¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

domingo, 20 de marzo de 2011

Capitulo 5 Amanecer! (Final capitulo)

Bueno, sigamos con la aventura!!! la historia continua :D




A la mañana siguiente no logré encontrar a mis amigos por ninguna parte hasta que un mensaje de preocupación see extendió por todo el reino. Las noticias eran claras. Debíamos ir a la guerra. Los gobernadores unidos tras la traición de su rey habían frenado el avance del ejército invasor ayudados por el frío de las tierras superiores y una frenética lucha. Necesitaban de nuestra ayuda y cuanto más se demorara la situación más terreno se debería reconquistar. Estábamos en desventaja numérica, si bien, nuestra confianza todavía no se había visto socavada.
Uno de los problemas con los que el ejército enemigo debería lidiar iba a ser el mantener bajo su mandato el territorio conquistado. Cuando un invasor invade por la fuerza un territorio es muy común que el pueblo se agazape temeroso de sufrir torturas o incluso genocidios terribles, sin embargo con el paso de los días las rebeliones se hacen fuertes y se consolidan, y con líderes bien organizados generalmente se lanzan a la lucha por recuperar lo que les corresponde. De momento era muy probable que tales acciones no hubieran comenzado, pero si los rebeldes escuchaban algo de nuestra ofensiva, quizá se decidieran a desestabilizar al enemigo desde dentro y desde la retaguardia. Ese era un arma muy poderosa con la que nosotros contábamos.
¡Divide y vencerás!
Si nuestro rival debía dividir su ejército para garantizar la paz y el control del territorio controlado, era muy posible que la balanza se equilibrara aunque quedara desde luego, un gran trabajo por hacer para recuperar lo que un día fue nuestro. Las horas del día pasaron y pronto llegó la hora de comer. Los nervios lo invadieron absolutamente todo y mi estomago pareció cerrarse evitándome así lograr comer en condiciones. Necesitaba hablar con mis amigos para hallar un poco de paz mental. Necesitaba noticias frescas de Sophie, aunque fuera una anécdota, algo, lo que fuera.
Cualquier cosa por ridícula que fuera podía lograr que mi imagen de ella recobrara fuerza en mi mente. Me encaminé sin dilación hacia lo que se suponía era el salón donde convivían los recién llegados y allí los encontré.
Después de dos días su aspecto era mucho mejor. Aseados, curados y alimentados desprendían energía y vitalidad. Cuando me vieron sus rostros se iluminaron con una sonrisa y decidimos apartarnos para beber unas cervezas y conversar un poco de todo.
Lo primero que hicimos fue ponernos al día. Les relaté con lujo de detalles mis peripecias en el frente y como habíamos tenido que huir como animales de nuestro enemigo.
La verdad es que revivir todo aquello no me sentó muy bien aunque cuando terminé y comprobé sus rostros de entendimiento, me sentí algo más relajado. Ellos eran caballeros y yo un mero soldado raso con armas bonitas, lo que me llevo a darme cuenta de que me sentía un poco en inferioridad delante suyo.
Ellos hubieran vivido la guerra de otra manera en lo que al frente se refiere, a caballo y bien rodeados, la muerte no les hubiera rodeado hasta el punto de verse casi absorbidos por ella. Por otro lado el resultado hubiera sido el mismo, puesto que caballeros y soldados nos unimos para intentar salvar la vida en aquella huída estrepitosa. Quería recuperar mi rango, aunque estaba claro que en aquellos momentos era algo imposible. Les conté mis preocupaciones a mis dos atentos amigos y ambos se mostraron de acuerdo en que mi rango de caballero debería serme devuelto, aunque sólo fuese por justicia.
La justicia es algo siempre muy delicado y relativo.
Con el paso de los años y desde una perspectiva menos marcada por la guerra pude aprender que la justicia es algo que existe a medias. Las cosas nunca son sólo blancas o sólo negras, y desde luego siempre existen morales, puntos de vista y situaciones, que condicionan tanto la actuación como el juicio del hombre. Muchas situaciones empañan a veces ciertos valores que jamás deberían perderse.
El hombre suele ser una especia racional, sin embargo generalmente, la vida adultera la más pura de las morales hasta convertirla en el producto de algo que si bien puede ser bueno, otras muchas suele ser malo.
La vida es algo irregular. Lo que una vez está arriba puede caer muy rápido, como me pasó a mi con mi titulo de caballero, aunque sería una tontería rendirse sin pelear por volver a trepar esa montaña. La vida es una sería de retos y de etapas cumplidas y yo tenía muy claro que lograría mis objetivos o moriría en el intento.
Cuando terminó mi historia decidí romper ese silencio incomodo que se había generado con el ofrecimiento de más bebida a mis amigos. Por supuesto, el gesto fue aceptado, y afortunadamente pude levantarme librándome de aquellas miradas de compasión que me brindaban a modo de apoyo, y que lejos de ayudarme me hundían un poco más.
Ya con la nueva y fresca cerveza en la mano, ambos me contaron absolutamente todo lo que les había pasado. Cuando terminaron la cara de sorpresa y la mirada de tristeza fueron dos rasgos imborrables de mi rostro. Su historia no tenía mucho que envidiar a la mía y lo que era peor es que era mucho más reciente.
Mientras nosotros perdimos la batalla en el frente, el ejército avanzó por el valle camino a donde nosotros los vimos apostados. Sin embargo, aquella cantidad de soldados que nos impresionó tanto no era más que la mitad del ejército enemigo, ya que por lo visto la otra mitad cargaba por el sur este en dirección al reino de Grey. Entre suspiros de agobio y rostros contraídos por el dolor de lo acaecido, el general me relató como la batalla había sido una masacre y como el reino había caído sin mucha resistencia.
Por lo visto se rindieron de forma muy rápida, ya que Grey se arrodilló enseguida ante su invasor. “Nosotros luchamos de forma valiente y hasta el final- explicaba el general- pero ante la orden de rendición depusimos las armas.” La parte más cruda de la historia se inició a continuación. Por lo visto Grey no sólo se había rendido sin condiciones, sino que con el paso de tres días anunció la alianza con un gobernador joven, del reino de Dereck entregando a su hija Sophie en matrimonio.
Las intenciones eran claras. Grey había visto el declive de su rey y antes de ver su parcela de poder devastada había preferido entregar a su hija en matrimonio y confirmar su soberanía. Traidor. El odio me invadió como si de un veneno se tratase y mi mano apretó la jarra con tanta fuerza que mis nudillos, blancos por el esfuerzo, parecían a punto de desgarrarse. Sophie iba a casarse por culpa del cobarde de su padre. La esperanza estaba perdida. Yo ya no podía hacer nada, nunca recuperaría a mi amada. La conversación se estancó ligeramente hasta que Boby recuperó el hilo del general.
“Nosotros no somos traidores por mucho que nuestro rey nos haya abandonado en el peor momento. Juntamos provisiones e hicimos correr la noticia de que nos íbamos a unir a Yesir. Muchos de nosotros estábamos heridos pero no importó. Y bueno, no hay mucho más que contar. Hemos venido a luchar, la esperanza es algo que no podemos perder. Seguimos vivos y eso es lo que cuenta, nos uniremos a los gobernadores que aun siguen resistiendo y arrasaremos a Dereck.” Lo dijo todo a modo de discurso, de forma rápida y concisa y cuando terminó levantó su jarra y la brindo en silencio junto a la mía. Los demás hicimos lo propio y brindamos en silencio por una causa misteriosa.
Tras unos minutos de silencio nos despedimos hasta el día siguiente y yo me dirigí en silencio hacia mis aposentos. La noticia me había devastado sin piedad y mi cerebro se convirtió en el mismísimo infierno.
La noche fue muy movida. La comodidad se alejó de mi cama durante horas y yo no hacía otra cosa que moverme de un lado a otro como si algo me removiera constantemente el espíritu. El sol brilló puntual en el cielo y me despertó sin miramientos cuando por fin estaba dormido profundamente.
Menuda nochecita, pensé. Lejos de levantarme animado y con energía, mis músculos pesaban como fardos de rocas, y mi cabeza estaba embotada de tanto darle vueltas a lo mismo durante la noche.
El desayuno me entonó ligeramente, aunque desde luego aquella mañana me hubiera saltado el entrenamiento muy gustosamente.
Por suerte para mí aquel no fue un día duro. Los hombres capaces llegados de todas partes del reino de Troy se unieron al entrenamiento, y el recuerdo de los días felices de lucha con Boby y el general me transportó a días mucho más felices.
“General” grité para hacerme ver. Ambos se volvieron hacia mí y me sonrieron. Luchábamos relativamente cerca y pude comprobar como su destreza seguía siendo impecable.
Lecnad había desaparecido de mi día a día por lo que intuí que el ejercito se estaba preparando. Los emisarios de los gobernadores que todavía resistían prometieron soportar en sus puestos un mes, fecha en la que de no recibir ayuda de Yesir deberían abandonar esas tierras. Por lo visto, según pude comprender, los gobernadores se habían hecho fuertes en un gran bastión, y allí iban a aguantar durante un mes, tiempo en el que sin provisiones deberían recular sin remedio. Cuando me enteré de tal noticia me quedé francamente decepcionado. ¿Cómo diantre iba a soportar a mi cabeza durante un mes?
Por la tarde no acudí al entrenamiento y decidí tumbarme en la cama después de comer con el fin de acallar mi conciencia. Odiaba a Grey con todas mis fuerzas. Rápidamente y a modo de autodefensa volqué toda mi furia y mi odio en su persona. Quería matarlo, quería hacerle sufrir tanto, como el me había hecho sufrir a mi. Por su culpa me había separado de Sophie y mi vida había pasado de ser maravillosa a ser espeluznante en cuestión de horas.
La gente acomodada en el poder no empatiza jamás con la gente de a pie. Nunca podré comprender como el poder puede generar una barrera tan grande entre lo que una persona es y lo que un día fue.
Es como si el poder sepultara los sentimientos y el corazón de las personas bajo miles de capas de responsabilidad, orgullo y abuso. Me recosté y mi mente voló muy lejos de aquella habitación. Traté imperativamente de poner orden en el desorden de mis sentimientos.
Actualmente tenía tres preocupaciones principales. Pensar en las cosas y ordenarlas de forma a hallar soluciones es necesario a la hora de buscar algo de paz mental. Mi primer problema era la guerra. Mi rey había huido como una rata dejando al reino en manos del azar y la sumisión. La guerra era ya algo inminente y lejos de poder apaciguarse con palabras vacías, las armas deberían tintarse de rojo para lograr recuperar lo que un día fue del rey Troy.
La batalla estaba fraguándose, los gobernadores habían dado un mes de margen para prepararse y eso me dejaba con menos de 27 días para seguir atormentándome.
Otro de los puntos que me agitaba el sueño era lo que le estuviera pasando a Sophie. Estaba claro que por muchos días que hubiese pasado, y a pesar de todo lo que había sufrido, mi corazón seguía dependiendo de esa magnética sonrisa y de esos ojos que tanto me transmitían. ¿Cómo podía saber si Sophie estaba prometida por obligación?¿Cómo saber si ella seguía sintiendo algo por mí ,o por el contrario, si se había enamorado de aquel hijo del gobernador enemigo?
Miles de preguntas me destrozaban el estómago con intensos nervios dejándome muy pocas escapatorias a la locura.
Por último, mi preocupación se extendía hacia como afrontar la guerra, lo que me iba a ver obligado a hacer y las posibles estrategias que me pudieran permitir, por lo menos, volver a ver a Sophie antes de morir.
No me importaba perder la vida en la batalla, aunque desde luego no consideraba que había vivido una vida plena. Volver a ver a Sophie me daría muchas fuerzas para afrontar todo lo que se me venía encima, pero eso era imposible.
Aquella tarde pasó de forma muy lenta y sin tan siquiera cenar me fui a la taberna. Bebí como hacía tiempo que no bebía y fue como si me transportara a la época en la que traté de evitar a Sophie.
Por aquellos días aprendí una valiosa lección, aunque la verdad es que mi presente era tan desolador que decidí cobardemente.
El alcohol tiene muchas propiedades que yo catalogaría de buenas. Por un lado es importante saber que se puede pasar de la apatía a la euforia en cuestión de media hora. Olvidar es posible, y el alcohol es necesario en ese proceso.
Boby seguía fiel a sus antiguas costumbres y cuando crucé la puerta enseguida lo vi bebiendo en un rincón. Me senté con él aunque ninguno de los dos tenía muchas ganas de hablar. Con el paso de las horas y conforme el alcohol iba haciéndose dueño de nuestras reacciones, nuestros cerebros generaron una conversación superficial y sin mucho sentido que por lo menos nos hacía sonreír.
Pasé una semana con esa aplastante rutina, que me permitió entrenar intensamente durante el día con el resto de la guardia; para luego poder descansar toda la tarde en la taberna llegando a casa casi siempre en estados muy cercanos a la inconsciencia. Esto al menos me permitía caer rendido en mi cama y dormir de un tirón durante toda la noche.
A la semana, el general le dijo a Boby que quería hablar conmigo, por lo que me vestí con mi armadura, enfundé mis armas y me dirigí a donde se suponía estaría entrenando. En efecto, tan metódico como siempre y tan puntual como el mismismo sol, allí estaba. Finta va, finta viene, alternadas con estocadas complicadas hacían de su entrenamiento algo digno de ver. Me acerqué enérgicamente y lo saludé de un gesto de cabeza.
-¿Me quería ver, general?
-Si, así es. Y por favor, no me llames general, aquí soy uno más, como tú, un caballero sin rango valido. Llámame Arturo.- Palabras tras lo que se sobrevino un pequeño silencio que yo aproveché para pensar sobre sus palabras.
Era completamente cierto que Arturo ya no era general de nada, aunque para mí siempre lo sería. Me había enseñado prácticamente todo lo que sabía y estaba seguro de que todavía tenía mucho que aprender de él. Su porte, su saber estar y sus exquisitas estocadas eran algo digno de aprender. Tras esos segundos de reflexión, mi respuesta fue contundente.
-Usted siempre será mi general, al igual que el de bobby y el resto de hombres que entrenó. Ha sido nuestro maestro y eso ni siquiera la traición o la guerra pueden hacerlo cambiar, general.
La sonrisa se ensanchó en los labios de Arturo y su brazo golpeó amigablemente mi hombre en gesto de cariño. Es curioso como la adversidad o las malas noticias son capaces de unir lo que la mismísima vida jamás ha logrado entrelazar. Situaciones limite, y momentos de verdadera turbación y crisis son los culpables de la exaltación de muchos sentimientos, siendo así el origen de muchas y verdaderas amistades.
-Bueno, quería hablarte acerca de tus nuevas…rutinas…Boby es como es y lo lleva bien, pero ¿tú? Tu mente es diferente Will, si sigues bebiendo así lo único que lograrás será destruirte. Debes frenar. Sé que lo estás pasando mal y que la guerra es algo que a todos nos asusta, pero debes ser fuerte y lo más importante, debes ser consecuente.
Lo miré fijamente y aunque supe que tenía toda la razón no dije ni una sola palabra. Llevaba ya bastantes días siguiendo esa rutina y aunque sabía de sobra que era la opción más fácil y cobarde, esa era mi elección.
Esperaba que con esa pequeña reprimenda en forma de consejo, la conversación se diera por zanjada, pero para mi desgracia no fue así.
-William, -prosiguió- Sophie también lo debe de estar pasando mal. Estoy seguro de que se acuerda de ti, pero vivimos tiempos difíciles. La guerra llama a las puertas de todas y cada una de las casas de este reino y debemos responder a esa llamada. Debemos mantener la mente despierta y el ingenio alerta si queremos sobrevivir a esta prueba que nos pone la vida.-dijo haciendo una pausa para que calaran sus palabras-
Hagamos un trato.-siguió- Hablaré con Lecnad y le pediré que me deje formar un grupo de caballeros bajo mi mando, le rogaré te nombre caballero y si todo sale bien, después de la guerra te ayudaré para que puedas ver a Sophie. Debemos ser una piña ahora más que nunca Will.
Eran palabras muy pesados y de mucha responsabilidad las que Arturo había dicho pero por su mirada sería supe que eran verdad. Despacio asentí con gesto solemne y empecé a saborear la idea de encauzar de nuevo mi vida como caballero. Decidí sepultar a Sophie detrás de mi pensamiento bélico y por supuesto decidí volver a ordenar mi vida para tratar de salir de ese bache de alcohol y autocompasión en el que me había visto inmerso. Me despedí de Arturo con un buen apretón de manos, no sin antes agradecerle todo lo que estaba dispuesto a hacer por mí, y me alejé con intención de entrenar el tiro con arco.
En aquel momento no supe bien por qué, pero desde luego mi ánimo se había recuperado de los latigazos a los que lo había sometido los últimos días, y mi mente pareció por fin concentrarse completamente en lo que hacía.
Tal y como prometió Arturo a la mañana siguiente me vino a buscar y ambos fuimos juntos a hablar con Lecnad.
Mi general fue recibido después de esperar al menos una hora y la cara de mi antiguo jefe era un autentico poema. Por su aspecto parecía llevar por lo menos un día sin dormir. Su barba estaba descuidada cosa que sólo recordaba haber visto durante nuestra huída y en la mesa se apreciaban restos de una cena fría a mitad comida.
La organización de la guerra era algo que no debía tomarse a la ligera. Los generales como Lecnad recibían muchas responsabilidades de Yesir. Convocar un ejército tan numeroso no era tarea fácil  y la coordinación tenía que ser excepcional. Quedaban apenas quince días para ir a la guerra lo que implicaba partir de aquí al menos con una semana de antelación para garantizar nuestra llegada a tiempo. Eso dejaba un margen de menos de 8 días para que todo el ejército se reuniera en la capital. Según las previsiones medio reino andaba ya en movimiento lo que implicaba que en cosa de días deberíamos ver aparecer a miles de hombres por la entrada a la ciudad. El reino estaba en peligro y la guerra estaba ya escrita en el cielo.
Con un gesto de la mano nos indicó que nos acercáramos y por supuesto eso hicimos.
Arturo comenzó a hablar y le contó, tanto mi trayectoria como guerrero, como mi fatal desenlace con el gobernador Grey culpable de mi pérdida de rango. Lecnad desconocía esa historia pero pronto ató cabos y entendió por qué mis armas eran de tan buena calidad.
Me miró con ojos comprensivos e incluso pude ver una ligera dosis de pena en su mirada. Odiaba que la gente se compadeciera de mí, eso era algo que sólo podía hacer yo. El general viró su historia hacia él y le contó su vida de forma resumida haciendo especial hincapié en sus dotes de mando y sus aptitudes militares. Lecnad nos miró a los dos de forma sería y dijo:
-Arturo deteneos por favor. Yo he luchado, huido y sufrido con William más de lo puedas imaginarte. Después de lo que me has contado no puedo evitar sentir pena por lo mucho que ya había sufrido mi compañero antes de iniciar nuestra gran aventura, que desgraciadamente tampoco fue fácil. Desde el principio intuí que no era un mero soldado y ahora que me lo confirmas sólo puedo aceptar los hechos. Sé que Will quiere recuperar su cargo y después de tanta mala fortuna por fin parece que tiene algo de suerte. La guerra es un momento muy delicado para los ejércitos. Muchos hombres van a perder la vida y muchos huecos quedarán vacantes tras está. Estoy conforme William Humpton. Serás de nuevo nombrado caballero. Tómalo como un trato de favor por todo lo que hemos sufrido.-añadió mientras me miraba muy serio- Pero serás un caballero de Yesir, y no de Troy, ¿queda claro?- me preguntó con fuerza.
Yo, perplejo asentí con la boca completamente seca y la capacidad de habla totalmente bloqueada por la emoción. Iba a ser caballero, mi vida volvía a tener un sentido.
-En cuanto a tu petición general- prosiguió- debo decirte que ya existen numerosos generales en el reino de Yesir y que no puedo concederte tal cargo de poder. Sin embargo os doy una oportunidad, a los tres. El otro chico, William y tú luchareis junto a mí, con mi ejercito personal, y como ya dije antes, quien sabe lo que el mañana nos deparará a todos nosotros.
Tras esa respuesta, y después de despedirnos de Lecnad, salimos de la sala donde nos había recibido y nos dirigimos a la taberna. Eso había que celebrarlo. Allí para no variar estaba Boby que sorprendido al principio de vernos allí se sumó a la celebración contento de luchar mano a mano con nosotros en la guerra.
A la mañana siguiente fui convocado por Lecnad a media mañana justo antes de iniciar cualquier tipo de entrenamiento. Reclamaba mi presencia en su despacho para hacer oficial mi nombramiento. Cuando acudí me encontré un pequeño comité en torno a Lecnad que iban a hacer de testigos. La espada se posó en mis hombres alternativamente y con el juramente ya pronunciado me levanté como caballero de Yesir abandonando mi antigua vida de soldado raso. Mi sonrisa era la principal muestra del orgullo que sentía. Una energía completamente nueva y pura recorría mi cuerpo antes marchito, lo que reactivó mi espíritu y me llevo a pensar en mi futuro. Hasta ese momento el mañana se avecinaba oscuro y triste; y ahora; aunque la mejora había sido mínima, por algo se empezaba.
Necesitaba una armadura acorde a mi nuevo rango y la verdad es que no disponía de dinero. El general me lo prestó y pude comprarme una armadura nueva. Elegí un modelo muy parecido al que un día tuve. Los tonos violáceos se encadenaban con el negro del cuero y la cota de malla tintada era una verdadera maravilla. Mi aspecto pasó de la mediocridad a la verdadera pulcritud. Estaba conforme con mi aspecto y seguro que mis enemigos recordarían el brillo violeta de mis movimientos.
Volví a mi habitación con intención de cambiarme y de guardar mi nuevo juguete como si de un tesoro se tratase. Me volví a poner  mi vieja armadura castigada por el tiempo y las adversidades y me dispuse a bajar a entrenar un poco.
Visto desde fuera, cualquiera diría que tanto yo como el resto de soldados comprometidos con la causa estábamos obsesionados con entrenar. No era falso del todo. Acostumbrado a mi rutina pasada, mi vida giraba alrededor de la lucha de una forma que nadie que no haya experimentado algo semejante puede comprender. Me gustaba llevar una rutina bien disciplinada y la lucha y el entrenamiento me permitían hacerlo. Entrenaba demasiado, eso estaba claro, e incluso quizá demasiado frecuentemente, pero que iba a hacer. Estábamos en guerra y era muy probable que mi vida corriera un tremendo peligro. Necesitaba que mi físico fuera impecable. Resistencia y fuerza debían unirse en perfecta armonía para tener al menos alguna esperanza de sobrevivir.
La siguiente semana pasó a un ritmo vertiginoso. Fue impresionante ver la cantidad de soldados de todos los rincones del reino que se iban conglomerando en una especia de campamento improvisado fuera de los muros de la ciudad. Había miles de hombres, decenas de miles. La esperanza se encendió en el corazón de todos al ver tal fuerza bélica, aunque desde luego la prudencia debía de predominar sobre todo lo demás, puesto que nuestro enemigo era muy poderoso.
Ya sólo quedaba un día para partir hacia la región llamada Badûr donde los otros gobernadores se habían fortificado frenando el avance enemigo.
Durante aquellos mismos instantes, pensé, los generales aliados estarían todos reunidos con Yesir para decidir la estrategia. Sólo deseaba una cosa. Salir victorioso y vivo de la contienda, aunque desde luego tenía muy presente la posibilidad de morir.
Aquella noche nos despedimos de la taberna con mucho alcohol. Íbamos a la guerra y eso había que por lo menos tratar de olvidarlo. Mi noche decidí que no se alargara demasiado, por lo que en cuanto noté que mi cabeza comenzaba a desprenderse del resto de mi cuerpo me despedí y me fui a dormir. La hora marcada era el medio día. A esas horas las armas y los caballos serían nuestros más fieles amigos y con decisión deberíamos partir al frente. Se avecinaban días duros. Días de sangre; de sufrimiento y de dolor.
Días negros con cielos grises plagados de cuervos hambrientos. Cuervos listos para devorar el enorme rastro de muerte que la guerra iba a dejar a su paso. Dormir era mi única escapatoria y ya sea por que era mi última noche a corto plazo en una cama o por el alcohol, mis pestañas se rindieron a su propio peso y mi cerebro desconectó el modo lamento, tan activo durante los últimos meses de mi vida.

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