¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

viernes, 25 de febrero de 2011

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 3, final de capitulo). ¡Huída!



Los días siguientes fueron un martirio. La marcha se ralentizaba hasta niveles exasperantes debido a las heridas de los soldados. Yo aguantaba a duras penas el ritmo pero ni se me ocurría quejarme de nada. Abandonamos el bosque entre frío y lluvias al tercer día. Habíamos seleccionado una ruta un poco más larga con el fin de no exponernos demasiado. El bosque nos cobijaba del frío y de paso nos brindaba una protección que en aquellos momentos no podíamos rechazar. El peso de la armadura que en otros momentos tanto había adorado ahora me suponía una tortura importante. La herida de la pierna curaba bien. Habíamos hecho una especia de barro con hierbas y por lo menos no había infección alguna. A principio de la mañana del tercer día salimos del bosque y desde nuestra perspectiva pudimos ver una visión del valle.
Espeluznante, esa es la palabra que mejor lo define. Allí, en el valle de los Dabú se había agrupado todo el ejército, principalmente de Derek, aunque había unos cuantos miles de bárbaros mezclados. Los bárbaros eran brutales guerreros pero estaban poco ordenados y por ellos mismos nunca jamás hubieran tenido la osadía de adentrarse tanto en el territorio de Troy, sin embargo, derek los empleaba como marionetas. Eran carnaza para los malvados planes del rey del este. Todo estaba bien pensado, derek les daba a los bárbaros una pequeña porción de terreno y lo demás iba a ser añadido a su ya basto territorio. Estaban en aquel valle cerca de cuarenta mil hombres, el humo podía verse desde varios kilómetros, y por el aspecto que tenían estaban allí esperando órdenes, puesto que no se movían. A pesar de lo imponente de aquellos hombres pronto deduje que no eran ni mucho menos el total de hombres de Dereck. Tras ver el desolador panorama lecnad dio la orden de proseguir la marcha, y todos intentamos omitir la imagen vista en aquel valle y remplazarla por el esperanzador pensamiento de reunir un ejército.  Tardamos el resto del día en cruzar el valle. Tuvimos que hacer varias paradas pero no fuimos vistos. Una vez cruzado, el bosque volvió a llenarlo todo. Los árboles se sucedían sin orden aparente y nuestro avance más parecía el de unos mendigos al borde de la muerte por inanición que el de unos guerreros.
Era una noche muy fría, el vaho de nuestra propia respiración nos rodeaba de forma tenebrosa y mis pensamientos parecían haberse separado de mi cabeza. Sophie. Estaba muy preocupado por el devenir de mi casa.
Como en todos los conflictos, siempre se intentaba agotar la vía diplomática antes de entrar por la fuerza. El viejo rey Troy supongo que viéndose superado por la situación habría convocado un congreso de todos los gobernadores de su reino con el fin de tomar una decisión y de afrontar el conflicto con la mayor entereza posible, pero claro, todo eso eran meras conjeturas puesto que en nuestra huida no disponíamos de noticias frescas. Mi mayor miedo era que las palabras fallaran y que el territorio del gobernador Grey tuviera que luchar por su seguridad en un combate desigual. Había buenos guerreros allí, de eso no cabía duda, pero la ventaja numérica enemiga sería aplastante. Por proximidad, Grey debería saber que en caso de guerra su territorio iba a sufrir mucho y muy pronto.
Traté como pude de alejar esos pensamientos mortecinos de mi mente y me concentré en no tropezarme con mis propios pies. Ateridos de frío, heridos y decaídos, el mero saliente de una rama nos hacia zanquear de forma patética. Según los cálculos iniciales de nuestra expedición, deberíamos entrar en el reino de Yesir en un máximo de diez días. Habían pasado tres y el cuarto parecía obstinado en no consumirse. El sol por fin nos abandonó y la fría noche nos envolvió. No teníamos provisiones y la caza parecía resistirse. Normal, pensaba yo en todo momento, este bosque está tan helado que ni las bestias pueden sobrevivir. Los estómagos rugían y el descanso nocturno, lejos de ayudarnos, sólo nos agotaba más. Debíamos hacer guardias por precaución y los aullidos y gruñidos se escuchaban con tanta fuerza que muchas veces empuñábamos las armas instintivamente. Yo ya no podía más. Las conversaciones entre nosotros habían desaparecido por completo y el único momento del día en el que hablábamos era cuando Lecnad daba las instrucciones. Quedaban seis días, puede que siete, y las esperanzas eran nulas. La marcha prosiguió. Lo fácil y desde luego lo que durante muchos momentos ocupaba mis pensamientos era el mero sentimiento de rendición. Ya no sabía de donde sacar el ánimo y todavía menos las fuerzas, y lo único que me importaba era intentar que mis rodillas no se quebraran y me dejarán allí tirado en medio de la nada. Es espeluznante ver como tus propias fuerzas te abandona sin remedio y que lo único que puedes hacer es seguir caminando.
Aquella noche logramos cazar unos conejos desamparados y posiblemente perdidos que gracias a nuestra sanguinaria puntería con las dagas podrían descansar y alejarse de aquel bosque endemoniado donde sólo brotaba el hielo de la tierra. Conforme más avanzábamos más frío hacía y más inhóspito se volvía el terrero. Mi estómago y el de todos hacia más ruido que nuestro avance y cuando el conejo entro en mi boca noté un alivio muy grande. Fue maravilloso. Después de varios días por fin noté como la saliva recubría mis labios y como mi estómago volvía a reconciliarse con mi cuerpo. Curioso como mejora la perspectiva de la vida y el ánimo después de comer algo caliente. Aquella noche por fin logré descansar un poco y por consiguiente, por primera vez en 5 días me levanté menos cansado de lo que me había acostado. Igual todavía había esperanza. Igual todavía llegábamos vivos a nuestro destino.
Aquel día fue un día triste. Perdimos a tres hombres en el ataque de una manada de lobos. Fue algo repentino y nuestras fuerzas no fueron suficientes. Estos, hambrientos como nosotros aparecieron entre los árboles y se lanzaron de forma mortífera con los colmillos chorreando muerte. Fuimos rápidos y entre espadazos y ataques de ballesta redujimos el ataque y matamos a los cuatro lobos que nos atacaban. Mala suerte para los tres amigos que iban delante que sufrieron mortales mordiscos en hombros y rostros y murieron. Aquella noche, en silencio, cenamos lobo. La carne era durísima y estaban tan sumamente delgados que prácticamente no había carne que roer, pero bueno, al menos era carne, y estaba caliente, no podíamos quejarnos, y todavía menos podíamos pedir más. Estábamos vivos, eso era lo importante y era mucho más de lo que nuestros tres compañeros habían obtenido.
Realmente aquella noche me sentí algo afortunado. Había sido el destino o el azar lo que hoy me había permitido cenar caliente y dormir puesto que perfectamente podía haber sucumbido a las dentelladas de aquellos lobos.
Los siguientes cuatro días no tuvieron nada de particular. El tiempo se dilató hasta el extremo de confundir mi castigado cerebro y la sucesión de los días sólo se hacía evidente por las veces que dormíamos ya que el paisaje siempre era el mismo. No hubo más percance que el de algún miembro del grupo sufriendo por alguna extremidad ennegrecida por el frío o el crujir de las ramas secas bajos nuestros pies. Todo era monótono y aburrido hasta que por fin nos topamos con humo en el horizonte. Vida. Esa fue la primera palabra que mi cerebro masculló. Allí, relativamente cerca había gente. Estábamos a unas dos horas a pie ya que nuestro ritmo era francamente muy lento, sin embargo al cabo de una hora logramos llegar a nuestro destino. Era el inicio del reino de Yesir.
Aquella noche fuimos acogidos en una especia de salón que había dentro de la casa del alcalde del pueblo. Era un pueblo humilde, por lo que pude apreciar se dedicaban a trabajar la tierra y lo único que los separaba del horrible bosque era una muralla que rodeaba todo. Me sorprendí muy gratamente y pude comprobar que el reino de Yesir estaba mejor preparado en defensa que el que un día fue mi hogar y vislumbré lo importante que podía ser eso a la hora de luchar contra el enemigo. El alcalde nos recibió entre sorpresa, miedo y preguntas y después de que Lecnad le relatará los hechos las órdenes fueron claras. Íbamos a pasar la noche en aquel pueblo para reponer fuerzas y al día siguiente partiríamos a caballo en dirección al corazón del reino. Cuando nos dijeron que todavía nos quedaban dos días a caballo me deprimí mucho, aunque después de analizar las cosas y de echar la vista atrás me conformé y casi me entraron ganas de arrodillarme y dar las gracias. Tendríamos provisiones, la tensión de viajar por un bosque inhóspito ya sería sólo un recuerdo y lo más importante, íbamos a caballo lo que suponía una comodidad jamás pensada. Aquella noche por fin dormimos resguardados. Es curioso como el cuerpo es capaz de acostumbrarse a las adversidades de forma rápida, pero desde luego es mucho más impresionante lo poco que cuesta habituarse a las comodidades. Después de haber dormido al raso diez días, de no haber comido prácticamente y de haber sufrido un frío helador, allí estábamos todos, curados, atendidos, calientes y con el estómago lleno dispuestos a recuperar la esperanza y a luchar por lo que un día luchamos. Era momento de plantar cara al miedo y luchar con valentía y honor por lo que era nuestro.

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 2) ¡A las armas!


 La historia continúa, si te atreves a leerla, espero te guste, si ver tanta palabra junta te asusta, este no es tu blogg :)





Me uní a la numerosa comitiva y como uno más inicie la tormentosa marcha que llevaba a la guerra. En los libros que había leído siempre omitían esta parte de la historia. Los relatos épicos eran para los héroes y para nada había que hablar de los quebraderos de cabeza que genera el sentimiento de caminar hacia la muerte. Conforme andábamos hacía el norte el frío se convirtió en un importante enemigo. El mero tacto del pomo de la espada resultaba incómodo y lo único que lograba pensar a lo largo del día era en el fuego que calentaría mis huesos al anochecer. Mi cómoda vida de ciudad lejos de la guerra me había alejado de interesarme por la naturaleza del conflicto pero en la comitiva se hablaba mucho de estos temas. Comprendí que existían tres reinos colindantes y supe que en la ciudad trataban de omitir estos temas debido a la crudeza del asunto. Definitivamente, esta guerra era más grande de lo que ninguno de nosotros hubiese imaginado. En lo que a mí alrededor se refiere, el país estaba dividido en tres grandes reinos, todos ellos en paz y con sus respectivas fronteras. Estaba el reino del este, gobernado por el rey Derek y que se caracterizaba por su mano dura. El reino del oeste de un rey muy pacifista llamado Yesir, y el reino del centro, por el que yo luchaba gobernado por el eterno ausente Troy.

Derek era un rey joven y ambicioso que no se contentaba con nada. Gobernaba sus tierras con guante de guerra y siempre estaba preparado para la batalla. Su política era tan severa que la mayoría de sus castigos pasaban por la mutilación y la muerte. No me gustaba como rey, pero sus tierras eran prosperas y en parte eso era gracias a el. Yesir era un rey noble y de buen corazón. Pacifista hasta extremos anormales había decidido acudir a la batalla única y exclusivamente bajo la amenaza de perder las alianzas establecidas con el resto de los reyes. En cuanto a Troy, poco tenía yo que decir al respecto. Los gobernadores mandaban más que él. Era una persona mayor que se había anclado en su trono y que además no había dejado herencia alguna, lo que debido a su edad empezaba a crear rumores y complots contra él.

Conforme seguí avanzando camino al frente me di cuenta de que la guerra afectaba y mucho a nuestro reino. Los bárbaros se habían enterado de la debilidad de Troy y habían decidido aumentar sus territorios a costa de los del rey. Ellos de forma solitaria no eran un rival para los tres reyes unidos pero el problema se planteaba ahora más que nunca con la no cooperación del rey Derek. Como ya expliqué antes, el rey del este era una persona muy codiciosa y en vista del poderío bárbaro, en otros tiempos subestimados, había decidido retirarnos la ayuda y dársela a los nuevos enemigos del reino con el fin de aumentar su territorio. Nuestro ejército sólo aguantaba gracias a la ayuda de Yesir, que bondadoso durante toda su vida, había visto en Derek a un poderoso enemigo con alma mezquina. Pronto comprendí el motivo por el que Grey había enviado tantos soldados durante tanto tiempo al frente. Estábamos demasiado cerca de la frontera nordeste como para subestimar la delicada situación del reino. Si las defensas caían, era sólo cuestión de días que el bastión de Grey tuviera que defenderse de un asedio. Derek no había desplegado su poder militar todavía y se dedicaba a ayudar simplemente a base de buenos soldados a los ya números extranjeros. Debíamos aguantar, o eso pensé en aquel momento. Un asedio a Grey podría poner en peligro todo cuanto amaba, aunque todo pintaba demasiado negro.

Tras cinco días de marcha a paso relajado llegamos a lo que se consideraba el frente. Me sorprendió mucho ver tal cantidad de hombres agrupados. Miles de caballos, miles de soldados y cientos de estandartes decoraban una laguna verde y bonita. Habían escogido un buen lugar. Las montañas se encontraban a ambos lados protegiendo los flancos y salvo un ataque por retaguardia, sólo había que preocuparse de lo que pudiera venir de frente.
Nada más llegar nuestra comitiva fue disuelta, y en vista de que no éramos más que doscientos soldados rasos, nos dividieron entre los grupos de forma a rellenar el puesto de los caídos. A mi me colocaron bajo las ordenes de un noble llamado  Lecnad y la verdad es que ni me preocupe del paradero del resto de mis compañeros. Los días allí pasaban muy rápidos. El frío congelaba los cerebros y la gente generalmente no hablaba mucho. Las misiones generalmente eran de reconocimiento. Me enteré que todo el ejercito estaba bajo las ordenes del gran caballero Matrok, héroe reputado de guerra y excelente espadachín. El dirigía los asaltos a las provisiones del traidor de Derek y supervisaba los informes de nuestros rastreadores. Éramos unos diez mil hombres lo cual no era un gran ejército si consideramos que nuestros enemigos podían doblarnos en número si derek se sumaba a la batalla. Cuando llevaba cinco días aburrido sin nada que hacer en aquel campamento, decidí escribir a mi general. Le conté todo lo que había descubierto sobre el conflicto y le insté a prepararse para lo peor. Supuse que trataría de hablar con grey pero en mi interior sabía que Grey no iba a prestarle atención. Las últimas líneas las dediqué a interesarme por Sophie, y le rogué que me respondiera con celeridad.

Una semana después de mi llegada unos rastreadores informaron del movimiento de dos mil hombres bárbaros en dirección a un flanco a través de unos bosques. Su intención era la de rodear nuestro ejercito y adentrarse en territorio prohibido. Las alarmas se dispararon y nos organizamos en grupos. Rápido comprendí aquellas famosas palabras de mi general que me informaban acerca de lo diferente que era la guerra a un entrenamiento. Nuestro grupo capitaneado por Lecnad constaba de unos quinientos hombres, todos ellos supuestamente diestros en armas, aunque nada más verlos supe que ninguno había recibido mi formación. Una vez nos dividimos en grupos nuestro avance era inminente. Las órdenes eran claras. Íbamos a acudir a territorio de Troy e íbamos a esperar su llegada. Les íbamos a dejar entrar en nuestro territorio con el único fin de luchar en terreno llano. En nuestro pelotón, sólo treinta personas iban a caballo, los que supuse eran la guardia del general, los demás íbamos a pie.  Reculamos desde nuestra posición durante un día y luego viramos en dirección al este para interceptar el ataque. Habíamos acertado. Durante la tercera mañana, temprano, alcanzamos el valle donde iba a tener lugar la batalla. Nos situamos en formación y esperamos. No habían pasado ni dos horas cuando al frente apareció el humo que ocasionaban los campos ardiendo al paso de los bárbaros. Comenzaron a sonar trompetas y tambores y el grupo se puso en movimiento. Éramos unos tres mil hombres, aproximadamente menos de la mitad del grueso del ejército real, y nuestra victoria iba a ser aplastante. Al frente, el enemigo, sin formación aparente y después de habernos visto, comenzó a correr hacia nosotros con furia. Estaban sedientos de sangre. Tras el toque de las trompetas y después de recibir la orden de mi capitán, me encontré corriendo como un puntito más de la masa de gente que cargaba. Ya no había sitio para los nervios, debía pensar en sobrevivir y a pesar de que nunca había matado, ese iba a ser un gran estreno. Cuando la proximidad con el enemigo fue considerable desenfundé mis dos espadas y me dispuse a cargar. Armaduras, estandartes, gritos enfurecidos, todo se mezcló de una sola sacudida con la brutalidad del impacto. Pude ver como algunos hombres eran lanzados hacia detrás y como las lanzas de mis enemigos atravesaban las corazas de los soldados enfrente mío. No quise seguir mirando y me concentré en mi batalla. Los gritos lo rodeaban todo, llegó un punto en el que era difícil distinguir entre amigo o enemigo. Me sudaban las manos y eso, en mí, era muy raro. Es difícil de describir. Cuando has consagrado tu vida a las armas el luchar o el enfrentarte a la muerte no te genera el mismo miedo que a los demás, sin embargo, si hay que reconocer que la adrenalina se dispara hasta el punto de aterrorizarte. Mis espadas eran contundentes, pude ver a lo lejos la guardia del capitán, todavía en su montura si bien su número iba en claro descenso. Me acerqué en esa dirección mientras asestaba golpes a todo lo que se ponía a mi paso. Cuando logré alcanzar a Lecned tan sólo quedaban veinte hombres de su guardia, y en formación, peleaban juntos para que nadie pudiera acercarse a ellos. Me coloqué justo al lado suyo y ataqué con más fuerza que nunca. Debía impresionar a Lecned, debía conseguir ser parte de su guardia y ganarme su confianza. Después de asestar muchas cuchilladas pude levantar la cabeza, los hombres se amontonaban a mí alrededor, tanto aliados como enemigos, mutilados, muertos, heridos. Era un panorama desolador y pude comprender la crueldad de la guerra. De los quinientos hombres de mi regimiento pude comprobar como quedaban en pie apenas la mitad, lo cual me hizo plantearme el resultado de la misión, sin embargo, dada la igualdad de la batalla, los enemigos estaban parecido. Tras ese momento de distracción me concentré de nuevo y destripé a un insensato con barbas que se había puesto frente a mí. Todo siguió en la misma dinámica hasta que de repente sonaron nuestras trompetas. -“RETIRADA”- gritaban, -“RETIRADA”- ¿cómo era posible? Retirarse era sinónimo de rendición y lo que es peor, dejábamos entrar a los enemigos que sólo estarían a tres o cuatro días a pie de mi hogar. Comencé a pelear con fuerzas renovadas intentando abrirme paso hacia la retaguardia pero era imposible. Pude ver como mis aliados corrían como pollos sin cabeza hacia atrás y como en vista de la nula resistencia las hordas bárbaras nos rodeaban a mi y a mi regimiento que todavía seguíamos luchando. Era absurdo. Un toque de trompetas significaba retroceder, pero yo esperaba que se hiciera con cabeza, no de ese modo, vendiendo a cualquiera que estuviera por delante.

No estaba sólo. Lecned y todo el resto de su regimiento estaba retrocediendo bien. Poco a poco, a golpe de espada nos fuimos abriendo un camino hacía detrás. Nos habíamos separado del grupo y ahora la supervivencia dependía sólo de nosotros. –“¡Juntaros a mí!- gritaba Lecned- ¡No cedáis terreno! Seríamos unos cien los únicos supervivientes, pero logramos adentrarnos en el bosque que rodeaba el valle y la huída era ya viable. Unos cuantos bárbaros decidieron darnos caza, nos igualaban en número y además portaban ballestas, lo que a pesar de la protección de los árboles, nos causó muchas bajas. En vista de que correr no nos llevaba a ninguna parte más que a morir de a poco y que el resto del ejército parecía concentrado en cazar a nuestros cobardes aliados, lecned dio la orden y todos obedecimos -¡A LA CARGA!-  Viramos en seco y los sesenta hombres que quedábamos cargamos contra los cien que nos perseguían corriendo. En ese avance cayeron muchas flechas. Una de ellas atravesó mi cota de malla y se hundió en mi muslo izquierdo, pero ya sea por la adrenalina o simplemente por la cercanía de la muerte, ni lo noté. Con el corazón latiendo con fuerza desenvainé mis dos espadas y me lancé como un loco sobre los bárbaros. Asesté golpes a diestros y siniestro, nadie podía pararme, la sangre ajena cubría mi rostro y mis ojos brillaban de pura intensidad. Al final los diez hombres que restaron en pie huyeron sin miramientos dejando a algunos de sus compañeros tras de si. La batalla fue brutal, y sólo quedábamos veinte guerreros y Lecned de los quinientos iniciales. El desánimo se apoderó de todos nosotros.
Cada uno nos armamos de ballestas y cuchillos de los caídos y liquidamos a cualquier superviviente tanto amigo como enemigo. No podíamos cargar con nadie y a pesar de que me pareció una crueldad, el sufrimiento pintaba los rostros de cada uno de los aliados caídos y la muerte era más un alivio que un castigo. La tierra estaba embarrada de sangre y el olor era espantoso. Los cuervos ya sobrevolaban la zona esperando nuestra partida para disfrutar de su merecido banquete. Fue en ese momento cuando lo entendí. No hay ganadores, sólo hay vencidos, y los únicos que ganan algo son los cuervos, esas aves negras del infierno que no dudan en picotear los ojos de lo que hace escasos momentos sentía y padecía. Lecned estaba herido, como muchos de los supervivientes. Mi pierna comenzó a dolerme horrores y tras dos horas de caminata tuvimos que parar. Estábamos al pie de una montaña, lo que me llevó a pensar que nos separaba un buen viaje del grueso del ejército.

Mi cabeza sólo funcionaba para realizar preguntas. ¿Por qué nos habían vendido de ese modo? ¿Dónde está el honor de la batalla?¿ dónde está el honor de un caballero? Miles de preguntas sin respuesta que me hicieron comprender que no hay nada heroico en una guerra. Un día te desvives y logras sobrevivir a una gran batalla dando muerte a muchos para luego caer en la siguiente a manos de otro iluso con aires de grandeza. El ánimo estaba por los suelos y Lecned lo sabía. Dormimos. Qué más podíamos hacer. Yo me lavé la herida de la pierna, hice un torniquete y contemplé que no era tan profunda como pensaba. Bendita armadura. El sol despuntó en el cielo sin piedad alguna y nos despertó de aquel frío y tormentoso descanso. Lecned parecía haber dormido poco. Estuvo pensando supongo. No quedaban supervivientes de su guardia, y los hombres que quedaban no eran excepcionales luchadores.
-Debemos volver a mis tierras. Todos. Vendréis conmigo, informaremos a mi rey y el nos dirá que hacer.
¿Hasta su reino?  Menuda idea, su reino estaba cruzando en paralelo a unos diez días a pie, y no sabíamos hasta que punto habíamos sido derrotados. Traté de frenar mi impulso y ser respetuoso con mi superior, pero en aquella situación todos éramos uno, por lo que pasados unos minutos no pude callarme más y se lo dije.
-¿hasta su reino señor? Eso está a más de diez días a pie, por qué no regresamos con el grueso del ejercito.
Los ojos del capitán me atravesaron sin contemplaciones y su mirada pasó de mi rostro a mi armadura y mis armas.
-Ya no existe ejército alguno. Los hombres que hayan sobrevivido serán buscados por los bárbaros y exterminados. Debemos buscar reagruparnos en algún lugar.
- ¿Cómo que ya no existen? ¿Y los que huyeron?¿ y los que dejamos atrás?
-No me atrevo a regresar, es muy probable que no quede ya nada de lo que dejamos atrás. Pude ver como por detrás de los bárbaros a los que nos enfrentábamos llegaban miles de hombres de Derek. Por fin parece que ese canalla ha salido de su madriguera y me atrevo a decir que tu reino se tambalea. Dudo mucho que el ejército del norte siga estando allí cuando lleguemos. La situación es grave, debemos reagruparnos lo antes posible y debemos frenar su avance con un nuevo ejército.
Mi mundo se resquebrajó por completo. ¿Acaso todo lo malo iba a pasar sin que nada pudiera hacer yo para evitarlo? Estaba claro que nada podía hacer un solo hombre en estas circunstancias. Lo único que me quedaba era seguir a Lecnad y rezar para que las cosas no acabaran mal para todos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 1) ¡el viaje no ha llegado a su fin!

Bueno, de nuevo por aqui esta vez con la primera parte del capitulo 4.
Tengo todo escrito mucho más pero prefiero ir subiendolo poco a poco. De momento he recibido pocas opiniones debido a que apenas he promocionado el blog. A modo recordatorio diré que si lo leeis, comenteís y opineís. Un libro se hace entre mucha gente, y este necesita vuestros consejos :D

espero no os decepcione mucho la primera parte de este capitulo, mañana colgaré el resto :D




Un futuro desolador

Me desperté tras un buen cubazo de agua en frente del gobernador Grey y de Sophie en el gran salón del palacio. Me dolía mucho la cabeza y por el sol de la ventana intuí que había dormido por lo menos dos horas. Por la cara llena de lágrimas de Sophie deduje que la reprimenda del gobernador había sido importante. A mi lado estaba el general, que me dio un vaso de agua y me desató las mordazas. Me levanté a duras penas para colocarme frente a mi señor y esperar el castigo.
-Yo te he dado todo cuanto eres hoy en día William. Cobijo, enseñanza, todos teníamos muchos planes para ti, pues cualidades bélicas no te faltan. Fuiste ascendido a caballero y ahora ¿me traicionas así? Mi hija dice que os amáis, ¿es eso cierto?
-Si, mi señor.- Conseguí balbucear-
Las carcajadas eran lo último que esperaba ver salir de la boca de Grey pero para mi sorpresa, allí estaban.
-Un plebeyo, ¿desflorando y deshonrando a mi hija? ¿Acaso te has vuelto loco Humpton?
No supe que responder por lo que opté por el silencio.
-No quiero perder más el tiempo contigo, ya lo he perdido lo suficiente. Quedas degradado a soldado raso, serás azotado a razón de sesenta latigazos al día durante siete días y si sobrevives a ello, que ojala no lo hagas, partirás a la guerra del norte de nuestro amado rey. Siempre necesita hombres en su lucha contra los bárbaros. En cuanto a los latigazos, Sophie y yo estaremos presentes, espero los disfrutes.
En cuanto a ti Sophie -dijo mientras cargaba su dura mirada en ella-, eres mi hija, mi única hija, y por tanto no puedo deshacerme de ti. Trabajaras y estudiarás medicina y te buscaré un esposo a tu medida. No lo dudes.
Una vez dictada sentencia se sentó y con la mano cubriendo su rostro mandó retirarse a su hija y encarcelarme a mí.
Cuando me dejaron en mi celda, vestido como un mero panadero, sin armas y destrozado, mi cabeza tomó las riendas de mi cuerpo. Lo había perdido todo. Ya no era caballero, me iban a torturar y para colmo partía a la guerra.
Traté de dormir pero me resultó francamente imposible. Entre cabezada y cabezada me descubrí a mi mismo pensando en mi futuro. Me veía sufriendo en el frente y veía a Sophie descompuesta por el dolor. Lloraba, sufría y el dolor ocupaba todos mis pensamientos. Gracias a los dioses en esta vida todo pasa y el sol se introdujo en mi celda con puntualidad. Al poco rato unos hombres me arrastraban en dirección a la plaza. Mi tortura parecía haberse hecho algo público y la gente se aglomeraba en torno a un poste desde donde supuse me iban a colgar. Estaba en lo cierto. Me quitaron la fina camisa que llevaba y me colgaron con las manos en lo alto de forma que mis pies llegaran justos al suelo. Delante de mí se situó Sophie, al lado de su padre, y rodeándolos estaban todos mis ex compañeros, incluyendo a Boby que tenía el rostro desfigurado por la rabia. Ya sólo podía esperar, mis manos ya estaban atadas y en mi espalda se situó aquel hombre encapuchado que tanto iba a odiar de ahora en adelante. Uno, dos, tres, cuatro latigazos me sacudieron la espalda irradiando un dolor insoportable. Noté como mi piel se rasgaba dejando ver hilillos de sangre. El proceso se prolongó hasta los 60 y llegó un punto en el que mi mente y mi cuerpo se separaron. No grité, o al menos eso me pareció. Algún gemido y muchos gruñidos eran los únicos sonidos que mi garganta dejaron escapar. Nunca imaginé que unos latigazos pudieran causar tal deterioro físico y mental. Era una sensación muy extraña, mi cerebro estaba preparado y esperaba el momento justo para la llegada del dolor pero cuando este por fin aparecía siempre me cogía desprevenido. Sophie lloraba, mis ex compañeros apartaban la vista y los ojos pequeños de Grey disfrutaban con cada una de las heridas de mi espalda. Cuando me llevaron a mi celda mis piernas ni siquiera me aguantaban. Me dieron agua y me obligué a comer aunque sólo fuera un trozo de pan duro. ¿Todavía quedaban seis días de esta agonía?  Cuan fácil sería rendirme. No, me dije, debo aguantar por Sophie.
El segundo día fue peor que el primero, las heridas del día anterior habían comenzado a cicatrizar y con cada nuevo latigazo no sólo agrandaban mi dolor, sino que los cortes se hacían más profundos. El pueblo perdió el interés debido a lo brutal de la tortura y lo repetitivo que se hacia todo, sin embargo allí seguía Sophie, Grey y mis compañeros, aguantando el tirón.
No recuerdo bien el resto de los días. Mi cerebro me protegió o eso pensé en aquel momento antes de descubrir la verdad. El general, viendo lo horrible de mi tortura se había ablandado y había decidido ayudarme. Logró por medio del soborno introducir en mi celda una droga camuflada en la bebida y la comida. Cada dosis que ingería me drogaba y me catapultaba a un mundo completamente diferente. Yo en aquellos días, ajeno a la verdad, pensé que definitivamente mis fuerzas y mi voluntad se habían quebrado y que ya sólo era cuestión de tiempo que mi corazón se apagase como si de una vulgar vela indefensa en una tempestad se tratase. La verdad es que la droga hacía un efecto maravilloso. No sentía ningún tipo de dolor, y mi mente volaba libre totalmente ajena a lo que pasaba en realidad. Imágenes entrecortadas de mi vida pasaban volando ante mis ojos sin que yo las lograra unir de forma conexa.  Cuando por fin terminó la semana de castigos y las drogas fueron eliminadas por mi cuerpo, la vuelta a la realidad fue increíble. Ahora sí que era real. No me podía mover. Aquel día estaba mojado, lo que me llevó a deducir que llovía. Me acurruqué en una esquina de la celda y esperé a que la muerte me abrazara. No se dignó a venir a por mi, en su lugar, el frío atenazó mis músculos y me vi preso de una tiritona que me convulsionaba de forma tan agresiva que hasta el respirar me suponía un esfuerzo. Necesitaba ayuda, pero nadie estaba dispuesto a brindármela. Pasé una de las noches más duras de mi vida. Notaba la espalda desgarrada por cientos de sitios, la sangre seca cubría mis omoplatos como si de una fina película se tratase y con cada movimiento, por pequeño que fuera, alguna herida en proceso de curación se volvía a desgarrar provocándome sacudidas de dolor.
Gracias a los dioses por la mañana una persona entró en mi celda. Ordenó de forma rápida que me transportaran a una habitación caliente y allí se inició mi curación. Iba a ser un proceso largo, puesto que mi espalda estaba completamente destruida, pero el simple hecho de dejar de tiritar ya supuso un alivio para mi. Pasé las siguientes dos semanas entre somníferos y cataplasmas cicatrizantes y la verdad es que después de todo eso mi aspecto era mucho mejor. Había recuperado la vitalidad y las ganas de vivir y pronto podría levantarme sin miedo a desgarrarme la espalda. Grey no quiso esperar mucho más. Una mañana recibí un mensaje del gobernador y sus instrucciones eran claras.
“Dentro de una semana,-decía- tu y doscientos de mis soldados partiréis al frente. Las órdenes son claras. Os uniréis al ejército real y luchareis en mi nombre para defender nuestros territorios.”
Una semana pensé. Era demasiado poco. Simplemente me dio tiempo a seguir con mi recuperación y a escribir mil bocetos de la carta que iba a entregarle en secreto a Sophie. Nunca había tenido problemas para expresarme pero desde luego aquel era un duro momento de bloqueo mental. Mis sentimientos eran claros y mis intenciones también. Al final opté por la brevedad. Tras perder unas líneas rogándole me disculpará por lo acaecido y contándole mi evolución médica fui directo al grano.
“Volveré. Recuperaré mi honor en la guerra y volveré por ti. Espérame Sophie, te lo ruego espérame.”
Por fin llegó el día de mi partida. Hacia tan sólo un día que me había decidido a incorporarme. Mis heridas parecieron aguantar y me dirigí a hablar con el general. Lo primero que hice fue darle las gracias por su entrenamiento. Luego el me confesó que me había drogado durante mi tortura para evitarme la muerte, lo cual me hizo sentir aun más afecto por el. Era un buen hombre. Un hombre de la guerra, duro y aparentemente sin sentimientos, pero buen hombre a fin de cuentas. Le pregunté acerca de cómo veía mi situación a lo que me confesó que mi única alternativa era luchar en la guerra y rezarle a dios por un destino heroico y feliz. Le hice jurar que velaría por Sophie y que me mantendría al corriente de las nuevas de la ciudad, además le supliqué que le diera mi carta a Sophie, a lo que el aceptó a regañadientes. Como último detalle el general me devolvió mi armadura y mis espadas. Me emocioné. Parece mentira el cariño que se le cogen a esas pequeñas cosas del día a día y lo mucho que duele el perderlas. Iba a ser un soldado raso, desde luego, pero iba a ser el mejor soldado raso del mundo, o al menos el mejor equipado. Nos dimos un abrazo de hermanos y nos despedimos.
Mi siguiente destino fue la taberna. Supuse que Boby estaba allí y acerté por supuesto. Había sido mi único amigo, de eso no cabía duda y si en alguien hubiera depositado mi vida, hubiera sido en él. Como había podido presenciar en nuestros días juntos, el era feliz, y eso me bastaba a mi. Nos dimos un gran abrazo y tras desearnos la mayor suerte del mundo nos separamos con intención de volver a vernos pronto.
-Resérvame una jarra bien fría- le grité desde la puerta- y unas cartas para cuando vuelva. Pienso desplumarte hasta la última moneda de oro que hayas ahorrado Boby.
Él, nostálgico y emocionado, simplemente asintió y bajó la cabeza hundiendo sus labios en un buen vaso de alcohol. Estaba triste. Debía partir a un futuro desolador y dejaba a mi paso la breve vida que había logrado construir allí.
Mi obligación era servir a mi señor y en última instancia a mi rey. Hoy iba a partir para servirlos a ambos. Debía pensar en positivo. Mi sueño era luchar por el honor y las causas justas y ahora, por lo menos iba a luchar por las tierras que amaba. La verdad, en mi cabeza lo maquillé todo lo que pude para obligarme a darme ánimos aunque en mi corazón se había abierto un gran agujero negro de desesperanza.
Lo había soñado todo de forma demasiado diferente pero bueno, no era más que eso, un sueño, y todos sabemos de sobras que los sueños, sueños son, y que la vida siempre tiene un color menos perfecto y luminoso.

domingo, 13 de febrero de 2011

¡Capitulo 3! ¡Continúa la aventura!


Bueno ya está aqui el siguiente capítulo. Aún a riesgo de parecer pesado puesto que no se si alguien leera la historia...pido que el que lo lea opine...opiniones, críticas, lo que sea que ayude a mejorar será bien recibido.
Espero no os aburra mucho el capítulo y leais muchos más. Saludines!!




Sueños grises

La semana pasó sin más novedades y por fin llegó el día en el que volvería a empuñar una espada. Necesitaba distraerme sin ninguna duda. Sophie se había marchado y necesitaba algo que me impidiera, aunque sólo fuera por un instante pensar en ella. Me esperaban seis meses sin verla y si ya de por sí iban a ser duros, mejor no añadirle preocupaciones al asunto. Me vestí despacio por la mañana y después de desayunar algo me dispuse a ir al cuartel de entrenamiento. El general me recibió enseguida y me hizo esperar hasta que todos los demás hubiesen llegado. Me informó de mis nuevos horarios de entrenamiento y me aconsejó que eligiera un arma pronto. Según me dijo cada guerrero tiene predisposición para un arma concreta. El cuerpo de cada persona es diferente, me explicaron, y según como esté equilibrado o como reaccione a cada movimiento, el peso de cada arma influye en la fluidez de los golpeos. Yo estaba empezando y decidí seguir los consejos de aquel valorado maestro que me habían puesto y aprender el manejo de la espada y el escudo. Algo tradicional, según entendí.
Me sorprendió mucho como pasé el primer mes de mi entrenamiento. Mi cuerpo parecía listo para cualquier batalla pero sin embargo el general únicamente me hacía practicar fintas y estocadas absurdas. Además me hizo leer un libro sobre el arte de la guerra, que lejos de gustarme me pareció un aburrimiento increíble. Las clases comenzaron a coger algo más de ritmo con el segundo mes de entrenamiento. Me pusieron con un compañero. Era más pequeño que Pío, gracias a dios, y por lo que entendí pertenecía a una familia adinerada de la ciudad. Rápidamente comprendí que ambos éramos los rechazados de la familia que era el cuartel. Todos los demás pertenecían a casas nobles de la región y mi compañero llevaba desde su ingreso en el cuartel, poco antes que yo, siete meses de verdadero calvario social. Nos enfrentamos en un duelo fingido donde el fundamente era practicar estoques y posiciones pero yo ya noté como trataba de golpear siempre más fuerte que yo. Se llamaba Boby y tenía aproximadamente mi edad. Musculoso y de mi estatura, sus golpes eran enérgicos y contundentes. Aquel día llegue a lo que ya consideraba como mi casa, bastante cansado. El brazo de la espada me estaba pidiendo un descanso a gritos, por no hablar la de golpes que mi hombre había soportado a través del escudo. Cené tranquilamente y me fui a la cama. Necesitaba descansar, los días eran cada vez más duros y mi cuerpo arrastraba cansancio. Estaba motivado. La presencia de aquel nuevo personaje en mi vida me dio fuerzas para mirar adelante. Además la rivalidad que Boby había marcado desde los inicios me resultaba muy atractiva. El ser humano es competitivo por naturaleza. La victoria es algo que sabe muy bien. Yo quería ser el mejor, y por mucho que no tuviera nada en contra de mi compañero debería esforzarme al máximo si no quería verme superado, o peor aún, humillado.
Espadas, acción, rivalidad y nuevas experiencias se disponían en mi camino de forma aleatoria dándole un poco de emoción a mi rutinaria vida. Quizá fue eso, o quizá fue un mecanismo de defensa mío lo que me llevo a dejar de pensar tanto en Sophie y a asumir que estábamos separados, que nuestra amistad podía esperar y que lo más importante en ese momento era mi entrenamiento.
Los días fueron sucediéndose como si nada y pronto habían pasado dos meses más. Todo iba bien, la rivalidad con Boby lejos de disminuir iba en aumento y nuestro nivel, el de ambos, mejoraba notablemente. La motivación es algo importantísimo para mejorar en algo y nosotros por aquellos días estábamos muy motivados. Ambos teníamos muchas ganas de demostrar nuestra valía y los entrenamientos eran la mejor forma de lograrlo. Yo me creía muy habilidoso aunque viendo a la gente de mi alrededor no me quedaba más remedio que asumir mi inexperiencia. Las fintas y las estocadas ya las tenía dominadas, pero bueno, un combate es mucho más que teoría.
Ritmo de combate, un buen general, y el número de combatientes, aliados y enemigos, son factores que influyen y mucho en el devenir de una batalla.
Las semanas se aglomeraron en semanas y por fin entablé una relación de amistad con Boby. Nos necesitábamos. La soledad es una de las peores compañeras de esta vida y por aquellos días ambos estábamos muy solos. Yo ya me había acostumbrado aunque siempre tuve ganas de desprenderme de ella.Compartíamos comida y alguna jarra de licor en la taberna, siempre hablando tranquilamente del día, de nuestras familias, miedos, sueños, hasta que finalmente nos hicimos muy buenos amigos. Los entrenamientos dieron en aquellos días un giro inesperado. Éramos amigos pero el hecho de hablar y de conocernos cada vez mejor, agilizaba las batallas permitiéndonos describir bailes increíbles. El frío empezaba a apretar por las mañanas cuando recibí una carta de mi padre. Me animó mucho saber de él. Mi día a día era muy distraído y despreocupado, lo que generalmente me obligaba a vivir anclado en el presento sin pensar mucho en el pasado u el futuro. Según pude leer mi padre era feliz, el pueblo seguía creciendo y la vida allí era tranquila. Me rogó que le siguiera escribiendo contándole de mí y me invitó a ir a visitarlo en cuanto pudiese. Finalizó la carta diciéndome lo orgullo que estaba de mi y deseándome toda la suerte del mundo. Palabras bonitas que me sacaron una sonrisa de orgullo y satisfacción.
Los días se fueron acortando dando paso a noches largas y heladoras y a mañanas cubiertas de nieve. El uniforme de los caballeros era el mismo y el frío atenazaba mis músculos infligiéndome un dolor muchas veces tan grande que el mero intento de sostener en alto la espada era un esfuerzo. Un caballero debía estar preparado a cualquier situación, y las condiciones térmicas no eran una excepción.
Los siguientes meses supusieron para mi un paso increíble en lo que a dotes con la espada se refiere. Me convertí en un diestro caballero y la vida de entrenamiento comenzó a gustarme. Boby, mi único gran amigo, me seguía muy de cerca en cuanto a habilidad con la espada se refiere y ambos estábamos muy contentos con nuestros progresos. Pronto finalizaría nuestra primera etapa de entrenamiento y para ello debíamos obtener el beneplácito del general. Estábamos confiados en conseguirlo y la vida parecía sonreírnos a ambos. Sophie me había escrito una carta que respondí con gusto. Regresaba en cosa de un mes a palacio. La noticia me recorrió todo el cuerpo y me dio fuerza extra para afrontar el día a día. Había pasado seis meses muy largos añorando su conversación y su preciosa sonrisa y por fin podría volver a verla.
Todo sucedió según lo previsto y tres semanas después de la carta de Sophie el general Arturo nos dio la gran noticia. Iban a ordenarnos caballeros. La ceremonia tendría lugar en el palacio del gobernador Grey y si algo lamenté muchísimo fue que Sophie no fuera a presenciar ese momento. El ser ordenado caballero era un rango distintivo menor, puesto que los caballeros respetados eran los grandes caballeros, por así decirlo, como un escalafón más alto que lo que yo iba a ser. Los caballeros eran mandados por estos grandes caballeros y estaban a disposición del gobernador y del rey en cualquier momento. Ser caballero era una vida dura en la que se debía siempre estar dispuesto a combatir por la causa justa. El general nos dijo que debíamos acudir a la herrería y que por orden suya debíamos elegir nuestras armas y nuestra armadura a nuestro gusto. Cuando me dirigí al herrero, todo fue muy rápido. Nos tomó medidas y nos dijo que pasáramos a recoger las cosas en tres días. Como armas yo elegí dos espadas. Adoraba luchar con dos espadas a excepción de lo que la mayoría prefería. El escudo me resultaba un incordio y si bien lo manejaba perfectamente, mi defensa era mucho más brillante con los dos mandobles. Recogimos nuestras armaduras en el mismo día de la ceremonia, por la mañana. Con tonos granates y negros me dieron una armadura que me dejó maravillado. Cota de malla y cuero endurecido se unían en perfecta armonía creando un traje ligero y resistente sin duda. El emblema de los Grey brillaba en el pecho y sólo el mero hecho de tenerlo puesto me hacía sentir más importante.
La ceremonia fue mero protocolo. El general dijo unas palabras de ánimo y aliento recalcando en todo momento que debíamos seguir entrenando. El discurso concluyó explicando que la guerra no es ningún juego y que sólo el trabajo duro y el entrenamiento constante garantizan la supervivencia en un campo de batalla. Palabras duras, desde luego, pero como bien aprendí con el tiempo, completamente ciertas.
Aquella mañana comí por primera vez como caballero y la sensación era bastante realizadora. Los siguientes días los pasé completamente absorto en mi mundo de felicidad e ilusión y la espera por Sophie se me hizo muy larga. Quería verla, y quería verla ya. Teníamos cosas de las que hablar y cientos de momentos que revivir juntos. Su amistad me alegraba los días y seis meses eran muchos días.  Por fin llegó el momento que tanto había esperado. Me vestí con mi armadura y bajé abajo dispuesto a esperar de forma disimulada su regreso. Pasee un poco por la plaza, deambulé sin sentido por las calles, hasta que finalmente, con el sol brillando alto en el cielo, su llegada fue anunciada. Me aproximé hacía el carruaje donde viajaba para intentar por lo menos verla y así fue. Sophie bajó con cuidado. Iba vestida elegantemente con un vestido rojo finamente cosido y sus ojos destacaban más que cualquier otra parte de su cuerpo. Estaba radiante y sonreía a todo aquel que se le acercaba. Yo sabía cual era el lugar que me correspondía y me quedé observando en la distancia hasta que sus ojos se depositaron en mí. Me dedicó una sonrisa amable y volteando la cabeza entró en palacio. Fue un poco decepcionante. Quizá no esperaba gritos u abrazos pero me hubiese gustado un saludo más cariñoso. Su actitud desde luego me vino bien. Sólo habíamos compartido dos momentos de nuestras vidas y aunque para mi significaron mucho, era posible que para ella no. Fue un tirón de orejas, un balde de agua fría que me transportó inmediatamente al mundo real. Un mundo donde yo era un simple caballero más del montón y ella era la hija de un gobernador. Me fui al cuartelillo un poco alicaído y aquel día mi cabeza no logró concentrarse en las espadas en ningún momento. Golpes fallidos, estocadas mal elaboradas y defensas imperfectas fueron los causantes de una buena reprimenda del general. “los combates de verdad no tienen cabida para fallos, Will, si fallas, vete asumiendo tu muerte”. Fueron palabras de reprimenda que cualquier otro día me hubiesen dado que pensar, pero la verdad es que en aquel momento me resbalaron.
Tuvo que pasar una semana hasta que recibiera una carta de Sophie. “tenemos una comida pendiente” ponía en ella. “pasado mañana, después del mediodía”. Por un lado me alegré mucho y por otro me angustié de mala manera. Habían pasado seis meses para ambos y la relación por poca que hubiera habido, ya no sería la misma. Me sentí de vuelta a mi pasado. Nervios, poca confianza en mi mismo y balbuceos volvieron a mi orden del día. Tenía ganas de verla a pesar de su pobre saludo pero desde luego mi confianza se había esfumado casi por completo.
Las horas hasta el momento en el que Sophie me había citado se me hicieron una verdadera pesadilla. Sudores fríos, cambios de humor y el corazón en un puño me llevaron a ni tan siquiera poder desayunar aquella mañana. Como ya hice seis meses atrás pasee toda la mañana por la zona de la plaza. El tiempo parecía no pasar para aquellos tenderos avariciosos o para aquellos negocios rústicos que invadían cada rincón. El herrero estaba un poco más gordo y el joyero había perdido cualquier resto de pelo de su cabeza, pero su voz y su negocio seguía como siempre. Imperturbable al paso del tiempo. Me dirigí al salón sin demora y allí estaba ella. Estaba preciosa, con el pelo rizado suelto y la frente despejada con una preciosa diadema. Sus ojos parecían más grandes de lo que ya eran y sus labios dibujaban una sonrisa que invitaba a la obnubilación. Mi armadura chirrió cuando me senté en aquella silla y fue como si volviera seis meses atrás. Mi aspecto era parecido y mis nervios eran los mismos que aquel día, sin embargo todo fue muy fácil. Sophie me preguntó por mi entrenamiento, se interesó por mi ascenso a caballero y la conversación, sin que yo me diera cuenta, se desenvolvió de forma natural. Sin darme cuenta le pregunté por sus estudios y por sus vivencias lejos del hogar. Me descubrí interesándome por sus asuntos y sonriéndome por sus graciosas anécdotas. La comida se nos hizo muy corta y en un alarde de valentía le volví a preguntar si íbamos a volver a vernos. Me miró muy sería a la cara y me dijo que le encantaría. Aquellas palabras todavía me hacen sonreír hoy en día. Es increíble lo grata que es esa sensación de lograr un propósito y más aún cuando se trata de una mujer.
Me sorprendí a mi mismo volviendo a mi casa pensando en las musarañas y recordando el movimiento de sus labios al hablar o los movimientos de sus cejas a modo de interrogación o sorpresa. Me gustaba. Nunca antes había sentido algo así. Desde pequeño había visto a la mujer como una gran desconocida. Sin figura materna en mi familia y una infancia marcada por los viajes de mi padre nunca había logrado hablar lo suficiente con una misma mujer como para sentir lo que hoy sentía. Habíamos acordado volver a vernos pero no habíamos fijado una fecha concreta. Los días siguientes los pasé sin complicación alguna. Volví a ser yo en los entrenamientos. Mi espada y mi pulso recuperaron la agresividad y eficacia que un día tuvieron y incluso me encontré lo suficientemente motivado como para incrementar el grado de intensidad del ejercicio.
Los próximos dos meses fueron los dos mejores meses de mi vida. Sería imposible no detenerse de forma larga y pausada en este magnifico momento de mi existencia. Con los años comprendí que la vida es una incansable lucha por encontrar la felicidad. Unos logran alcanzarla, y otros sin embargo se rinden en este tortuoso camino y abandonando se resignan a una vida de soledad. Siempre diré que vivir sin amar es vivir a medias y gracias a dios yo he logrado vivir plenamente en ese aspecto.
Por aquellos días Sophie iluminó mi rutina como si de un foco de luz se tratase. Mi cerebro revoloteaba constantemente con el mero hecho de poder verla, aunque eso no siempre era viable. Los días de duro entrenamiento pasaban de forma rápida y mi rendimiento era francamente bueno. Mi dominio de los dos mandobles progreso mucho, mi resistencia física era insuperable y mi juventud hacía todo lo demás. Escribí a mi padre contándole todo lo que me estaba pasando. Tristemente, la distancia es siempre una traba muy importante en lo que a una relación paterno filial se refiere. Yo ahora tenía una nueva vida, un presente ocupado y un futuro por descubrir, y mi padre no formaba parte de mi vida cotidiana. Le conté todo lo que me había sucedido en mi vida desde nuestra última carta y me entretuve con especial interés en describirle a Sophie.
Nuestras reuniones se fueron con el paso de las semanas haciendo cada vez más frecuentes y pronto quedábamos para vernos prácticamente todo los días. Su vida de médico del gobernador la mantenía ocupada en asuntos menores. Su padre era una persona influyente y poderosa y contento con el trabajo de su hija le había acondicionado una pequeña salita en la plaza donde Sophie citaba y atendía a sus pacientes. No me cansé nunca de ver como su mirada se iluminaba cuando los pacientes agradecían sus servicios y atenciones. Era una mirada de realización y felicidad que se contagiaba con mucha facilidad. Vocación. Todo se resume a hacer las cosas con dedicación y con amor. Lo demás carece de importancia. Para nuestra relación su gabinete fue muy útil. Numerosas veces nos reuníamos allí. Yo le llevaba la comida, nos íbamos a cabalgar e incluso alguna vez comíamos en palacio. No era algo normal que la hija de un gobernador entablara tal relación de amistad con un mero caballero cualquiera de su padre por lo que las malas lenguas enseguida comenzaron a opinar al respecto. En aquel momento no nos importó. No hacíamos nada malo y la amistad es como una llama en el corazón de las personas. Una vez encendida, su ausencia es una verdadera crueldad. Sophie y yo éramos muy parecidos. Nos gustaba ayudar a la gente y sobretodo nos considerábamos personas honradas y buenas. Quizá fue eso lo que nos cegó y no nos dejó ver que no todo el mundo era como nosotros.
Si nos remontamos a mi pasado, yo nunca había podido disfrutar de una amistad y menos aún con alguien del sexo opuesto tan intensa como la que por aquel entonces tenía con Sophie. Mis sentimientos hacía ella eran claros y según lo que yo sentía cuando hablaba con ella, los suyos hacia mi eran los mismos. Ya no podía contar las innumerables ocasiones en que nuestras manos se habían enredado con cariño o simplemente nuestros ojos se habían unido hasta el punto en el que separarlos resultaba la opción más dolorosa. Besarla. Quería besarla desde hacía por lo menos tres semanas pero mis principios como caballero y la insalvable distancia de su linaje me habían impedido dar el paso. Una mañana mi general del cuartelillo me hizo llamar. Yo no tenía ni idea de cual podía ser su recado pero cuando lo vi en su silla sentado mirándome inquisitivamente, até cabos.
-William –comenzó-  tienes que separarte de la hija del gobernador. No puede existir nada entre vosotros. Ella es una noble y tu eres el hijo de un carpintero que con suerte y mucho trabajo ha alcanzado lo que es hoy. Si sigues con ella te condenarás y nada ni nadie podrá salvarte de ello.- Tras esas palabras el general hizo una pausa y sus manos se juntaron sobre la mesa en gesto conciliador-
Hay rumores William- suspiró-el gobernador Grey los conoce y no dudará en mandarte a pelear bajo el mando del rey en el frente del Norte. Los bárbaros se agrupan hijo, se agrupan por miles y quieren conquistar terreno del rey. La guerra no es un juego, y si sigues con Sophie, no sólo iras a la guerra sino que perderás todo por lo que has soñado y entrenado.
Tras semejante cantidad de palabras mi moral se hizo añicos. Me senté en la silla frente al general y lo miré muy serio.
-Somos amigos, general, no tengo muchos actualmente y su compañía me distrae de la gran tarea de entrenar.
Conozco mi lugar-mentí- no puede pedirme que me separe por las buenas de ella.
La conversación pareció haber terminado o por lo menos el silencio se alargó demasiado, hasta que me dijo muy serio.
-Es tu vida William, tienes talento y has entrenado bien, confío en que sabrás actuar acorde con ello.
Después de esas palabras que para mí sonaron a medio reprimenda me levanté y salí de la sala. Me dirigí a la taberna y para no variar allí estaba Boby. Hacia ya algún tiempo que nuestra relación se había enfriado. Ambos éramos ya caballeros y si bien seguíamos entrenando juntos, las aficiones de el y las mías no eran para nada las mismas. Yo perdía mi tiempo con Sophie y el jugaba, bebía y disfrutaba de los placeres que le brindaba el burdel. Más concentrado en su carrera como caballero que yo, recientemente había realizado ciertos viajes escoltando cargamentos bajo órdenes del Señor Grey. Eran misiones de poca monta para mantener a los caballeros ocupados y la verdad es que resultaban más engorrosas que otra cosa. Le hablé de mi situación. Le conté con sinceridad todo lo que rondaba mi cabeza y me descubrí escuchando sus consejos.
-Aléjate -me dijo- esa moza no es para ti.
Aquella tarde en la taberna se alargó hasta la madrugada. El alcohol me transformó y a la mañana siguiente mi cerebro no cesaba de rumiar pensamientos terribles. Trataba de convencerme a mi mismo sobre mi devenir y sobre lo que realmente era bueno para mi. En un alarde de hacer caso a los consejos de Boby y el general decidí que no podía tirar por tierra todo mi entrenamiento por una mujer y comencé a distanciarme de ella. Me resultó francamente muy complicado. Me sorprendía a mi mismo intentando pasar por delante de su puestecillo en la plaza, o incluso buscaba encontrármela accidentalmente. Los siguientes tres días los pasé con Boby. Entrenábamos hasta la extenuación y luego íbamos a la taberna de la plaza. Bebíamos hasta que nuestra mente sólo era capaz de responder a los estímulos más primarios y jugábamos perdiendo generalmente los pocos ahorros que teníamos. Nunca antes había bebido alcohol de forma tan prolongada lo que resultaba una sensación completamente nueva para mí. Al principio notaba como el embotamiento se apoderaba de mi cuerpo hasta el punto de que mi cerebro se bloqueaba impidiéndome pensar en Sophie. El alcohol era mi medicina contra mis sentimientos y de momento funcionaba muy bien. Llegaba a mi alcoba en un estado que en otro momento de mi vida me hubiera avergonzado. El mero hecho de recordar cada mañana el día anterior me clavaba una estaca en el pecho. La cabeza me dolía, el estomago se empeñaba en subir por mi pecho y clavarse amargamente en mi garganta y mi simple olor corporal me repugnaba hasta el extremo de hacerme vomitar. Pero bueno, todo eso ya estaba inventado, era fruto del alcohol, y sinceramente, el mal de amores me resultaba mucho más molesto que cualquier dolor corporal.
Aquel día, inicie mi rutina siguiendo el mismo esquema que los anteriores. Desayuné a duras penas y mi estomago protestó a cada bocado. Salí a la calle en busca de la frescura de la mañana y el cálido sol y me encontré con Boby en la plaza. Él tenía mucho mejor aspecto que yo, lo que me llevo a pensar que su cuerpo ya estaba acostumbrado a esos escarceos abusivos con el alcohol. Fuimos a entrenar y pronto el duro ejercicio físico se antepuso al malestar y a las protestas de mi cuerpo. La cabeza me seguía molestando y mis reflejos no estaban en su mejor momento pero el entrenamiento transcurrió sin pena ni gloria. Tras la parada de la comida  y una ligera sesión de lanzamiento con flechas de la tarde el día acabo en la posada de siempre. Aquel día estaba más observador que de costumbre. El camarero era el mismo de siempre. Un hombre de pocas palabras y con aspecto poco amistoso que si bien mostraba cierto afecto por Boby a mi no me dedicaba ni una palabra. Deduje con inteligencia que en temas de tabernas la antigüedad es sinónimo de respeto y que por mis esporádicas borracheras no había obtenido todavía ningún galardón. Aquella era tarde de cartas y la verdad es que sólo pude aguantar tal aburrimiento gracias al alcohol. Las cervezas dieron paso a los alcoholes fuertes y el sol se acostó en el horizonte. La tarde se puso interesante cuando en el bar entraron unas cuantas mujeres de muy buen ver con el fin de satisfacer a la clientela. Fulanas, putas, mujeres de la vida o simplemente pobres trabajadoras indefensas como luego pasé a llamarlas. Tenían un trabajo duro. Tenían un trabajo arriesgado ,pero bueno a fin de cuentas tenían trabajo. El ser puta estaba muy mal visto por todos aunque desde luego yo siempre las respeté. No es algo fácil tener que rendirse a cualquier hombre sin importar su apariencia, su hedor o incluso sus formas. Boby era un abonado a estas prácticas y su aspecto fornido y guerrero no debía desagradar a las mujeres que prácticamente se lo rifaron nada más entrar en la taberna. Las comprendí sin demasiado esfuerzo. En comparación con la calaña que llenaba el local, Boby era una perita en dulce. Yo rehusé la oferta de dos hermosas damas que con sus largos dedos trataban de animarme hacia donde en otras circunstancias mi cerebro no hubiera querido ir. Sus curvas se convirtieron en una tentación insoportable y mi mente me instigaba sin piedad para que fuera con ellas. Ese era uno de los problemas del alcohol. A golpe de jarras de cerveza mi cerebro había logrado difuminar la línea de lo correcto situándome en una situación peligrosa. Me levanté como si de un resorte me tratase y me despedí de Boby con un gesto de cabeza. El camino a la puerta parecía haberse alejado notablemente desde mi llegada al bar y las sillas antes ordenadas parecían dispuestas como trabas en mi camino hacia el exterior. Respiré hondo con fuerza y ordené a mis piernas que caminaran de la forma más sólida posible. Uno- dos, uno- dos. Por fin, tras un par de tropezones tontos conseguí llegar al exterior donde sumergí la cabeza en una fuente. Aquel día había bebido mucho más de lo que un hombre puede soportar. La vista ya no quería obedecerme y lo que es peor, mis piernas tampoco. Me quedé allí sentado en el centro de la plaza como si de un mendigo me tratase esperando a que mis funciones vitales regresasen a mi cuerpo. Me recosté, miré el cielo estrellado y me sumergí en un medio sueño intranquilo. Unas ligeras sacudidas interrumpieron mi agitado descanso y me transportaron de nuevo a la realidad. Seguía siendo de noche y frente a mi tenía a Sophie. Parecía agotada. Su sonrisa siempre dispuesta a aflorar a sus labios parecía en aquel momento inexistente. La noté rara y seria y mi cuerpo ya no aguanto más. Agaché la cabeza y entre mis piernas, justo a los pies de Sophie vomité hasta que no quedó nada más que un torturado estomago en mi interior. Me sentía mejor. La lucidez parecía volver poco a poco a mi cabeza aunque todavía sentía la euforia provocada por el alcohol. Caminamos en silencio y nos dirigimos a la consultita de Sophie. No hubo conversación y después del bochorno anterior, yo ni siquiera quería prolongar nuestro encuentro. Dormir, esa era la función primaria que ocupaba todo mi cerebro. El silencio llegó a un punto crítico y por fin ella lo rompió.
-Ya no vienes a verme- dijo de sopetón- ¿por qué?
Me quede un poco bloqueado por lo directo de la pregunta pero rápidamente y en un arranque de sinceridad y valentía le dije:
-Nuestra amistad es imposible. Sophie, me encantas, adoro tu sonrisa, no puedo dejar de pensar en ti sin la ayuda del alcohol. Mi general me ha avisado, tu padre nos vigila, se huele algo, el pueblo cuchichea rumores sin sentido y yo ya no puedo más. –dije sin rodeos mientras hundía mi cabeza en mis manos-
No puedo renunciar a mi vida, a todo lo que he conseguido. Tú eres una noble y yo soy el hijo de un maestro constructor de un pueblo pequeño. Nuestra amistad no va a hacernos más que daño y yo no puedo seguir. Entiendo que tú no veas las cosas así y que sólo busques en mí a un amigo, pero yo no puedo conformarme sólo con eso. Necesito más. Y si consigo más, tú y especialmente yo, lo perderemos todo.
Tras esa especie de declaración de intenciones y ya con las cartas sobre la mesa entendí que lo único que debía de hacer era levantarme y marcharme de allí. El silencio lo envolvía todo y ante la ausencia de replica hundí la cabeza en los hombros. Un instante después sus finos dedos rodeaban mi cuello levantando mi rostro en dirección hacia ella y sus labios se unieron a los míos en lo que supuso mi primer beso. Que maravilla. Sus labios eran carnosos y húmedos y sus manos tiernas y suaves. Cuando nos separamos mi cara de sorpresa debió de ser suficiente pregunta para que ella comenzara a hablar.
-Yo también siento eso por ti Will, como no voy a sentirlo. Para mi no eres un mero plebeyo. Eres valiente, entregado, atractivo y sobretodo, eres el hombre que quiero para compartir mi vida. ¿Qué importa de donde vengamos? Lo importante, es hacia donde nos dirigimos, y yo sé que donde tu vayas, querré estar yo.
Tras esas frases nuestros labios se fundieron de nuevo y nos recostamos en la cama destinada a los enfermos de Sophie. Fue la mejor noche de mi vida sin duda. Nuestros cuerpos se fundieron en uno y la ternura y las caricias lo ocuparon todo. Su cuerpo era como la fruta prohibida que por fin mis ojos pudieron contemplar en todo su esplendor. Nos dormimos abrazados entre risas, cuchicheos picarones y miles de besos y desee con todas mis fuerzas que nunca terminase ese momento.
A pesar de mis suplicas a dios para que congelara el tiempo, la noche dio paso al sol y los primeros rayos del alba se colaron por la ventana. Me desperté abrazado a Sophie e incluso me pellizqué por miedo a que fuera una alucinación provocada por el alcohol de la noche anterior. No. Aquello era real. Todo sucedió muy deprisa. Se escucharon unos golpes en la puerta que interrumpieron nuestro pasional beso de buenos días y el general, acompañado de seis soldados de la guardia irrumpieron en la habitación. Me asusté. Me levanté y traté de empuñar mis espadas, pero la efusividad de la noche anterior las había desplazado demasiado lejos, al igual que a mis ropas. Sophie, tapada y recostada en la cama dibujó una mirada de terror cuando el gobernador Grey entró en la salita. No cabía nadie más y eso casi me hizo gracia a pesar de lo crudo de la situación. El general me miraba compasivo pero el odio de la mirada de Grey era capaz de herirme muy hondo en mi moral.
-Lleváoslo, que se vista y se presente inmediatamente en mi gran salón.- ordenó.
Traté de revolverme y asesté tres o cuatro golpes que tumbaron a dos de los guardias, sin embargo el general era demasiado buen guerrero para mi, y más aún estando desarmado. Me asestó un golpe por detrás en la cabeza y la sala se oscureció ligeramente. Caí de rodillas y tuve que obligarme mi mismo a centrar la mirada y a no abandonar a Sophie. Volví a levantarme. Fue una sorpresa para todos pues el mazazo del general debería haberme noqueado. Conseguí armarme de una silla y tumbé a dos guardias más. Sophie grito de repente y suplicó para que no me hicieran daño pero las órdenes de su padre prevalecieron sobre las suyas. Sophie salió a rastras de la habitación envuelta en una sabana y yo la seguí como pude mientras me deshacía de otro de los guardias de un empentón. El general decidió no intervenir más en la reyerta lo que me dio cierta fuerza. Cuando salí a la plaza el revuelo era inmenso y el panorama para mí desolador. Había muchos más guardias y cuando contemplé la mirada del general vi suplica en sus ojos con afán de hacerme cooperar. Me volví loco. La furia lo invadió todo en mi cerebro y logré situarme al lado de Sophie quedandome rodeado por los soldados de Grey. Ella estaba sujeta por dos guardias y su mirada casi me congeló el corazón. –Ríndete- me susurro y fue exactamente lo que hice. Baje los brazos frente a ella y dos guardias se me arrojaron encima. Eran dos de los de antes que heridos en su orgullo por no haberme inmovilizado, se desquitaron muy a gusto. Con un palo en la mano, uno de ellos me hizo caer de rodillas frente a Sophie de un golpe en la espalda. Y no contento con esa rendición el palo volvió a golpearme esta vez en la cabeza lanzándome hacia delante inconsciente. Dolor dolor y más dolor fue lo que sentía en ese momento. Tanto físico como en el orgullo. Nos habían descubierto e iba a perder mi vida pero por encima de todo me preocupaba las consecuencias para Sophie. La amaba tanto que no podría verla sufrir por nada del mundo. Finalmente ya en el suelo perdí la conciencia mientras escuchaba los gritos de Sophie y notaba como alguien me levantaba en el aire y me desplazaba. Por dios, rogué, déjanos salir impunes de esto.



viernes, 11 de febrero de 2011

Capitulo 2 (tercera parte y última)

Bueno, final de capitulo. Espero os deje ganas de seguir leyendo!!




[...] El sol llegó antes de lo que mi cuerpo a medio descansar hubiese querido. El desayuno tardó dos horas por lo menos en llegar y cuando llegó ya estaba cansado de esperar. Me preparé para volver a dar un paseo, esta vez por delante del cuartel y de ese modo observar con disimulo como entrenaban el resto de caballeros ya prácticamente formados. Me pregunté como se realizarían las selecciones, cuanto durarían los entrenamientos y de donde habrían  salido todos esos hombres. Con el tiempo me fui enterando de todos esos detalles. Los entrenamientos se realizaban prácticamente durante cinco años y eran tan duros que sólo unos pocos de los que comenzaban lograban terminar. Cuando mi condición de novato fue perdiendo validez me di cuenta que este cuartel era conocido por entrenar a gente de la nobleza, si bien, algunos llegaban allí de casas adineradas de la región. Su reputación era impecable y el maestro de armas era reconocido en todo el reino. Mientras les espiaba pude contemplar como dominaban el arte de las armas. Cada uno empuñaba una diferente. Espadas largas, escudos, puñales cimitarras y lanzas se entrecruzaban en una danza mortal. Algún día iba a ser mejor que ellos, no importaba cuanto tiempo pudiera costarme aunque de momento sólo pudiera hacerme esas promesas absurdas. Continué con mi camino y tras pasear por unos puestos de la plaza me encontré con un vendedor ambulante de libros. Mi padre me enseñó a leer y eso fue un regalo que nunca podré terminar de agradecerle jamás. Decidí adquirir un libro que relataba las aventuras del rey Storion, y como con la ayuda de sus amigos había recuperado el trono de su padre caído a manos de su enemigo Drusa. Me senté a disfrutar de aquel relato debajo de un árbol y realmente me sorprendí al encontrarme por fin después de tanto tiempo contento por algo. Comí unas manzanas rojas que llevaba encima sobrantes del desayuno y tras la intensa lectura reposé debajo de aquel árbol durante un rato. Me desperté sobresaltado cuando las manos de un paje me sacudieron los hombros con frenesí y me arrancaron del mundo de los sueños. Asustado por la intensidad de las sacudidas le pregunté que, qué era lo que quería de mi. El paje pareció un tanto arrepentido de su falta de tacto y alargando la mano me tendió lo que parecía un sobre con una carta.
“ Para William Humpton” decía la parte de fuera del sobre. Levanté la cabeza con gesto interrogativo y descubrí como mi asaltante se iba a paso ligero de vuelta al castillo. Intrigado rompí el sobre y descubrí una nota escrita en un pergamino. La caligrafía era fina y cuidada y tras olerla pude descubrir un ligero olor a frambuesa sobre el papel.
“Ya han pasado cinco meses desde que de manos de unos maleantes vuestro acero tuvo el detalle de salvarme- empezaba la nota- Y todavía no he tenido la oportunidad de intercambiar siquiera dos breves miradas con vos. Permitidme el honor de comer en su compañía. Mañana. En la sala de banquetes pequeña. Atentamente : Sophie Grey.”
Levanté la cara del papel no sin antes releer las líneas escritas y perplejo me recosté de nuevo sobre aquel árbol. Después de tanto gesto altivo y después de tal desprecio por su parte la hijita consentida del gobernador por fin se dignaba a hablar a aquel que arriesgó su vida por salvarla y que además recibió una paliza inmerecida por su culpa. Sorprendente. Aún a día de hoy me resulta un gran misterio el por qué de esa comida, si bien, ya he aprendido a aceptar que las mujeres son un gran desconocido para el hombre y que eso es uno de sus grandes atractivos. Uno de tantos, por supuesto. El sol comenzaba ya a acostarse en el firmamento cuando cansado de leer y con ganas de cenar algo caliente, me dispuse a regresar a mis aposentos donde debería elegir cuidadosamente mis prendas para por lo menos no decepcionar demasiado a mi anfitriona. Había leído toda la tarde con la intención de bloquear mis nervios por la carta recibida y traté de mantener mi mente ocupada durante toda la cena por miedo a caer en el pánico. Cuando mi amiga la doncella se llevó los restos de la cena se me ocurrió la brillante idea de pedirle por favor para el día siguiente la bañera, un peine, una navaja y un espejo para poder arreglarme convenientemente. Mi aspecto no es que fuera algo desagradable pero desde luego la vida de entrenamiento no era una vida compatible con la elegancia y según el reflejo del río, mi pelo y mi barba estaban completamente descuidados. La noche pasó sin más dilación y por fin llegó la mañana. Estaba nervioso y no había dormido todo lo bien que me hubiese gustado. Nunca había quedado con una mujer y por más que intentaba ponerme en situación, todo parecía demasiado surrealista. Tal y como había pedido el día anterior, mi doncella llegó con dos ayudantes y una bañera con agua. Más que una bañera era un cubo circular, pero bueno, suficiente. Una vez estuve limpio y reluciente me contemplé en el espejo. Menuda decepción. Mi cara tenía marcas de heridas recientes. Mi barba me resultó muy desagradable a la vista. Y mi pelo parecía una enredadera. Cogí la navaja con cuidado y me afeité por completo. Volver a tener cara fue una sensación rara pero agradable y por supuesto me juré a mi mismo que trataría de cuidar un poco más esa parte de mi anatomía. Con el pelo no sabía muy bien que hacer y por miedo a empeorar la situación me repeiné hacia detrás y me vestí despacio. Elegí un conjunto de color claro que a mi juicio y en la opinión del comerciante de la plaza no sólo me sentaba muy bien, sino que además estaba a la moda actual. Una vez me encontré medio conforme con mi aspecto y cerca ya del medio día, me dispuse a ir en busca de Sophie y esa comida pendiente. Me sorprendió mucho contemplar como era capaz de colocarme una cota de maya a una velocidad increíble y como conjuntar la ropa o arreglarme barba y cabellos eran dos actividades tan lentas y costosas. Entrenamiento, todo en la vida se resumía en entrenamiento y el campo de la higiene personal lo había dejado un poco de lado.
Asumiendo mi poca mano para esas cosas y con un enorme nudo en el estómago bajé las escaleras y me presenté en la sala donde me citaba la carta. Ya me estaba esperando. Llevaba un traje blanco ajustado a la cintura y un bonito escote palabra de honor. Su pelo estaba finamente recogido con una diadema de diamantes y le caía suelto por la espalda. Para que auto engañarse, Sophie era preciosa y por mucho que traté de disimular no pude evitar poner una cara de pasmado increíble. Intenté sonreír y agasajarla con un cumplido pero la voz me sonó débil y poco convincente, por no mencionar el tartamudeo del final de la frase. Fue bochornoso. Todavía recuerdo ese momento por lo mal que lo pase. Pero Sophie no esperaba a un caballero. Tampoco esperaba a un hombre hablador. Aparentemente sólo quería conocerme y la situación le hizo tanta gracia que comenzó a desternillarse delante de mí como si de una actuación cómico-trágica se tratase. Al final las risas pasaron y para evitar que mis rodillas, sometidas a una presión brutal, pues temblaban a la vez, me dejaran en evidencia, me senté. Lo logré sin mayor problema y se sirvió el primer plato. La comida transcurría en silencio absoluto y yo no era capaz de tomar iniciativa alguna, hasta que por fin ella tomó las riendas de todo.
-Cuéntame William, ¿Puedo llamarte Wiil?- Preguntó acortando las distancias desde el principio-  ¿Cómo te van los entrenamientos con el general?
Un poco menos nervioso y dispuesto a ser agradable le di mi consentimiento para el tuteo, si bien, yo conservé la educación, por supuesto.
-Los entrenamiento han sido muy duros, mi señora. El general es un hombre serio y duro y conmigo no hace excepciones. Mis compañeros ya me consideran el enchufado del cuartel, no pienso darles más motivos de burla.
Quizá fui más duro de lo que me hubiese gustado. Nuestros ojos estaban fijos los unos en los otros y el tiempo incluso parecía pasar más despacio.
-Es curioso-Retomó Sophie- jamás imaginé que tu sueño sería ser caballero. Es una vida de servidumbre y de penurias. Pensé que quizá tu vocación era otra. Yo por ejemplo estoy estudiando medicina, por eso he estado tan ausente de la vida de palacio. Quiero ayudar a los demás, sentirme útil para el resto. ¿Por qué caballero?
Increíble. ¿Medicina? La medicina era una ciencia demasiado experimental. Poco testada y todavía sin desarrollar, los remedios medicinales a base de plantas y el manejo de la sutura, recolocación de huesos y la cura de heridas era de las pocas salidas que le encontraba yo a ese oficio. De todos modos me mostré sorprendido e incluso me interesé acerca de sus estudios e investigaciones.
-Me sorprende mucho que una persona de su influencia, mi señora, se dedique a tales menesteres, sin embargo me parece un oficio muy honorable y estoy seguro de que destacará en todo aquello que se proponga.
Ya desde el momento que mi boca lo decía me pareció demasiado formal, y rápidamente Sophie se encargó de decírmelo.
-Por favor, llámame Sophie, Will, a fin de cuentas me salvaste la vida, y eso es algo que siempre te deberé. Sin embargo, si quisiera hablar con un loro que me alabase completamente todo lo que mi boca escupiera llamaría a un criado. Yo quiero que me trates como a un igual. Quiero saber lo que piensas y no quiero seguir con esta comida si tu intención es meramente aduladora.
Me quedé un poco sorprendido pero mi cerebro tomó las riendas de mi desconcierto con mucha rapidez. Su respuesta había acabado completamente con el teatrillo que mis palabras estaban generando y ya sólo me quedaban dos opciones. Bloquearme, levantarme e irme, o ser franco y directo como ella. Elegí la segunda opción.
-Sophie- comencé- pertenecemos a mundos muy diferentes, eso desde luego, pero hay algo que siempre he querido preguntarte. ¿Por qué no te has dignado a hablar conmigo hasta hoy?¿ Por qué no evitaste mi tortura hasta que la muerte acarició mis mejillas? No entiendo que es lo que buscas con esta comida, yo quiero ser caballero, un caballero de tu padre, y si bien mi sueño no era este, actualmente si lo es y no pienso permitir que tu caprichosa voluntad se interponga entre yo y mi destino.
La mirada de ella se volvió muy penetrante y logró imponerme un poco. Rápidamente me sumergí en aquellos ojos verdes que parecían haberse agrandado por momentos. Me sonrió. No supe si eso era una buena o mala señal, pues con el tono de mi voz había me había propasado, aunque las carcajadas posteriores me tranquilizaron un poco.
-A eso me refería Will. Sabía que clase de personas eras desde el momento en que viniste a socorrerme arriesgando tu vida sin esperar nada a cambio. Serás un buen caballero, eso seguro- dijo mientras seguía sonriéndome.- has sido sincero y te lo agradezco, y ahora mereces respuestas. Tuve miedo Will. Yo estaba desobedeciendo a mi padre. Me encanta montar a caballo cuando sale el sol. Sentir la naturaleza en todo su esplendor. Las gotas de rocío perlan los árboles y el bosque cobra vida bajo las zancadas del caballo. Es algo maravilloso que mi padre no me deja disfrutar. Me escapé para poder cabalgar con tan mala suerte de que me atacaron esos salvajes. Huía de ellos cuando me caí del caballo y quedé a su merced. Todavía tengo miedo por las noches cuando recuerdo el tacto de sus manos sobre mi cuerpo tratando de forzarme. Pero apareciste tú, Will, y me salvaste. Respecto a todo lo que pasó después sólo puedo pedirte perdón. No sabes la de momentos que he estado culpándome por lo que te hicieron, pero sé que sólo puedo pedirte perdón, esperar que me perdones y rogarte que aceptes mi amistad y mi eterna gratitud.
Estaba completamente pasmado. Una persona de la posición de Sophie pidiéndome perdón. Desde ese momento supe que esa mujer no era como el resto de nobles. Amor por la naturaleza, humildad y simpatía no eran cualidades que se dieran en todos los nobles del reino, y juntas eran cualidades incompatibles con el rango de noble.
La comida transcurrió rápidamente. Después de aceptar su perdón la conversación de volvió amena y agradable. Me quedaban unos días de permiso todavía hasta que comenzara mi nuevo entrenamiento y me pregunté si la volvería a ver antes de volver a mi aplastante rutina. Al final me sentí tan cómodo que me atreví a preguntarle. La respuesta me dolió un poco aunque la ventana a la esperanza se quedó bien abierta. Ante la pregunta de repetir nuestro encuentro Sophie se hizo la remolona dando a entender que ya me había conocido y que con mi perdón en la mano ya no necesitaba conocerme más, pero pronto su expresión risueña y coqueta la traicionó y me explicó que pasado mañana se iría de nuevo durante seis meses para finalizar por fin sus estudios de medicina. Seis meses eran mucho tiempo comparado con la duración de un día pero comparado con la vida entera no eran nada. Ya había esperado cinco meses, podría esperar seis más.
La conversación se desvió hacia nuestros origines mientras ambos degustábamos una fruta madura que una amable doncella nos había servido. Ella quedó fascinada por mis aventurillas viajeras al lado de mi padre el constructor y yo quedé prendado de las travesuras que ella se dedicaba a hacer en palacio. Comprendí al instante que no había tenido nunca muchos amigos, aunque la verdad es que yo no había disfrutado mucho de los que algún día tuve. Entendí que muchas veces ni siquiera los lujos, por cuantiosos que sean logran dar la felicidad y que Sophie había sufrido de mucha soledad en su infancia. Ella había tenido unos padres que no se amaban entre sí y que según entendí se beneficiaban económicamente el uno del otro. Unos padres que la habían querido y mimado pero que no se habían preocupado de arroparla o de consolarla cuando más les necesitaba. Entendí con facilidad el dilema entre tenerlo todo y no tener nada y en vista de lo escabroso del tema decidí salir al paso con una broma mala con poca gracia para cambiar de tema y de paso arrancarle una sonrisa.
Habíamos conectado, eso era un hecho. Nos despedimos cordialmente y nuestros ojos sufrieron al despegarse. Me dolió pensar en no volver a verla en seis meses aunque el hecho de lograr que ella me asegurara otra comida a su regreso me dio fuerzas. Volví a mi habitación en un estado de felicidad que hacia muchos meses no sentía. Sophie era maravillosa. Hermosura e inteligencia quedaban al descubierto en cuanto mirabas sus ojos despiertos y sus labios carnosos. No, no podía irse de esa manera. No podía consentirlo. Fue en esas elucubraciones mentales cuando se me ocurrió la mejor despedida posible. Escribí una nota clara y concisa y mediante mi doncella se la hice llegar a Sophie: “Te espero al alba en la puerta de los establos, ponte ropa de montar”.
Era una invitación muy clara y aunque albergué mucho miedo al rechazo, la esperanza siempre palpitó en mi corazón. Al alba ensillé dos caballos, uno de ellos era un magnifico ejemplar blanco que me recordó a Orión y esperé en la entrada de la cuadra. Aparentemente no había nadie en la calle hasta que la vi. Sola y como escondiéndose de la gente, Sophie se acercó a mi y me plantó un beso de buenos días en la mejilla. Yo sonriendo como un bobo la ayudé a montar al caballo y juntos nos alejamos hacia el bosque. Fue el medio día más perfecto de toda mi vida. Pasamos la mañana cabalgando a buen ritmo entre los árboles, disfrutando del rocío y de la sensación de pertenecer a ese ecosistema formado por los animales del bosque. Sophie no exageraba, era muy hermoso y su cara de felicidad lo decía todo. Había merecido la pena. Cuando el sol ya brillaba alto en el cielo y con el estómago vacío, nos detuvimos a hacer un picnic que yo había preparado en la grupa de mi caballo. Era humilde pero a ninguno de los dos nos importó. La mutua compañía nos era suficiente en ese bonito momento y engullimos las manzanas, el pan y el queso como si del mejor alimento se tratase. La conversación era ya muy fluida. Lejos quedaron las desconfianzas y los tartamudeos por mi parte y ahora sólo quería saber cosas de ellas. Hablamos de la medicina y de mis entrenamientos, de nuestros sueños y de nuestras ambiciones. Sophie quería ser de utilidad y para ello estaba dispuesta a estudiar con ahínco la medicina. Yo por mi parte le conté como la vida de caballero andante me había parecido frustrante en sus inicios y como ella había sido la primera persona que había encontrado en varios días de viaje. Le hablé también de cómo había pensado en abandonar los entrenamientos del general y de lo motivado que estaba a día de hoy con todo lo relacionado con mi vida.
Alargábamos las miradas hasta que la situación resultaba incomoda para ambos y al final acordamos regresar para no encontrarnos con problemas en palacio. Me dio las gracias unas cien veces por darle la oportunidad de volver a disfrutar de aquella sensación y yo le prometí que iríamos cada vez que quisiera cuando ella fuera toda una medico. Las sonrisas lo inundaban todo y estaba claro que ambos disfrutábamos de la compañía. Me dio mucha pena despedirme de ella pero a la mañana siguiente partía de vuelta a su rutina y en breves yo volvería a la mía. Así estaban las cosas. Seis meses, tan sólo debía aguantar seis meses. La tarde transcurrió sin pena ni gloria. La cabalgada de la mañana había sido larga y la noche llegó por fin. Cené, como todos los días, y me recosté en la cama. La ventana estaba entreabierta y por ella se podían ver las estrellas. Me dormí mirando el cielo estrellado y recordando los dos días tan bonitos que había pasado con Sophie. Sus ojos, su pelo rizado y su sonrisa iluminaron mi mente hasta que el mundo de los sueños me arrastró a sus dominios. El mundo tenía por fin una luz para orientarme y una esperanza de felicidad a la que agarrarme. Era feliz. Por qué buscarle más explicaciones a ese sentimiento tan maravilloso que la vida nos deja vivir. Yo era feliz y en esos momentos ni dormirme me borraba la sonrisa de los labios.