
Las carcajadas eran lo último que esperaba ver salir de la boca de Grey pero para mi sorpresa, allí estaban.
-Un plebeyo, ¿desflorando y deshonrando a mi hija? ¿Acaso te has vuelto loco Humpton?
No supe que responder por lo que opté por el silencio.
-No quiero perder más el tiempo contigo, ya lo he perdido lo suficiente. Quedas degradado a soldado raso, serás azotado a razón de sesenta latigazos al día durante siete días y si sobrevives a ello, que ojala no lo hagas, partirás a la guerra del norte de nuestro amado rey. Siempre necesita hombres en su lucha contra los bárbaros. En cuanto a los latigazos, Sophie y yo estaremos presentes, espero los disfrutes.
En cuanto a ti Sophie -dijo mientras cargaba su dura mirada en ella-, eres mi hija, mi única hija, y por tanto no puedo deshacerme de ti. Trabajaras y estudiarás medicina y te buscaré un esposo a tu medida. No lo dudes.
Una vez dictada sentencia se sentó y con la mano cubriendo su rostro mandó retirarse a su hija y encarcelarme a mí.
Cuando me dejaron en mi celda, vestido como un mero panadero, sin armas y destrozado, mi cabeza tomó las riendas de mi cuerpo. Lo había perdido todo. Ya no era caballero, me iban a torturar y para colmo partía a la guerra.
Traté de dormir pero me resultó francamente imposible. Entre cabezada y cabezada me descubrí a mi mismo pensando en mi futuro. Me veía sufriendo en el frente y veía a Sophie descompuesta por el dolor. Lloraba, sufría y el dolor ocupaba todos mis pensamientos. Gracias a los dioses en esta vida todo pasa y el sol se introdujo en mi celda con puntualidad. Al poco rato unos hombres me arrastraban en dirección a la plaza. Mi tortura parecía haberse hecho algo público y la gente se aglomeraba en torno a un poste desde donde supuse me iban a colgar. Estaba en lo cierto. Me quitaron la fina camisa que llevaba y me colgaron con las manos en lo alto de forma que mis pies llegaran justos al suelo. Delante de mí se situó Sophie, al lado de su padre, y rodeándolos estaban todos mis ex compañeros, incluyendo a Boby que tenía el rostro desfigurado por la rabia. Ya sólo podía esperar, mis manos ya estaban atadas y en mi espalda se situó aquel hombre encapuchado que tanto iba a odiar de ahora en adelante. Uno, dos, tres, cuatro latigazos me sacudieron la espalda irradiando un dolor insoportable. Noté como mi piel se rasgaba dejando ver hilillos de sangre. El proceso se prolongó hasta los 60 y llegó un punto en el que mi mente y mi cuerpo se separaron. No grité, o al menos eso me pareció. Algún gemido y muchos gruñidos eran los únicos sonidos que mi garganta dejaron escapar. Nunca imaginé que unos latigazos pudieran causar tal deterioro físico y mental. Era una sensación muy extraña, mi cerebro estaba preparado y esperaba el momento justo para la llegada del dolor pero cuando este por fin aparecía siempre me cogía desprevenido. Sophie lloraba, mis ex compañeros apartaban la vista y los ojos pequeños de Grey disfrutaban con cada una de las heridas de mi espalda. Cuando me llevaron a mi celda mis piernas ni siquiera me aguantaban. Me dieron agua y me obligué a comer aunque sólo fuera un trozo de pan duro. ¿Todavía quedaban seis días de esta agonía?  Cuan fácil sería rendirme. No, me dije, debo aguantar por Sophie.
El segundo día fue peor que el primero, las heridas del día anterior habían comenzado a cicatrizar y con cada nuevo latigazo no sólo agrandaban mi dolor, sino que los cortes se hacían más profundos. El pueblo perdió el interés debido a lo brutal de la tortura y lo repetitivo que se hacia todo, sin embargo allí seguía Sophie, Grey y mis compañeros, aguantando el tirón.
No recuerdo bien el resto de los días. Mi cerebro me protegió o eso pensé en aquel momento antes de descubrir la verdad. El general, viendo lo horrible de mi tortura se había ablandado y había decidido ayudarme. Logró por medio del soborno introducir en mi celda una droga camuflada en la bebida y la comida. Cada dosis que ingería me drogaba y me catapultaba a un mundo completamente diferente. Yo en aquellos días, ajeno a la verdad, pensé que definitivamente mis fuerzas y mi voluntad se habían quebrado y que ya sólo era cuestión de tiempo que mi corazón se apagase como si de una vulgar vela indefensa en una tempestad se tratase. La verdad es que la droga hacía un efecto maravilloso. No sentía ningún tipo de dolor, y mi mente volaba libre totalmente ajena a lo que pasaba en realidad. Imágenes entrecortadas de mi vida pasaban volando ante mis ojos sin que yo las lograra unir de forma conexa.  Cuando por fin terminó la semana de castigos y las drogas fueron eliminadas por mi cuerpo, la vuelta a la realidad fue increíble. Ahora sí que era real. No me podía mover. Aquel día estaba mojado, lo que me llevó a deducir que llovía. Me acurruqué en una esquina de la celda y esperé a que la muerte me abrazara. No se dignó a venir a por mi, en su lugar, el frío atenazó mis músculos y me vi preso de una tiritona que me convulsionaba de forma tan agresiva que hasta el respirar me suponía un esfuerzo. Necesitaba ayuda, pero nadie estaba dispuesto a brindármela. Pasé una de las noches más duras de mi vida. Notaba la espalda desgarrada por cientos de sitios, la sangre seca cubría mis omoplatos como si de una fina película se tratase y con cada movimiento, por pequeño que fuera, alguna herida en proceso de curación se volvía a desgarrar provocándome sacudidas de dolor.
Gracias a los dioses por la mañana una persona entró en mi celda. Ordenó de forma rápida que me transportaran a una habitación caliente y allí se inició mi curación. Iba a ser un proceso largo, puesto que mi espalda estaba completamente destruida, pero el simple hecho de dejar de tiritar ya supuso un alivio para mi. Pasé las siguientes dos semanas entre somníferos y cataplasmas cicatrizantes y la verdad es que después de todo eso mi aspecto era mucho mejor. Había recuperado la vitalidad y las ganas de vivir y pronto podría levantarme sin miedo a desgarrarme la espalda. Grey no quiso esperar mucho más. Una mañana recibí un mensaje del gobernador y sus instrucciones eran claras.
“Dentro de una semana,-decía- tu y doscientos de mis soldados partiréis al frente. Las órdenes son claras. Os uniréis al ejército real y luchareis en mi nombre para defender nuestros territorios.”
Una semana pensé. Era demasiado poco. Simplemente me dio tiempo a seguir con mi recuperación y a escribir mil bocetos de la carta que iba a entregarle en secreto a Sophie. Nunca había tenido problemas para expresarme pero desde luego aquel era un duro momento de bloqueo mental. Mis sentimientos eran claros y mis intenciones también. Al final opté por la brevedad. Tras perder unas líneas rogándole me disculpará por lo acaecido y contándole mi evolución médica fui directo al grano.
“Volveré. Recuperaré mi honor en la guerra y volveré por ti. Espérame Sophie, te lo ruego espérame.”
Por fin llegó el día de mi partida. Hacia tan sólo un día que me había decidido a incorporarme. Mis heridas parecieron aguantar y me dirigí a hablar con el general. Lo primero que hice fue darle las gracias por su entrenamiento. Luego el me confesó que me había drogado durante mi tortura para evitarme la muerte, lo cual me hizo sentir aun más afecto por el. Era un buen hombre. Un hombre de la guerra, duro y aparentemente sin sentimientos, pero buen hombre a fin de cuentas. Le pregunté acerca de cómo veía mi situación a lo que me confesó que mi única alternativa era luchar en la guerra y rezarle a dios por un destino heroico y feliz. Le hice jurar que velaría por Sophie y que me mantendría al corriente de las nuevas de la ciudad, además le supliqué que le diera mi carta a Sophie, a lo que el aceptó a regañadientes. Como último detalle el general me devolvió mi armadura y mis espadas. Me emocioné. Parece mentira el cariño que se le cogen a esas pequeñas cosas del día a día y lo mucho que duele el perderlas. Iba a ser un soldado raso, desde luego, pero iba a ser el mejor soldado raso del mundo, o al menos el mejor equipado. Nos dimos un abrazo de hermanos y nos despedimos.
Mi siguiente destino fue la taberna. Supuse que Boby estaba allí y acerté por supuesto. Había sido mi único amigo, de eso no cabía duda y si en alguien hubiera depositado mi vida, hubiera sido en él. Como había podido presenciar en nuestros días juntos, el era feliz, y eso me bastaba a mi. Nos dimos un gran abrazo y tras desearnos la mayor suerte del mundo nos separamos con intención de volver a vernos pronto.
-Resérvame una jarra bien fría- le grité desde la puerta- y unas cartas para cuando vuelva. Pienso desplumarte hasta la última moneda de oro que hayas ahorrado Boby.
Él, nostálgico y emocionado, simplemente asintió y bajó la cabeza hundiendo sus labios en un buen vaso de alcohol. Estaba triste. Debía partir a un futuro desolador y dejaba a mi paso la breve vida que había logrado construir allí.
Mi obligación era servir a mi señor y en última instancia a mi rey. Hoy iba a partir para servirlos a ambos. Debía pensar en positivo. Mi sueño era luchar por el honor y las causas justas y ahora, por lo menos iba a luchar por las tierras que amaba. La verdad, en mi cabeza lo maquillé todo lo que pude para obligarme a darme ánimos aunque en mi corazón se había abierto un gran agujero negro de desesperanza.
Lo había soñado todo de forma demasiado diferente pero bueno, no era más que eso, un sueño, y todos sabemos de sobras que los sueños, sueños son, y que la vida siempre tiene un color menos perfecto y luminoso.

domingo, 13 de febrero de 2011

¡Capitulo 3! ¡Continúa la aventura!


Bueno ya está aqui el siguiente capítulo. Aún a riesgo de parecer pesado puesto que no se si alguien leera la historia...pido que el que lo lea opine...opiniones, críticas, lo que sea que ayude a mejorar será bien recibido.
Espero no os aburra mucho el capítulo y leais muchos más. Saludines!!




Sueños grises

La semana pasó sin más novedades y por fin llegó el día en el que volvería a empuñar una espada. Necesitaba distraerme sin ninguna duda. Sophie se había marchado y necesitaba algo que me impidiera, aunque sólo fuera por un instante pensar en ella. Me esperaban seis meses sin verla y si ya de por sí iban a ser duros, mejor no añadirle preocupaciones al asunto. Me vestí despacio por la mañana y después de desayunar algo me dispuse a ir al cuartel de entrenamiento. El general me recibió enseguida y me hizo esperar hasta que todos los demás hubiesen llegado. Me informó de mis nuevos horarios de entrenamiento y me aconsejó que eligiera un arma pronto. Según me dijo cada guerrero tiene predisposición para un arma concreta. El cuerpo de cada persona es diferente, me explicaron, y según como esté equilibrado o como reaccione a cada movimiento, el peso de cada arma influye en la fluidez de los golpeos. Yo estaba empezando y decidí seguir los consejos de aquel valorado maestro que me habían puesto y aprender el manejo de la espada y el escudo. Algo tradicional, según entendí.
Me sorprendió mucho como pasé el primer mes de mi entrenamiento. Mi cuerpo parecía listo para cualquier batalla pero sin embargo el general únicamente me hacía practicar fintas y estocadas absurdas. Además me hizo leer un libro sobre el arte de la guerra, que lejos de gustarme me pareció un aburrimiento increíble. Las clases comenzaron a coger algo más de ritmo con el segundo mes de entrenamiento. Me pusieron con un compañero. Era más pequeño que Pío, gracias a dios, y por lo que entendí pertenecía a una familia adinerada de la ciudad. Rápidamente comprendí que ambos éramos los rechazados de la familia que era el cuartel. Todos los demás pertenecían a casas nobles de la región y mi compañero llevaba desde su ingreso en el cuartel, poco antes que yo, siete meses de verdadero calvario social. Nos enfrentamos en un duelo fingido donde el fundamente era practicar estoques y posiciones pero yo ya noté como trataba de golpear siempre más fuerte que yo. Se llamaba Boby y tenía aproximadamente mi edad. Musculoso y de mi estatura, sus golpes eran enérgicos y contundentes. Aquel día llegue a lo que ya consideraba como mi casa, bastante cansado. El brazo de la espada me estaba pidiendo un descanso a gritos, por no hablar la de golpes que mi hombre había soportado a través del escudo. Cené tranquilamente y me fui a la cama. Necesitaba descansar, los días eran cada vez más duros y mi cuerpo arrastraba cansancio. Estaba motivado. La presencia de aquel nuevo personaje en mi vida me dio fuerzas para mirar adelante. Además la rivalidad que Boby había marcado desde los inicios me resultaba muy atractiva. El ser humano es competitivo por naturaleza. La victoria es algo que sabe muy bien. Yo quería ser el mejor, y por mucho que no tuviera nada en contra de mi compañero debería esforzarme al máximo si no quería verme superado, o peor aún, humillado.
Espadas, acción, rivalidad y nuevas experiencias se disponían en mi camino de forma aleatoria dándole un poco de emoción a mi rutinaria vida. Quizá fue eso, o quizá fue un mecanismo de defensa mío lo que me llevo a dejar de pensar tanto en Sophie y a asumir que estábamos separados, que nuestra amistad podía esperar y que lo más importante en ese momento era mi entrenamiento.
Los días fueron sucediéndose como si nada y pronto habían pasado dos meses más. Todo iba bien, la rivalidad con Boby lejos de disminuir iba en aumento y nuestro nivel, el de ambos, mejoraba notablemente. La motivación es algo importantísimo para mejorar en algo y nosotros por aquellos días estábamos muy motivados. Ambos teníamos muchas ganas de demostrar nuestra valía y los entrenamientos eran la mejor forma de lograrlo. Yo me creía muy habilidoso aunque viendo a la gente de mi alrededor no me quedaba más remedio que asumir mi inexperiencia. Las fintas y las estocadas ya las tenía dominadas, pero bueno, un combate es mucho más que teoría.
Ritmo de combate, un buen general, y el número de combatientes, aliados y enemigos, son factores que influyen y mucho en el devenir de una batalla.
Las semanas se aglomeraron en semanas y por fin entablé una relación de amistad con Boby. Nos necesitábamos. La soledad es una de las peores compañeras de esta vida y por aquellos días ambos estábamos muy solos. Yo ya me había acostumbrado aunque siempre tuve ganas de desprenderme de ella.Compartíamos comida y alguna jarra de licor en la taberna, siempre hablando tranquilamente del día, de nuestras familias, miedos, sueños, hasta que finalmente nos hicimos muy buenos amigos. Los entrenamientos dieron en aquellos días un giro inesperado. Éramos amigos pero el hecho de hablar y de conocernos cada vez mejor, agilizaba las batallas permitiéndonos describir bailes increíbles. El frío empezaba a apretar por las mañanas cuando recibí una carta de mi padre. Me animó mucho saber de él. Mi día a día era muy distraído y despreocupado, lo que generalmente me obligaba a vivir anclado en el presento sin pensar mucho en el pasado u el futuro. Según pude leer mi padre era feliz, el pueblo seguía creciendo y la vida allí era tranquila. Me rogó que le siguiera escribiendo contándole de mí y me invitó a ir a visitarlo en cuanto pudiese. Finalizó la carta diciéndome lo orgullo que estaba de mi y deseándome toda la suerte del mundo. Palabras bonitas que me sacaron una sonrisa de orgullo y satisfacción.
Los días se fueron acortando dando paso a noches largas y heladoras y a mañanas cubiertas de nieve. El uniforme de los caballeros era el mismo y el frío atenazaba mis músculos infligiéndome un dolor muchas veces tan grande que el mero intento de sostener en alto la espada era un esfuerzo. Un caballero debía estar preparado a cualquier situación, y las condiciones térmicas no eran una excepción.
Los siguientes meses supusieron para mi un paso increíble en lo que a dotes con la espada se refiere. Me convertí en un diestro caballero y la vida de entrenamiento comenzó a gustarme. Boby, mi único gran amigo, me seguía muy de cerca en cuanto a habilidad con la espada se refiere y ambos estábamos muy contentos con nuestros progresos. Pronto finalizaría nuestra primera etapa de entrenamiento y para ello debíamos obtener el beneplácito del general. Estábamos confiados en conseguirlo y la vida parecía sonreírnos a ambos. Sophie me había escrito una carta que respondí con gusto. Regresaba en cosa de un mes a palacio. La noticia me recorrió todo el cuerpo y me dio fuerza extra para afrontar el día a día. Había pasado seis meses muy largos añorando su conversación y su preciosa sonrisa y por fin podría volver a verla.
Todo sucedió según lo previsto y tres semanas después de la carta de Sophie el general Arturo nos dio la gran noticia. Iban a ordenarnos caballeros. La ceremonia tendría lugar en el palacio del gobernador Grey y si algo lamenté muchísimo fue que Sophie no fuera a presenciar ese momento. El ser ordenado caballero era un rango distintivo menor, puesto que los caballeros respetados eran los grandes caballeros, por así decirlo, como un escalafón más alto que lo que yo iba a ser. Los caballeros eran mandados por estos grandes caballeros y estaban a disposición del gobernador y del rey en cualquier momento. Ser caballero era una vida dura en la que se debía siempre estar dispuesto a combatir por la causa justa. El general nos dijo que debíamos acudir a la herrería y que por orden suya debíamos elegir nuestras armas y nuestra armadura a nuestro gusto. Cuando me dirigí al herrero, todo fue muy rápido. Nos tomó medidas y nos dijo que pasáramos a recoger las cosas en tres días. Como armas yo elegí dos espadas. Adoraba luchar con dos espadas a excepción de lo que la mayoría prefería. El escudo me resultaba un incordio y si bien lo manejaba perfectamente, mi defensa era mucho más brillante con los dos mandobles. Recogimos nuestras armaduras en el mismo día de la ceremonia, por la mañana. Con tonos granates y negros me dieron una armadura que me dejó maravillado. Cota de malla y cuero endurecido se unían en perfecta armonía creando un traje ligero y resistente sin duda. El emblema de los Grey brillaba en el pecho y sólo el mero hecho de tenerlo puesto me hacía sentir más importante.
La ceremonia fue mero protocolo. El general dijo unas palabras de ánimo y aliento recalcando en todo momento que debíamos seguir entrenando. El discurso concluyó explicando que la guerra no es ningún juego y que sólo el trabajo duro y el entrenamiento constante garantizan la supervivencia en un campo de batalla. Palabras duras, desde luego, pero como bien aprendí con el tiempo, completamente ciertas.
Aquella mañana comí por primera vez como caballero y la sensación era bastante realizadora. Los siguientes días los pasé completamente absorto en mi mundo de felicidad e ilusión y la espera por Sophie se me hizo muy larga. Quería verla, y quería verla ya. Teníamos cosas de las que hablar y cientos de momentos que revivir juntos. Su amistad me alegraba los días y seis meses eran muchos días.  Por fin llegó el momento que tanto había esperado. Me vestí con mi armadura y bajé abajo dispuesto a esperar de forma disimulada su regreso. Pasee un poco por la plaza, deambulé sin sentido por las calles, hasta que finalmente, con el sol brillando alto en el cielo, su llegada fue anunciada. Me aproximé hacía el carruaje donde viajaba para intentar por lo menos verla y así fue. Sophie bajó con cuidado. Iba vestida elegantemente con un vestido rojo finamente cosido y sus ojos destacaban más que cualquier otra parte de su cuerpo. Estaba radiante y sonreía a todo aquel que se le acercaba. Yo sabía cual era el lugar que me correspondía y me quedé observando en la distancia hasta que sus ojos se depositaron en mí. Me dedicó una sonrisa amable y volteando la cabeza entró en palacio. Fue un poco decepcionante. Quizá no esperaba gritos u abrazos pero me hubiese gustado un saludo más cariñoso. Su actitud desde luego me vino bien. Sólo habíamos compartido dos momentos de nuestras vidas y aunque para mi significaron mucho, era posible que para ella no. Fue un tirón de orejas, un balde de agua fría que me transportó inmediatamente al mundo real. Un mundo donde yo era un simple caballero más del montón y ella era la hija de un gobernador. Me fui al cuartelillo un poco alicaído y aquel día mi cabeza no logró concentrarse en las espadas en ningún momento. Golpes fallidos, estocadas mal elaboradas y defensas imperfectas fueron los causantes de una buena reprimenda del general. “los combates de verdad no tienen cabida para fallos, Will, si fallas, vete asumiendo tu muerte”. Fueron palabras de reprimenda que cualquier otro día me hubiesen dado que pensar, pero la verdad es que en aquel momento me resbalaron.
Tuvo que pasar una semana hasta que recibiera una carta de Sophie. “tenemos una comida pendiente” ponía en ella. “pasado mañana, después del mediodía”. Por un lado me alegré mucho y por otro me angustié de mala manera. Habían pasado seis meses para ambos y la relación por poca que hubiera habido, ya no sería la misma. Me sentí de vuelta a mi pasado. Nervios, poca confianza en mi mismo y balbuceos volvieron a mi orden del día. Tenía ganas de verla a pesar de su pobre saludo pero desde luego mi confianza se había esfumado casi por completo.
Las horas hasta el momento en el que Sophie me había citado se me hicieron una verdadera pesadilla. Sudores fríos, cambios de humor y el corazón en un puño me llevaron a ni tan siquiera poder desayunar aquella mañana. Como ya hice seis meses atrás pasee toda la mañana por la zona de la plaza. El tiempo parecía no pasar para aquellos tenderos avariciosos o para aquellos negocios rústicos que invadían cada rincón. El herrero estaba un poco más gordo y el joyero había perdido cualquier resto de pelo de su cabeza, pero su voz y su negocio seguía como siempre. Imperturbable al paso del tiempo. Me dirigí al salón sin demora y allí estaba ella. Estaba preciosa, con el pelo rizado suelto y la frente despejada con una preciosa diadema. Sus ojos parecían más grandes de lo que ya eran y sus labios dibujaban una sonrisa que invitaba a la obnubilación. Mi armadura chirrió cuando me senté en aquella silla y fue como si volviera seis meses atrás. Mi aspecto era parecido y mis nervios eran los mismos que aquel día, sin embargo todo fue muy fácil. Sophie me preguntó por mi entrenamiento, se interesó por mi ascenso a caballero y la conversación, sin que yo me diera cuenta, se desenvolvió de forma natural. Sin darme cuenta le pregunté por sus estudios y por sus vivencias lejos del hogar. Me descubrí interesándome por sus asuntos y sonriéndome por sus graciosas anécdotas. La comida se nos hizo muy corta y en un alarde de valentía le volví a preguntar si íbamos a volver a vernos. Me miró muy sería a la cara y me dijo que le encantaría. Aquellas palabras todavía me hacen sonreír hoy en día. Es increíble lo grata que es esa sensación de lograr un propósito y más aún cuando se trata de una mujer.
Me sorprendí a mi mismo volviendo a mi casa pensando en las musarañas y recordando el movimiento de sus labios al hablar o los movimientos de sus cejas a modo de interrogación o sorpresa. Me gustaba. Nunca antes había sentido algo así. Desde pequeño había visto a la mujer como una gran desconocida. Sin figura materna en mi familia y una infancia marcada por los viajes de mi padre nunca había logrado hablar lo suficiente con una misma mujer como para sentir lo que hoy sentía. Habíamos acordado volver a vernos pero no habíamos fijado una fecha concreta. Los días siguientes los pasé sin complicación alguna. Volví a ser yo en los entrenamientos. Mi espada y mi pulso recuperaron la agresividad y eficacia que un día tuvieron y incluso me encontré lo suficientemente motivado como para incrementar el grado de intensidad del ejercicio.
Los próximos dos meses fueron los dos mejores meses de mi vida. Sería imposible no detenerse de forma larga y pausada en este magnifico momento de mi existencia. Con los años comprendí que la vida es una incansable lucha por encontrar la felicidad. Unos logran alcanzarla, y otros sin embargo se rinden en este tortuoso camino y abandonando se resignan a una vida de soledad. Siempre diré que vivir sin amar es vivir a medias y gracias a dios yo he logrado vivir plenamente en ese aspecto.
Por aquellos días Sophie iluminó mi rutina como si de un foco de luz se tratase. Mi cerebro revoloteaba constantemente con el mero hecho de poder verla, aunque eso no siempre era viable. Los días de duro entrenamiento pasaban de forma rápida y mi rendimiento era francamente bueno. Mi dominio de los dos mandobles progreso mucho, mi resistencia física era insuperable y mi juventud hacía todo lo demás. Escribí a mi padre contándole todo lo que me estaba pasando. Tristemente, la distancia es siempre una traba muy importante en lo que a una relación paterno filial se refiere. Yo ahora tenía una nueva vida, un presente ocupado y un futuro por descubrir, y mi padre no formaba parte de mi vida cotidiana. Le conté todo lo que me había sucedido en mi vida desde nuestra última carta y me entretuve con especial interés en describirle a Sophie.
Nuestras reuniones se fueron con el paso de las semanas haciendo cada vez más frecuentes y pronto quedábamos para vernos prácticamente todo los días. Su vida de médico del gobernador la mantenía ocupada en asuntos menores. Su padre era una persona influyente y poderosa y contento con el trabajo de su hija le había acondicionado una pequeña salita en la plaza donde Sophie citaba y atendía a sus pacientes. No me cansé nunca de ver como su mirada se iluminaba cuando los pacientes agradecían sus servicios y atenciones. Era una mirada de realización y felicidad que se contagiaba con mucha facilidad. Vocación. Todo se resume a hacer las cosas con dedicación y con amor. Lo demás carece de importancia. Para nuestra relación su gabinete fue muy útil. Numerosas veces nos reuníamos allí. Yo le llevaba la comida, nos íbamos a cabalgar e incluso alguna vez comíamos en palacio. No era algo normal que la hija de un gobernador entablara tal relación de amistad con un mero caballero cualquiera de su padre por lo que las malas lenguas enseguida comenzaron a opinar al respecto. En aquel momento no nos importó. No hacíamos nada malo y la amistad es como una llama en el corazón de las personas. Una vez encendida, su ausencia es una verdadera crueldad. Sophie y yo éramos muy parecidos. Nos gustaba ayudar a la gente y sobretodo nos considerábamos personas honradas y buenas. Quizá fue eso lo que nos cegó y no nos dejó ver que no todo el mundo era como nosotros.
Si nos remontamos a mi pasado, yo nunca había podido disfrutar de una amistad y menos aún con alguien del sexo opuesto tan intensa como la que por aquel entonces tenía con Sophie. Mis sentimientos hacía ella eran claros y según lo que yo sentía cuando hablaba con ella, los suyos hacia mi eran los mismos. Ya no podía contar las innumerables ocasiones en que nuestras manos se habían enredado con cariño o simplemente nuestros ojos se habían unido hasta el punto en el que separarlos resultaba la opción más dolorosa. Besarla. Quería besarla desde hacía por lo menos tres semanas pero mis principios como caballero y la insalvable distancia de su linaje me habían impedido dar el paso. Una mañana mi general del cuartelillo me hizo llamar. Yo no tenía ni idea de cual podía ser su recado pero cuando lo vi en su silla sentado mirándome inquisitivamente, até cabos.
-William –comenzó-  tienes que separarte de la hija del gobernador. No puede existir nada entre vosotros. Ella es una noble y tu eres el hijo de un carpintero que con suerte y mucho trabajo ha alcanzado lo que es hoy. Si sigues con ella te condenarás y nada ni nadie podrá salvarte de ello.- Tras esas palabras el general hizo una pausa y sus manos se juntaron sobre la mesa en gesto conciliador-
Hay rumores William- suspiró-el gobernador Grey los conoce y no dudará en mandarte a pelear bajo el mando del rey en el frente del Norte. Los bárbaros se agrupan hijo, se agrupan por miles y quieren conquistar terreno del rey. La guerra no es un juego, y si sigues con Sophie, no sólo iras a la guerra sino que perderás todo por lo que has soñado y entrenado.
Tras semejante cantidad de palabras mi moral se hizo añicos. Me senté en la silla frente al general y lo miré muy serio.
-Somos amigos, general, no tengo muchos actualmente y su compañía me distrae de la gran tarea de entrenar.
Conozco mi lugar-mentí- no puede pedirme que me separe por las buenas de ella.
La conversación pareció haber terminado o por lo menos el silencio se alargó demasiado, hasta que me dijo muy serio.
-Es tu vida William, tienes talento y has entrenado bien, confío en que sabrás actuar acorde con ello.
Después de esas palabras que para mí sonaron a medio reprimenda me levanté y salí de la sala. Me dirigí a la taberna y para no variar allí estaba Boby. Hacia ya algún tiempo que nuestra relación se había enfriado. Ambos éramos ya caballeros y si bien seguíamos entrenando juntos, las aficiones de el y las mías no eran para nada las mismas. Yo perdía mi tiempo con Sophie y el jugaba, bebía y disfrutaba de los placeres que le brindaba el burdel. Más concentrado en su carrera como caballero que yo, recientemente había realizado ciertos viajes escoltando cargamentos bajo órdenes del Señor Grey. Eran misiones de poca monta para mantener a los caballeros ocupados y la verdad es que resultaban más engorrosas que otra cosa. Le hablé de mi situación. Le conté con sinceridad todo lo que rondaba mi cabeza y me descubrí escuchando sus consejos.
-Aléjate -me dijo- esa moza no es para ti.
Aquella tarde en la taberna se alargó hasta la madrugada. El alcohol me transformó y a la mañana siguiente mi cerebro no cesaba de rumiar pensamientos terribles. Trataba de convencerme a mi mismo sobre mi devenir y sobre lo que realmente era bueno para mi. En un alarde de hacer caso a los consejos de Boby y el general decidí que no podía tirar por tierra todo mi entrenamiento por una mujer y comencé a distanciarme de ella. Me resultó francamente muy complicado. Me sorprendía a mi mismo intentando pasar por delante de su puestecillo en la plaza, o incluso buscaba encontrármela accidentalmente. Los siguientes tres días los pasé con Boby. Entrenábamos hasta la extenuación y luego íbamos a la taberna de la plaza. Bebíamos hasta que nuestra mente sólo era capaz de responder a los estímulos más primarios y jugábamos perdiendo generalmente los pocos ahorros que teníamos. Nunca antes había bebido alcohol de forma tan prolongada lo que resultaba una sensación completamente nueva para mí. Al principio notaba como el embotamiento se apoderaba de mi cuerpo hasta el punto de que mi cerebro se bloqueaba impidiéndome pensar en Sophie. El alcohol era mi medicina contra mis sentimientos y de momento funcionaba muy bien. Llegaba a mi alcoba en un estado que en otro momento de mi vida me hubiera avergonzado. El mero hecho de recordar cada mañana el día anterior me clavaba una estaca en el pecho. La cabeza me dolía, el estomago se empeñaba en subir por mi pecho y clavarse amargamente en mi garganta y mi simple olor corporal me repugnaba hasta el extremo de hacerme vomitar. Pero bueno, todo eso ya estaba inventado, era fruto del alcohol, y sinceramente, el mal de amores me resultaba mucho más molesto que cualquier dolor corporal.
Aquel día, inicie mi rutina siguiendo el mismo esquema que los anteriores. Desayuné a duras penas y mi estomago protestó a cada bocado. Salí a la calle en busca de la frescura de la mañana y el cálido sol y me encontré con Boby en la plaza. Él tenía mucho mejor aspecto que yo, lo que me llevo a pensar que su cuerpo ya estaba acostumbrado a esos escarceos abusivos con el alcohol. Fuimos a entrenar y pronto el duro ejercicio físico se antepuso al malestar y a las protestas de mi cuerpo. La cabeza me seguía molestando y mis reflejos no estaban en su mejor momento pero el entrenamiento transcurrió sin pena ni gloria. Tras la parada de la comida  y una ligera sesión de lanzamiento con flechas de la tarde el día acabo en la posada de siempre. Aquel día estaba más observador que de costumbre. El camarero era el mismo de siempre. Un hombre de pocas palabras y con aspecto poco amistoso que si bien mostraba cierto afecto por Boby a mi no me dedicaba ni una palabra. Deduje con inteligencia que en temas de tabernas la antigüedad es sinónimo de respeto y que por mis esporádicas borracheras no había obtenido todavía ningún galardón. Aquella era tarde de cartas y la verdad es que sólo pude aguantar tal aburrimiento gracias al alcohol. Las cervezas dieron paso a los alcoholes fuertes y el sol se acostó en el horizonte. La tarde se puso interesante cuando en el bar entraron unas cuantas mujeres de muy buen ver con el fin de satisfacer a la clientela. Fulanas, putas, mujeres de la vida o simplemente pobres trabajadoras indefensas como luego pasé a llamarlas. Tenían un trabajo duro. Tenían un trabajo arriesgado ,pero bueno a fin de cuentas tenían trabajo. El ser puta estaba muy mal visto por todos aunque desde luego yo siempre las respeté. No es algo fácil tener que rendirse a cualquier hombre sin importar su apariencia, su hedor o incluso sus formas. Boby era un abonado a estas prácticas y su aspecto fornido y guerrero no debía desagradar a las mujeres que prácticamente se lo rifaron nada más entrar en la taberna. Las comprendí sin demasiado esfuerzo. En comparación con la calaña que llenaba el local, Boby era una perita en dulce. Yo rehusé la oferta de dos hermosas damas que con sus largos dedos trataban de animarme hacia donde en otras circunstancias mi cerebro no hubiera querido ir. Sus curvas se convirtieron en una tentación insoportable y mi mente me instigaba sin piedad para que fuera con ellas. Ese era uno de los problemas del alcohol. A golpe de jarras de cerveza mi cerebro había logrado difuminar la línea de lo correcto situándome en una situación peligrosa. Me levanté como si de un resorte me tratase y me despedí de Boby con un gesto de cabeza. El camino a la puerta parecía haberse alejado notablemente desde mi llegada al bar y las sillas antes ordenadas parecían dispuestas como trabas en mi camino hacia el exterior. Respiré hondo con fuerza y ordené a mis piernas que caminaran de la forma más sólida posible. Uno- dos, uno- dos. Por fin, tras un par de tropezones tontos conseguí llegar al exterior donde sumergí la cabeza en una fuente. Aquel día había bebido mucho más de lo que un hombre puede soportar. La vista ya no quería obedecerme y lo que es peor, mis piernas tampoco. Me quedé allí sentado en el centro de la plaza como si de un mendigo me tratase esperando a que mis funciones vitales regresasen a mi cuerpo. Me recosté, miré el cielo estrellado y me sumergí en un medio sueño intranquilo. Unas ligeras sacudidas interrumpieron mi agitado descanso y me transportaron de nuevo a la realidad. Seguía siendo de noche y frente a mi tenía a Sophie. Parecía agotada. Su sonrisa siempre dispuesta a aflorar a sus labios parecía en aquel momento inexistente. La noté rara y seria y mi cuerpo ya no aguanto más. Agaché la cabeza y entre mis piernas, justo a los pies de Sophie vomité hasta que no quedó nada más que un torturado estomago en mi interior. Me sentía mejor. La lucidez parecía volver poco a poco a mi cabeza aunque todavía sentía la euforia provocada por el alcohol. Caminamos en silencio y nos dirigimos a la consultita de Sophie. No hubo conversación y después del bochorno anterior, yo ni siquiera quería prolongar nuestro encuentro. Dormir, esa era la función primaria que ocupaba todo mi cerebro. El silencio llegó a un punto crítico y por fin ella lo rompió.
-Ya no vienes a verme- dijo de sopetón- ¿por qué?
Me quede un poco bloqueado por lo directo de la pregunta pero rápidamente y en un arranque de sinceridad y valentía le dije:
-Nuestra amistad es imposible. Sophie, me encantas, adoro tu sonrisa, no puedo dejar de pensar en ti sin la ayuda del alcohol. Mi general me ha avisado, tu padre nos vigila, se huele algo, el pueblo cuchichea rumores sin sentido y yo ya no puedo más. –dije sin rodeos mientras hundía mi cabeza en mis manos-
No puedo renunciar a mi vida, a todo lo que he conseguido. Tú eres una noble y yo soy el hijo de un maestro constructor de un pueblo pequeño. Nuestra amistad no va a hacernos más que daño y yo no puedo seguir. Entiendo que tú no veas las cosas así y que sólo busques en mí a un amigo, pero yo no puedo conformarme sólo con eso. Necesito más. Y si consigo más, tú y especialmente yo, lo perderemos todo.
Tras esa especie de declaración de intenciones y ya con las cartas sobre la mesa entendí que lo único que debía de hacer era levantarme y marcharme de allí. El silencio lo envolvía todo y ante la ausencia de replica hundí la cabeza en los hombros. Un instante después sus finos dedos rodeaban mi cuello levantando mi rostro en dirección hacia ella y sus labios se unieron a los míos en lo que supuso mi primer beso. Que maravilla. Sus labios eran carnosos y húmedos y sus manos tiernas y suaves. Cuando nos separamos mi cara de sorpresa debió de ser suficiente pregunta para que ella comenzara a hablar.
-Yo también siento eso por ti Will, como no voy a sentirlo. Para mi no eres un mero plebeyo. Eres valiente, entregado, atractivo y sobretodo, eres el hombre que quiero para compartir mi vida. ¿Qué importa de donde vengamos? Lo importante, es hacia donde nos dirigimos, y yo sé que donde tu vayas, querré estar yo.
Tras esas frases nuestros labios se fundieron de nuevo y nos recostamos en la cama destinada a los enfermos de Sophie. Fue la mejor noche de mi vida sin duda. Nuestros cuerpos se fundieron en uno y la ternura y las caricias lo ocuparon todo. Su cuerpo era como la fruta prohibida que por fin mis ojos pudieron contemplar en todo su esplendor. Nos dormimos abrazados entre risas, cuchicheos picarones y miles de besos y desee con todas mis fuerzas que nunca terminase ese momento.
A pesar de mis suplicas a dios para que congelara el tiempo, la noche dio paso al sol y los primeros rayos del alba se colaron por la ventana. Me desperté abrazado a Sophie e incluso me pellizqué por miedo a que fuera una alucinación provocada por el alcohol de la noche anterior. No. Aquello era real. Todo sucedió muy deprisa. Se escucharon unos golpes en la puerta que interrumpieron nuestro pasional beso de buenos días y el general, acompañado de seis soldados de la guardia irrumpieron en la habitación. Me asusté. Me levanté y traté de empuñar mis espadas, pero la efusividad de la noche anterior las había desplazado demasiado lejos, al igual que a mis ropas. Sophie, tapada y recostada en la cama dibujó una mirada de terror cuando el gobernador Grey entró en la salita. No cabía nadie más y eso casi me hizo gracia a pesar de lo crudo de la situación. El general me miraba compasivo pero el odio de la mirada de Grey era capaz de herirme muy hondo en mi moral.
-Lleváoslo, que se vista y se presente inmediatamente en mi gran salón.- ordenó.
Traté de revolverme y asesté tres o cuatro golpes que tumbaron a dos de los guardias, sin embargo el general era demasiado buen guerrero para mi, y más aún estando desarmado. Me asestó un golpe por detrás en la cabeza y la sala se oscureció ligeramente. Caí de rodillas y tuve que obligarme mi mismo a centrar la mirada y a no abandonar a Sophie. Volví a levantarme. Fue una sorpresa para todos pues el mazazo del general debería haberme noqueado. Conseguí armarme de una silla y tumbé a dos guardias más. Sophie grito de repente y suplicó para que no me hicieran daño pero las órdenes de su padre prevalecieron sobre las suyas. Sophie salió a rastras de la habitación envuelta en una sabana y yo la seguí como pude mientras me deshacía de otro de los guardias de un empentón. El general decidió no intervenir más en la reyerta lo que me dio cierta fuerza. Cuando salí a la plaza el revuelo era inmenso y el panorama para mí desolador. Había muchos más guardias y cuando contemplé la mirada del general vi suplica en sus ojos con afán de hacerme cooperar. Me volví loco. La furia lo invadió todo en mi cerebro y logré situarme al lado de Sophie quedandome rodeado por los soldados de Grey. Ella estaba sujeta por dos guardias y su mirada casi me congeló el corazón. –Ríndete- me susurro y fue exactamente lo que hice. Baje los brazos frente a ella y dos guardias se me arrojaron encima. Eran dos de los de antes que heridos en su orgullo por no haberme inmovilizado, se desquitaron muy a gusto. Con un palo en la mano, uno de ellos me hizo caer de rodillas frente a Sophie de un golpe en la espalda. Y no contento con esa rendición el palo volvió a golpearme esta vez en la cabeza lanzándome hacia delante inconsciente. Dolor dolor y más dolor fue lo que sentía en ese momento. Tanto físico como en el orgullo. Nos habían descubierto e iba a perder mi vida pero por encima de todo me preocupaba las consecuencias para Sophie. La amaba tanto que no podría verla sufrir por nada del mundo. Finalmente ya en el suelo perdí la conciencia mientras escuchaba los gritos de Sophie y notaba como alguien me levantaba en el aire y me desplazaba. Por dios, rogué, déjanos salir impunes de esto.