¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

viernes, 11 de febrero de 2011

Capitulo 2 (Segunda parte)

Bueno, la verdad es que tengo bastante más escrito pero de momento voy a publicar esto. Segunda parte del capitulo 2. Mismo de siempre aunque suene repetitivo, acepto consejos :)  saludines!






[...] Tal y como prometió unas tres o cuatro horas más tarde la mujer apareció en mi habitación otra vez. Esta vez llevaba un cubo con agua. Deduje que para que pudiese asearme de alguna manera y en su otra mano pude ver un pequeño espejo de mano. Entre los dos logramos lavarme la cara y alguna otra zona concreta lo que me permitió comprobar que todavía tenía zonas muy doloridas. Me sentí más limpio, hice lo denominado el lavado del pobre pero no estaba en aquellos momentos para quejarme de nada. Cuando volví a estar tumbado en la cama le hice un gesto con la mano pidiéndole el espejo. No me gustó lo que vi.  Amoratado, hinchado, roto, esa fue la imagen que me devolvió ese maldito espejo. Al menos no me encontré desfigurado, lo que me permitió comprender que con tiempo volvería a ser el mismo de antes. Me recosté mientras aquella buena dama se marchaba para traerme algo de comer. Una sopa caliente y dos piezas de fruta me templaron el cuerpo. Me sentía más fuerte y poco a poco el ánimo volvió a mi. Me volví a recostar y después de volver a despedirme de mi salvadora, me dispuse a afrontar la noche. Había dormido demasiado y la verdad no tenía mucho sueño. Al final, tras horas de silencio y reposo, el sueño me venció y me descubrí soñando con aquel ángel blanco que en tan buen momento había decidido ir a aquel inmundo calabozo a ayudarme.
Pasaron cinco o seis días hasta que me encontré lo suficientemente entero como para decidir afrontar mi situación. Ya me movía con soltura por la habitación y cuantas más energías reponía, más pequeña se hacía mi alcoba. Llegó un momento en el que mi encierro fue insoportable. Me ahogaba en ese habitáculo, por lo que en cuanto tuve ocasión de hablar con la única persona que venía a verme, le pasé el mensaje de que quería ver a mi anfitrión. Sumisa y obediente mi cuidadora no dijo nada y asintió con lentitud.
La cita se pospuso al día siguiente. Mis heridas, con mucho mejor aspecto, ya no me daban problemas y si bien todavía me molestaban, el dolor había remitido prácticamente. Mis ropas estaban lavadas y listas en la silla y con ellas tuve que vestirme. No me sentí acorde al nivel de la corte. Mis ropas eran humildes, no tenía armadura y en definitiva, aunque no lo supiera en aquel entonces, mi aspecto como caballero era bastante deplorable.
Me dirigí por aquellos inmensos pasillos siguiendo a un cortesano con un uniforme pomposo y crucé una enorme puerta de madera que me transportó a una enorme sala con ventanas a los lados y una gran silla en el centro. Parecía un trono, y aunque no lo era, su función era la misma. Sentado sobre ella estaba aquel hombre bien vestido que me miraba con odio mientras me aporreaban sin piedad en aquellos calabozos inmundos. Sus ropajes eran diferentes, con un color rojo escarlata y blanco, el escudo de su familia brillaba sobre su pecho. Se trataba de un águila sobre fondo azul y blanco y un cruce de espadas con diamantes debajo. El gobernador Grey, deduje al momento. Seguí caminando, esta vez sólo, hasta que me situé enfrente de aquel desconocido. Nadie abrió la boca hasta que las puertas del fondo de la estancia se abrieron y con voz atronadora una persona fue presentada. Sophie, me pareció oír. Cuando giré mi cabeza el corazón casi se me sale por la boca y escapa corriendo de allí. Era ella. El ángel blanco. Esta vez mis sentidos no estaban atrofiados y más que un ángel la reconocí como la atractiva damisela que el destino había puesto desgraciadamente en mi camino, y por supuesto, la principal culpable de todo lo malo que me había pasado. No dije nada, preferí esperar. Ella se situó al lado del que entendí era su padre y no abrió la boca.
Con un gesto de la mano El sr. Grey me indicó que me acercara. Lo hice y por fin pude escuchar su voz.
-Buenos días joven, ¿Cuál es tu nombre? –Preguntó con voz grave y autoritaria-
-Me llamo William Humpton y soy de Puente verde.-repuse sumiso-
-Puento verde ¿dices? Tengo viejos amigos allí, ha crecido mucho desde mis tiempos mozos.
La conversación se interrumpió durante un instante y pude contemplar como el gobernador ponía ojos soñadores como recordando un pasado glorioso de juventud y aventuras que nunca iba a volver.
Cuando retomó la conversación su tono duro se volvió mas amigable.
-Todo ha sido un lamentable error William, nunca debiste ser tratado como te tratamos y todavía menos debiste ser agredido como lo fuiste. Estoy profundamente consternado y no se como podría recompensarte por todo lo sufrido. –entonó como si de un discurso ensayado se tratase dejando que sus palabras calasen hondo en mi cabeza
Mi hija es una joven rebelde. Se escapó para cazar y fue atacada. No sé que hubiera pasado sin tu gran aparición. Como gobernador de esta región estoy en deuda contigo. Mi hija es muy importante para mí y te debo su vida. Pide lo que desees y se te concederá.
Me quedé allí plantado con cara de idiota sin dar crédito a lo que mi cerebro estaba procesando. Me habían apaleado y después preguntado y encima por algo que no había hecho. Fue ese momento mi primer contacto con el poder. Comprendí que en este mundo el que tiene poder tiene autoridad para hacer lo que le de la gana sin que nada ni nadie, a menos que tenga más poder que él, pueda hacer nada a cambio. Asumir y acatar. Esa es la única opción para alguien de mi status.
Lo primero que le pedí fue el nombre de su hija. Quería saber el nombre de la mujer que me había costado tanto dolor y que a la vez tan hondo había calado en mi recuerdo.
Sophie me contestó. Era un nombre hermoso, le sonreí y en respuesta sólo obtuve una mirada altiva muy diferente de la que veía en mis sueños. Miré de nuevo al gobernador y realicé mi segunda petición. Quería formar parte de sus caballeros. Era una petición muy seria. No todo el mundo tenía la oportunidad de entrenarse para ser caballero, y todavía menos podía entrenarse para ser caballero de un gobernador. Le estaba pidiendo un futuro, le estaba pidiendo un entrenamiento. En definitiva, le estaba pidiendo una oportunidad. Era ilógico que todavía siguiese queriendo ser caballero y menos de un gobernador tan sumamente irracional, pero en aquel momento lo tuve muy claro. Siempre se ha dicho que las oportunidades únicamente aparecen una vez en la vida y que si dudas o incluso si no eres lo suficientemente avispado para verlas nunca volverán a presentarse. Yo la había visto y si algo tenía claro era mi petición. Era mi sueño, y era un sueño que estaba dispuesto a vivir a cualquier precio.
El me miró con una mirada dura y escrutadora y tardó un rato hasta que se decidió a contestar.
-Eso es imposible, hijo. No puedo nombrarte caballero de la noche a la mañana pues es un cargo de honor y responsabilidad para con mi pueblo.
Noté como todo mi aplomo desaparecía y como el ímpetu que antes tenía se me escapaba con cada bocanada de aire que exhalaba. Sin embargo, el discurso no había terminado.
-Eres fuerte y si salvaste a mi hija algún conocimiento de lucha tendrás. Te propongo una alternativa a tus ambiciosos deseos. Vivirás en la corte, en una habitación de invitados y se te permitirá entrenar con mi capitán de guardia en las escuelas de instrucción. Si tienes madera de guerrero, ese será tu lugar y algún día me devolverás las molestias.- dijo con voz cansada- ¿Qué opinas? ¿Tenemos un trato?
La oferta era irrechazable. Se me iba a permitir aprender y se me iban a otorgar medios para cumplir ese sueño que antes de bajar a hablar con el gobernador Grey parecía haberse esfumado de mi mente. Lo miré con aire sumiso, hinqué una rodilla en el suelo y con voz clara le di mi aprobación al trato y las gracias por tal oportunidad.
Con un gesto de la mano y un asentimiento de cabeza el poderoso señor me despidió informándome que cuando me repusiera del todo de mis heridas, sólo debería acudir al taller de instrucción de la corte.
Me levanté con cuidado y me dispuse a salir de la sala no sin antes dirigir mis ojos a aquella hermosa dama que tan distantemente parecía observarme. Increíble pensé. Una paliza de muerte olvidada y solucionada sin remordimientos ni molestias aparentes para aquel gobernador. Injusticia. Eso era lo que mi mente se empeñaba en repetirme una y otra vez. Ante la apatía que percibí salí con paso decidido y volví a mis aposentos. Tenía mucho sobre lo que pensar y mucho sobre lo que decidir. El futuro se me presentaba en toda su magnitud ante mis ingenuos ojos y yo tenía claro que no iba a dejarlo escapar.
Aquella noche fue una gran noche. Concilié el sueño de forma casi instantánea y mi cabeza, cargada de ilusión y de ideas me transportó a una vida maravillosa donde la felicidad era lo que todo los gobiernos ofrecían y donde el cielo azul y la paz se extendían por todos los rincones del mundo.
Un sueño, claro está, puesto que los años se encargaron de enseñarme que las buenas intenciones no son siempre lo que parecen, que la vida siempre es dura, y que los sueños, por encima de todo, sólo son sueños.
La semana que decidí darme de margen antes de presentarme en el cuartel militar transcurrió sin ningún contratiempo y a una velocidad vertiginosa. El día “x” madrugué mucho. Estaba nervioso y la noche fue complicada. Cambios de posturas, frío en los pies y sueño agitado me acompañaron durante horas hasta que el sol despuntó en el firmamento. Me vestí con aquellas ropas que tanta vergüenza me daban y me dispuse a comenzar mi nueva vida.
Cuando entré por la puerta que daba a un patio bastante grande me quedé bastante impresionado. Había unos veinte hombres de complexión fuerte peleando por parejas en lo que yo entendí como un entrenamiento. Digo comprendí porque más que un entrenamiento parecía una encarnizada lucha a muerte. Vigilándolos había un hombre mayor con la cabeza afeitada y con gesto duro que levantaba la voz y hacía correcciones esporádicas de vez en cuando. Todos voltearon la cabeza al verme entrar y los combates se interrumpieron. Aquellos eran los futuros caballeros del reino y mi presencia desentonaba por todos lados. El general dio unos pasos y se colocó frente a mi. Se presentó como el general Arturo y se me quedó mirando en silencio hasta que dijo:
-Eres William supongo.
Yo intimidado asentí enérgicamente con un golpe de cabeza.
-Así que quieres ser caballero- dijo con algo de sarcasmo en la voz- No se cómo lo has conseguido pero desde luego los tratos de favor no valen de nada aquí. Serás uno más. Y por tu aspecto, mucho me temo que no lograrás pasar aquí ni una semana.
Me sentí algo mal. No me gustaba que me infravaloran de ese modo y menos sin tan siquiera conocerme. Me mostró una sala en la parte de atrás y me dijo que fuera a cambiarme y que no se me ocurriera volver a presentarme como si fuese un labrador en su presencia. Su tono de voz era tan autoritario que sólo la idea de contradecirlo me aceleraba el pulso. Hacía un día fresco, el sol acababa de salir y el rocío todavía perlaba las hojas de los árboles. Sin perder mucho tiempo me dirigí a esa sala apartada y me encontré con un viejo de aspecto consumido que me miró de forma interrogante. Le conté quien era, mi situación y lo que hacía allí y rápidamente se puso a buscar un equipo para mí. En menos de dos minutos estaba casi desnudo y las manos del hombre recorrían mi cuerpo analizando mi complexión en un intento un tanto burdo de analizar mí talla. Pasados diez minutos allí estaba yo vestido con una cota de malla que mi cuerpo no lograba llenar por completo y un uniforme que me daba más aspecto de payaso de circo que de futuro héroe del reino. Cuando salí de nuevo al patio las risas no tardaron en hacerse oír y ya comprendí que eso no iba a ser tan fácil como lo había soñado.
-Acércate novato- Dijo el general- Pío dale una espada de madera y veamos que sabe hacer el valiente.
Cogí la espada que me tendía aquel Pío y la sostuve en alto. No pesaba mucho, era madera endurecida con fuego con forma de espada y su estética era justo el toque cómico que me faltaba. Me puse en posición de defensa y me preparé para demostrar que a pesar de mi aspecto sabía como defenderme.
Pío era corpulento, sobretodo si lo comparabas conmigo y para mi sorpresa también era rápido. Se lanzó hacia mi como un relámpago y apenas tuve tiempo de desviar los dos golpes que lanzó de forma brutal hacia mis costillas. Reculé dos pasos e intenté tomar la iniciativa del duelo. Mi espada describió un arco y me lancé con fuerza a por su flanco derecho. No resultó. Las maderas chocaron y me desequilibré por la fuerza del golpe. El puño de Pió voló hacia mi cara y en la posición en la que me encontraba sólo pude intentar no caerme al suelo tras al mazazo que me dio en los morros. Volvía a sangrar. Ya empezaba a estar acostumbrado y la verdad no me gustaba demasiado. Reculé unos pasos en busca de aliento y de unos segundos para reponerme del golpe pero mi rival, mucho más experimentado que yo no me lo permitió. Su espada cargó de nuevo contra mi y en menos de diez segundos tenía una costilla dolorida y un golpe en una pierna. Me lancé furioso por la humillación que estaba recibiendo. Las carcajadas de los allí presentes me instigaron un poco. Pero fallé. Me lancé con más odio que destreza y mi enemigo esquivo la estocada haciéndome perder mi espada y golpeándome en la cabeza con el codo. Caí al suelo herido, desarmado y muy humillado y el general interrumpió el combate.
-Tienes carácter-dijo de forma socarrona- pero te queda todo por aprender. Tienes la oportunidad de hacerlo, si tienes el coraje para aguantar mi entrenamiento, algún día serás un guerrero.
Lo siguiente que me dijo me decepcionó muchísimo. Mi cuerpo, según él, planteaba un problema muy serio por lo que me dijo que pasaría por lo menos cuatro meses entrenando mis músculos. No repliqué. Como iba a replicar después de la paliza y la humillación recibida. Fue un día muy duro. Me limpié la sangre de la cara y comencé a “cultivar” mi cuerpo como el lo llamaba. Correr, flexiones, trepar por una cuerda, correr otra vez, lanzar piedras pesadas y volver a trepar fue lo único que realicé durante todo el día. Y eso iba a ser mi entrenamiento durante al menos seis meses. Supuestamente yo mismo sabría cuando el entrenamiento físico llegaría a su fin, sin embargo las metas que el general dijo que debía alcanzar me parecieron un tanto surrealistas.
Llegué a mi habitación envuelto en sudor, apestando a tierra y con un enorme agujero en el estómago. Comí como un animal y no dejé nada en el plato. Me recosté en la cama y dejé que mi mente volará libre por primera vez en el día. Maldije en voz baja mi suerte y mi decepcionante presente y me arrepentí un poco del deseo que había pedido al gobernador Grey. Yo soñaba con aventuras. Soñaba con vivir una vida bonita y emocionante y aquí lo único que iba a encontrar era un sufrimiento extremo que iba a durar seis meses. Por aquellos días me recuerdo a mi mismo triste y apagado. Sin ganas de nada. Recuerdo como cada noche, al regresar de aquellos entrenamientos físicos y al borde del agotamiento más extremo, me preguntaba si aquello merecía la pena o si era de verdad ese mi deseo. Las noches pasaban demasiado deprisa y el despertar lejos de ser algo placentero se convirtió para mí en algo muy doloroso. Mi cuerpo chirriaba de dolor como si fuese un juguete viejo y oxidado y mis músculos cada vez más doloridos se quejaban sin descanso exigiéndome un reposo que no podía darles.
Los días fueron juntándose en semanas y pronto pasaron los meses. Al final, gracias a los dioses, mi cuerpo se fue fortaleciendo hasta el punto de que el general aumentó mi ejercicio físico a lo que según él era el máximo. Me sorprendió mucho cuando por fin después de muchas semanas me habló por fin pues hasta ese día no había intercambiado apenas palabras con nadie. Mi cuerpo antes poco trabajado se había fortalecido hasta límites insospechados y lo que antes me parecía muy complicado ahora parecía hacerse sólo. Ahora que mi cuerpo parecía acostumbrado a los esfuerzos físicos intensos era mi cabeza la que no me dejaba dormir tranquilo. No me sentía realizado y para nada podía ver en los ejercicios algo satisfactorio para mí. Yo quería luchar. Quería vivir aventuras y desde luego eso me parecía algo imposible a día de hoy. El hecho de no haber tocado un arma después de cerca de cuatro meses de entrenamiento me parecía muy frustrante. Si alguna vez creí saber lo que era el manejo de una espada ahora mismo ya me había olvidado y desde luego nunca había sido ningún experto, Pío se encargó de dejármelo muy claro. Por fin pasó el resto del mes que me quedaba de entrenamiento y mi cuerpo parecía estar listo para enfrentarse a la nueva rutina. Mi cuerpo había cambiado y aunque yo no me lo notaba en exceso la cota de malla lo dejaba bien claro. Lo que antes quedaba mal por falta de músculo ahora estaba en su sitio. Tuve una semana de descanso después de los seis meses de duro entrenamiento y la verdad es que en un principio no supe como aprovecharla. Durante los largos cuatro meses de tortura lo único que había hecho era ir al cuartel y atrincherarme en mi habitación como si fuese un gato herido en su madriguera. Si. De vez en cuando cruzaba alguna palabra con la doncella que me atendía en mi cuarto, pero la verdad es que ni siquiera el lujo de tener techo y alimentos gratis me alegraba esa existencia tan vacía en la que sólo existía el entrenamiento. Como decía, la semana de vacaciones me cogió muy desprevenido y me dio tiempo a pensar en muchas cosas. No tenía dinero para ningún capricho puesto que ya había gastado en ropas todo el dinero que me había dado mi querido padre. Había vendido a Orión. Me dio un poco de pena hacerlo pero desde luego era necesario. Quería al menos disponer de un poco más de liquidez, y en vista de mi actual ocupación un caballo era un lujo innecesario. Lo vendí a un comerciante caprichoso al que le gustaba la velocidad y la montura y el precio fue más que aceptable. Dentro de una corte las ropas son algo indispensable y mi aspecto era algo que me importaba todavía un poco.
Aquella mañana me acordé de mi padre. Hacia mucho que no sabía nada del y lo primero que hice fue escribirle una carta contándole todas mis aventuras en el reino. Me permití el lujo de ser muy explícito y le conté todas mis dudas y miedos en busca de esos consejos que siempre me habían orientado en mi vida. Añoré esos viajes en su compañía y eché de menos abrazarlo con fuerza. Cuando terminé la carta descubrí lágrimas en mis ojos y me juré a mi mismo ir a verlo en cuanto terminará con mi entrenamiento.
El segundo día decidí ir a investigar un poco por el castillo, no sin antes preguntarle a mi doncella si tal actividad estaba permitida. Tras recibir su aprobación me vestí con unas ropas nuevas de color azul marino y con las que me veía francamente atractivo, y me dispuse a pasearme por palacio y por la plaza del pueblo para desconectar de mi aburrida rutina.
Ya desde pequeño me había parecido asombroso como la gente se aglomeraba en las plazas de los pueblos y como los comerciantes eran capaces de vender prácticamente de todo en sus puestecillos. Unos eran verdaderos artistas del comercio, otros eran meros aprendices y otros un poco más espabilados se aprovechaban de la bondad de algunos para hacer negocio. Era muy entretenido pasear por la plaza y descubrir como la gente hacía cualquier cosa por dinero. Me gustaba la moda, siempre me había gustado. Muchos me llamarían afeminado pero la verdad es que nunca me había importado mucho la opinión de los demás. A la hora de comer aproximadamente decidí volver a mi habitación. Las tripas ya comenzaban a hacerme ruido y el mercadillo ya estaba en horas bajas. Cuando entré por la puerta me llevé una muy grata sorpresa. Bajando del caballo estaba ella. Sophie. El entrenamiento y mi aislamiento casi obligado en mi habitación me habían mantenido tan ocupado que mi mente no había encontrado ni un solo hueco para pensar en ella. Pero a pesar de todo, allí estaba, tan hermosa como siempre. Llevaba unas apretadas ropas de cuero que deduje eran apropiadas para montar a caballo y la melena finamente recogida en una coleta. Fue como si el tiempo se parase, o quizá fue que yo me detuve en seco delante suyo. La boca se me secó a la velocidad del rayo y mi valentía era ya tan sólo una sombra de lo que yo pensaba que había sido. Vi como sus ojos se depositaban un instante en mí y supliqué a los dioses que por lo menos se percatara de mi presencia. Dioses. Nunca están allí cuando se les necesita. Con un airado gesto de cabeza se dio la vuelta y después de entregar a un criado las riendas de su caballo se perdió en el interior del castillo. Allí, con cara de idiota me quedé yo, inmóvil, esperando algo que sabía no iba a pasar. Cuando la sangre volvió a circular por mi cuerpo con normalidad pasé al lado del caballo y ascendí a mi habitación con el recuerdo de Sophie palpitando en mi mente. Por un lado estaba dolido. Yo le había salvado la vida y ella ni siquiera se había dignado a saludarme. Dolido, hundido, decepcionado, frustrado. Muchos adjetivos podían describir lo que sentía y pensar en ellos no me hacía sentir nada bien. Comí sólo, como siempre, y la verdad es que en aquellos momentos no me apetecía hablar con nadie. Sophie había vuelto a mi mente como si de una tormenta se tratase y me pregunté si había estado seis meses de viaje o si por el contrario había sido yo el eterno ausente. Después de mucho rato tratando de buscar una respuesta para lo que esa mujer despertaba en mí, me rendí. Tumbado en la cama y todavía cansado del entrenamiento me dormí de forma fulminante en aquella cama que tantas noches me había cobijado ya. No soñé, y mejor, porque la verdad estaba ya saturado de soñar con cosas imposibles que nunca serían realidad para mí.
[...]

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