¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

miércoles, 23 de febrero de 2011

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 1) ¡el viaje no ha llegado a su fin!

Bueno, de nuevo por aqui esta vez con la primera parte del capitulo 4.
Tengo todo escrito mucho más pero prefiero ir subiendolo poco a poco. De momento he recibido pocas opiniones debido a que apenas he promocionado el blog. A modo recordatorio diré que si lo leeis, comenteís y opineís. Un libro se hace entre mucha gente, y este necesita vuestros consejos :D

espero no os decepcione mucho la primera parte de este capitulo, mañana colgaré el resto :D




Un futuro desolador

Me desperté tras un buen cubazo de agua en frente del gobernador Grey y de Sophie en el gran salón del palacio. Me dolía mucho la cabeza y por el sol de la ventana intuí que había dormido por lo menos dos horas. Por la cara llena de lágrimas de Sophie deduje que la reprimenda del gobernador había sido importante. A mi lado estaba el general, que me dio un vaso de agua y me desató las mordazas. Me levanté a duras penas para colocarme frente a mi señor y esperar el castigo.
-Yo te he dado todo cuanto eres hoy en día William. Cobijo, enseñanza, todos teníamos muchos planes para ti, pues cualidades bélicas no te faltan. Fuiste ascendido a caballero y ahora ¿me traicionas así? Mi hija dice que os amáis, ¿es eso cierto?
-Si, mi señor.- Conseguí balbucear-
Las carcajadas eran lo último que esperaba ver salir de la boca de Grey pero para mi sorpresa, allí estaban.
-Un plebeyo, ¿desflorando y deshonrando a mi hija? ¿Acaso te has vuelto loco Humpton?
No supe que responder por lo que opté por el silencio.
-No quiero perder más el tiempo contigo, ya lo he perdido lo suficiente. Quedas degradado a soldado raso, serás azotado a razón de sesenta latigazos al día durante siete días y si sobrevives a ello, que ojala no lo hagas, partirás a la guerra del norte de nuestro amado rey. Siempre necesita hombres en su lucha contra los bárbaros. En cuanto a los latigazos, Sophie y yo estaremos presentes, espero los disfrutes.
En cuanto a ti Sophie -dijo mientras cargaba su dura mirada en ella-, eres mi hija, mi única hija, y por tanto no puedo deshacerme de ti. Trabajaras y estudiarás medicina y te buscaré un esposo a tu medida. No lo dudes.
Una vez dictada sentencia se sentó y con la mano cubriendo su rostro mandó retirarse a su hija y encarcelarme a mí.
Cuando me dejaron en mi celda, vestido como un mero panadero, sin armas y destrozado, mi cabeza tomó las riendas de mi cuerpo. Lo había perdido todo. Ya no era caballero, me iban a torturar y para colmo partía a la guerra.
Traté de dormir pero me resultó francamente imposible. Entre cabezada y cabezada me descubrí a mi mismo pensando en mi futuro. Me veía sufriendo en el frente y veía a Sophie descompuesta por el dolor. Lloraba, sufría y el dolor ocupaba todos mis pensamientos. Gracias a los dioses en esta vida todo pasa y el sol se introdujo en mi celda con puntualidad. Al poco rato unos hombres me arrastraban en dirección a la plaza. Mi tortura parecía haberse hecho algo público y la gente se aglomeraba en torno a un poste desde donde supuse me iban a colgar. Estaba en lo cierto. Me quitaron la fina camisa que llevaba y me colgaron con las manos en lo alto de forma que mis pies llegaran justos al suelo. Delante de mí se situó Sophie, al lado de su padre, y rodeándolos estaban todos mis ex compañeros, incluyendo a Boby que tenía el rostro desfigurado por la rabia. Ya sólo podía esperar, mis manos ya estaban atadas y en mi espalda se situó aquel hombre encapuchado que tanto iba a odiar de ahora en adelante. Uno, dos, tres, cuatro latigazos me sacudieron la espalda irradiando un dolor insoportable. Noté como mi piel se rasgaba dejando ver hilillos de sangre. El proceso se prolongó hasta los 60 y llegó un punto en el que mi mente y mi cuerpo se separaron. No grité, o al menos eso me pareció. Algún gemido y muchos gruñidos eran los únicos sonidos que mi garganta dejaron escapar. Nunca imaginé que unos latigazos pudieran causar tal deterioro físico y mental. Era una sensación muy extraña, mi cerebro estaba preparado y esperaba el momento justo para la llegada del dolor pero cuando este por fin aparecía siempre me cogía desprevenido. Sophie lloraba, mis ex compañeros apartaban la vista y los ojos pequeños de Grey disfrutaban con cada una de las heridas de mi espalda. Cuando me llevaron a mi celda mis piernas ni siquiera me aguantaban. Me dieron agua y me obligué a comer aunque sólo fuera un trozo de pan duro. ¿Todavía quedaban seis días de esta agonía?  Cuan fácil sería rendirme. No, me dije, debo aguantar por Sophie.
El segundo día fue peor que el primero, las heridas del día anterior habían comenzado a cicatrizar y con cada nuevo latigazo no sólo agrandaban mi dolor, sino que los cortes se hacían más profundos. El pueblo perdió el interés debido a lo brutal de la tortura y lo repetitivo que se hacia todo, sin embargo allí seguía Sophie, Grey y mis compañeros, aguantando el tirón.
No recuerdo bien el resto de los días. Mi cerebro me protegió o eso pensé en aquel momento antes de descubrir la verdad. El general, viendo lo horrible de mi tortura se había ablandado y había decidido ayudarme. Logró por medio del soborno introducir en mi celda una droga camuflada en la bebida y la comida. Cada dosis que ingería me drogaba y me catapultaba a un mundo completamente diferente. Yo en aquellos días, ajeno a la verdad, pensé que definitivamente mis fuerzas y mi voluntad se habían quebrado y que ya sólo era cuestión de tiempo que mi corazón se apagase como si de una vulgar vela indefensa en una tempestad se tratase. La verdad es que la droga hacía un efecto maravilloso. No sentía ningún tipo de dolor, y mi mente volaba libre totalmente ajena a lo que pasaba en realidad. Imágenes entrecortadas de mi vida pasaban volando ante mis ojos sin que yo las lograra unir de forma conexa.  Cuando por fin terminó la semana de castigos y las drogas fueron eliminadas por mi cuerpo, la vuelta a la realidad fue increíble. Ahora sí que era real. No me podía mover. Aquel día estaba mojado, lo que me llevó a deducir que llovía. Me acurruqué en una esquina de la celda y esperé a que la muerte me abrazara. No se dignó a venir a por mi, en su lugar, el frío atenazó mis músculos y me vi preso de una tiritona que me convulsionaba de forma tan agresiva que hasta el respirar me suponía un esfuerzo. Necesitaba ayuda, pero nadie estaba dispuesto a brindármela. Pasé una de las noches más duras de mi vida. Notaba la espalda desgarrada por cientos de sitios, la sangre seca cubría mis omoplatos como si de una fina película se tratase y con cada movimiento, por pequeño que fuera, alguna herida en proceso de curación se volvía a desgarrar provocándome sacudidas de dolor.
Gracias a los dioses por la mañana una persona entró en mi celda. Ordenó de forma rápida que me transportaran a una habitación caliente y allí se inició mi curación. Iba a ser un proceso largo, puesto que mi espalda estaba completamente destruida, pero el simple hecho de dejar de tiritar ya supuso un alivio para mi. Pasé las siguientes dos semanas entre somníferos y cataplasmas cicatrizantes y la verdad es que después de todo eso mi aspecto era mucho mejor. Había recuperado la vitalidad y las ganas de vivir y pronto podría levantarme sin miedo a desgarrarme la espalda. Grey no quiso esperar mucho más. Una mañana recibí un mensaje del gobernador y sus instrucciones eran claras.
“Dentro de una semana,-decía- tu y doscientos de mis soldados partiréis al frente. Las órdenes son claras. Os uniréis al ejército real y luchareis en mi nombre para defender nuestros territorios.”
Una semana pensé. Era demasiado poco. Simplemente me dio tiempo a seguir con mi recuperación y a escribir mil bocetos de la carta que iba a entregarle en secreto a Sophie. Nunca había tenido problemas para expresarme pero desde luego aquel era un duro momento de bloqueo mental. Mis sentimientos eran claros y mis intenciones también. Al final opté por la brevedad. Tras perder unas líneas rogándole me disculpará por lo acaecido y contándole mi evolución médica fui directo al grano.
“Volveré. Recuperaré mi honor en la guerra y volveré por ti. Espérame Sophie, te lo ruego espérame.”
Por fin llegó el día de mi partida. Hacia tan sólo un día que me había decidido a incorporarme. Mis heridas parecieron aguantar y me dirigí a hablar con el general. Lo primero que hice fue darle las gracias por su entrenamiento. Luego el me confesó que me había drogado durante mi tortura para evitarme la muerte, lo cual me hizo sentir aun más afecto por el. Era un buen hombre. Un hombre de la guerra, duro y aparentemente sin sentimientos, pero buen hombre a fin de cuentas. Le pregunté acerca de cómo veía mi situación a lo que me confesó que mi única alternativa era luchar en la guerra y rezarle a dios por un destino heroico y feliz. Le hice jurar que velaría por Sophie y que me mantendría al corriente de las nuevas de la ciudad, además le supliqué que le diera mi carta a Sophie, a lo que el aceptó a regañadientes. Como último detalle el general me devolvió mi armadura y mis espadas. Me emocioné. Parece mentira el cariño que se le cogen a esas pequeñas cosas del día a día y lo mucho que duele el perderlas. Iba a ser un soldado raso, desde luego, pero iba a ser el mejor soldado raso del mundo, o al menos el mejor equipado. Nos dimos un abrazo de hermanos y nos despedimos.
Mi siguiente destino fue la taberna. Supuse que Boby estaba allí y acerté por supuesto. Había sido mi único amigo, de eso no cabía duda y si en alguien hubiera depositado mi vida, hubiera sido en él. Como había podido presenciar en nuestros días juntos, el era feliz, y eso me bastaba a mi. Nos dimos un gran abrazo y tras desearnos la mayor suerte del mundo nos separamos con intención de volver a vernos pronto.
-Resérvame una jarra bien fría- le grité desde la puerta- y unas cartas para cuando vuelva. Pienso desplumarte hasta la última moneda de oro que hayas ahorrado Boby.
Él, nostálgico y emocionado, simplemente asintió y bajó la cabeza hundiendo sus labios en un buen vaso de alcohol. Estaba triste. Debía partir a un futuro desolador y dejaba a mi paso la breve vida que había logrado construir allí.
Mi obligación era servir a mi señor y en última instancia a mi rey. Hoy iba a partir para servirlos a ambos. Debía pensar en positivo. Mi sueño era luchar por el honor y las causas justas y ahora, por lo menos iba a luchar por las tierras que amaba. La verdad, en mi cabeza lo maquillé todo lo que pude para obligarme a darme ánimos aunque en mi corazón se había abierto un gran agujero negro de desesperanza.
Lo había soñado todo de forma demasiado diferente pero bueno, no era más que eso, un sueño, y todos sabemos de sobras que los sueños, sueños son, y que la vida siempre tiene un color menos perfecto y luminoso.

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