¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

viernes, 25 de febrero de 2011

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 2) ¡A las armas!


 La historia continúa, si te atreves a leerla, espero te guste, si ver tanta palabra junta te asusta, este no es tu blogg :)





Me uní a la numerosa comitiva y como uno más inicie la tormentosa marcha que llevaba a la guerra. En los libros que había leído siempre omitían esta parte de la historia. Los relatos épicos eran para los héroes y para nada había que hablar de los quebraderos de cabeza que genera el sentimiento de caminar hacia la muerte. Conforme andábamos hacía el norte el frío se convirtió en un importante enemigo. El mero tacto del pomo de la espada resultaba incómodo y lo único que lograba pensar a lo largo del día era en el fuego que calentaría mis huesos al anochecer. Mi cómoda vida de ciudad lejos de la guerra me había alejado de interesarme por la naturaleza del conflicto pero en la comitiva se hablaba mucho de estos temas. Comprendí que existían tres reinos colindantes y supe que en la ciudad trataban de omitir estos temas debido a la crudeza del asunto. Definitivamente, esta guerra era más grande de lo que ninguno de nosotros hubiese imaginado. En lo que a mí alrededor se refiere, el país estaba dividido en tres grandes reinos, todos ellos en paz y con sus respectivas fronteras. Estaba el reino del este, gobernado por el rey Derek y que se caracterizaba por su mano dura. El reino del oeste de un rey muy pacifista llamado Yesir, y el reino del centro, por el que yo luchaba gobernado por el eterno ausente Troy.

Derek era un rey joven y ambicioso que no se contentaba con nada. Gobernaba sus tierras con guante de guerra y siempre estaba preparado para la batalla. Su política era tan severa que la mayoría de sus castigos pasaban por la mutilación y la muerte. No me gustaba como rey, pero sus tierras eran prosperas y en parte eso era gracias a el. Yesir era un rey noble y de buen corazón. Pacifista hasta extremos anormales había decidido acudir a la batalla única y exclusivamente bajo la amenaza de perder las alianzas establecidas con el resto de los reyes. En cuanto a Troy, poco tenía yo que decir al respecto. Los gobernadores mandaban más que él. Era una persona mayor que se había anclado en su trono y que además no había dejado herencia alguna, lo que debido a su edad empezaba a crear rumores y complots contra él.

Conforme seguí avanzando camino al frente me di cuenta de que la guerra afectaba y mucho a nuestro reino. Los bárbaros se habían enterado de la debilidad de Troy y habían decidido aumentar sus territorios a costa de los del rey. Ellos de forma solitaria no eran un rival para los tres reyes unidos pero el problema se planteaba ahora más que nunca con la no cooperación del rey Derek. Como ya expliqué antes, el rey del este era una persona muy codiciosa y en vista del poderío bárbaro, en otros tiempos subestimados, había decidido retirarnos la ayuda y dársela a los nuevos enemigos del reino con el fin de aumentar su territorio. Nuestro ejército sólo aguantaba gracias a la ayuda de Yesir, que bondadoso durante toda su vida, había visto en Derek a un poderoso enemigo con alma mezquina. Pronto comprendí el motivo por el que Grey había enviado tantos soldados durante tanto tiempo al frente. Estábamos demasiado cerca de la frontera nordeste como para subestimar la delicada situación del reino. Si las defensas caían, era sólo cuestión de días que el bastión de Grey tuviera que defenderse de un asedio. Derek no había desplegado su poder militar todavía y se dedicaba a ayudar simplemente a base de buenos soldados a los ya números extranjeros. Debíamos aguantar, o eso pensé en aquel momento. Un asedio a Grey podría poner en peligro todo cuanto amaba, aunque todo pintaba demasiado negro.

Tras cinco días de marcha a paso relajado llegamos a lo que se consideraba el frente. Me sorprendió mucho ver tal cantidad de hombres agrupados. Miles de caballos, miles de soldados y cientos de estandartes decoraban una laguna verde y bonita. Habían escogido un buen lugar. Las montañas se encontraban a ambos lados protegiendo los flancos y salvo un ataque por retaguardia, sólo había que preocuparse de lo que pudiera venir de frente.
Nada más llegar nuestra comitiva fue disuelta, y en vista de que no éramos más que doscientos soldados rasos, nos dividieron entre los grupos de forma a rellenar el puesto de los caídos. A mi me colocaron bajo las ordenes de un noble llamado  Lecnad y la verdad es que ni me preocupe del paradero del resto de mis compañeros. Los días allí pasaban muy rápidos. El frío congelaba los cerebros y la gente generalmente no hablaba mucho. Las misiones generalmente eran de reconocimiento. Me enteré que todo el ejercito estaba bajo las ordenes del gran caballero Matrok, héroe reputado de guerra y excelente espadachín. El dirigía los asaltos a las provisiones del traidor de Derek y supervisaba los informes de nuestros rastreadores. Éramos unos diez mil hombres lo cual no era un gran ejército si consideramos que nuestros enemigos podían doblarnos en número si derek se sumaba a la batalla. Cuando llevaba cinco días aburrido sin nada que hacer en aquel campamento, decidí escribir a mi general. Le conté todo lo que había descubierto sobre el conflicto y le insté a prepararse para lo peor. Supuse que trataría de hablar con grey pero en mi interior sabía que Grey no iba a prestarle atención. Las últimas líneas las dediqué a interesarme por Sophie, y le rogué que me respondiera con celeridad.

Una semana después de mi llegada unos rastreadores informaron del movimiento de dos mil hombres bárbaros en dirección a un flanco a través de unos bosques. Su intención era la de rodear nuestro ejercito y adentrarse en territorio prohibido. Las alarmas se dispararon y nos organizamos en grupos. Rápido comprendí aquellas famosas palabras de mi general que me informaban acerca de lo diferente que era la guerra a un entrenamiento. Nuestro grupo capitaneado por Lecnad constaba de unos quinientos hombres, todos ellos supuestamente diestros en armas, aunque nada más verlos supe que ninguno había recibido mi formación. Una vez nos dividimos en grupos nuestro avance era inminente. Las órdenes eran claras. Íbamos a acudir a territorio de Troy e íbamos a esperar su llegada. Les íbamos a dejar entrar en nuestro territorio con el único fin de luchar en terreno llano. En nuestro pelotón, sólo treinta personas iban a caballo, los que supuse eran la guardia del general, los demás íbamos a pie.  Reculamos desde nuestra posición durante un día y luego viramos en dirección al este para interceptar el ataque. Habíamos acertado. Durante la tercera mañana, temprano, alcanzamos el valle donde iba a tener lugar la batalla. Nos situamos en formación y esperamos. No habían pasado ni dos horas cuando al frente apareció el humo que ocasionaban los campos ardiendo al paso de los bárbaros. Comenzaron a sonar trompetas y tambores y el grupo se puso en movimiento. Éramos unos tres mil hombres, aproximadamente menos de la mitad del grueso del ejército real, y nuestra victoria iba a ser aplastante. Al frente, el enemigo, sin formación aparente y después de habernos visto, comenzó a correr hacia nosotros con furia. Estaban sedientos de sangre. Tras el toque de las trompetas y después de recibir la orden de mi capitán, me encontré corriendo como un puntito más de la masa de gente que cargaba. Ya no había sitio para los nervios, debía pensar en sobrevivir y a pesar de que nunca había matado, ese iba a ser un gran estreno. Cuando la proximidad con el enemigo fue considerable desenfundé mis dos espadas y me dispuse a cargar. Armaduras, estandartes, gritos enfurecidos, todo se mezcló de una sola sacudida con la brutalidad del impacto. Pude ver como algunos hombres eran lanzados hacia detrás y como las lanzas de mis enemigos atravesaban las corazas de los soldados enfrente mío. No quise seguir mirando y me concentré en mi batalla. Los gritos lo rodeaban todo, llegó un punto en el que era difícil distinguir entre amigo o enemigo. Me sudaban las manos y eso, en mí, era muy raro. Es difícil de describir. Cuando has consagrado tu vida a las armas el luchar o el enfrentarte a la muerte no te genera el mismo miedo que a los demás, sin embargo, si hay que reconocer que la adrenalina se dispara hasta el punto de aterrorizarte. Mis espadas eran contundentes, pude ver a lo lejos la guardia del capitán, todavía en su montura si bien su número iba en claro descenso. Me acerqué en esa dirección mientras asestaba golpes a todo lo que se ponía a mi paso. Cuando logré alcanzar a Lecned tan sólo quedaban veinte hombres de su guardia, y en formación, peleaban juntos para que nadie pudiera acercarse a ellos. Me coloqué justo al lado suyo y ataqué con más fuerza que nunca. Debía impresionar a Lecned, debía conseguir ser parte de su guardia y ganarme su confianza. Después de asestar muchas cuchilladas pude levantar la cabeza, los hombres se amontonaban a mí alrededor, tanto aliados como enemigos, mutilados, muertos, heridos. Era un panorama desolador y pude comprender la crueldad de la guerra. De los quinientos hombres de mi regimiento pude comprobar como quedaban en pie apenas la mitad, lo cual me hizo plantearme el resultado de la misión, sin embargo, dada la igualdad de la batalla, los enemigos estaban parecido. Tras ese momento de distracción me concentré de nuevo y destripé a un insensato con barbas que se había puesto frente a mí. Todo siguió en la misma dinámica hasta que de repente sonaron nuestras trompetas. -“RETIRADA”- gritaban, -“RETIRADA”- ¿cómo era posible? Retirarse era sinónimo de rendición y lo que es peor, dejábamos entrar a los enemigos que sólo estarían a tres o cuatro días a pie de mi hogar. Comencé a pelear con fuerzas renovadas intentando abrirme paso hacia la retaguardia pero era imposible. Pude ver como mis aliados corrían como pollos sin cabeza hacia atrás y como en vista de la nula resistencia las hordas bárbaras nos rodeaban a mi y a mi regimiento que todavía seguíamos luchando. Era absurdo. Un toque de trompetas significaba retroceder, pero yo esperaba que se hiciera con cabeza, no de ese modo, vendiendo a cualquiera que estuviera por delante.

No estaba sólo. Lecned y todo el resto de su regimiento estaba retrocediendo bien. Poco a poco, a golpe de espada nos fuimos abriendo un camino hacía detrás. Nos habíamos separado del grupo y ahora la supervivencia dependía sólo de nosotros. –“¡Juntaros a mí!- gritaba Lecned- ¡No cedáis terreno! Seríamos unos cien los únicos supervivientes, pero logramos adentrarnos en el bosque que rodeaba el valle y la huída era ya viable. Unos cuantos bárbaros decidieron darnos caza, nos igualaban en número y además portaban ballestas, lo que a pesar de la protección de los árboles, nos causó muchas bajas. En vista de que correr no nos llevaba a ninguna parte más que a morir de a poco y que el resto del ejército parecía concentrado en cazar a nuestros cobardes aliados, lecned dio la orden y todos obedecimos -¡A LA CARGA!-  Viramos en seco y los sesenta hombres que quedábamos cargamos contra los cien que nos perseguían corriendo. En ese avance cayeron muchas flechas. Una de ellas atravesó mi cota de malla y se hundió en mi muslo izquierdo, pero ya sea por la adrenalina o simplemente por la cercanía de la muerte, ni lo noté. Con el corazón latiendo con fuerza desenvainé mis dos espadas y me lancé como un loco sobre los bárbaros. Asesté golpes a diestros y siniestro, nadie podía pararme, la sangre ajena cubría mi rostro y mis ojos brillaban de pura intensidad. Al final los diez hombres que restaron en pie huyeron sin miramientos dejando a algunos de sus compañeros tras de si. La batalla fue brutal, y sólo quedábamos veinte guerreros y Lecned de los quinientos iniciales. El desánimo se apoderó de todos nosotros.
Cada uno nos armamos de ballestas y cuchillos de los caídos y liquidamos a cualquier superviviente tanto amigo como enemigo. No podíamos cargar con nadie y a pesar de que me pareció una crueldad, el sufrimiento pintaba los rostros de cada uno de los aliados caídos y la muerte era más un alivio que un castigo. La tierra estaba embarrada de sangre y el olor era espantoso. Los cuervos ya sobrevolaban la zona esperando nuestra partida para disfrutar de su merecido banquete. Fue en ese momento cuando lo entendí. No hay ganadores, sólo hay vencidos, y los únicos que ganan algo son los cuervos, esas aves negras del infierno que no dudan en picotear los ojos de lo que hace escasos momentos sentía y padecía. Lecned estaba herido, como muchos de los supervivientes. Mi pierna comenzó a dolerme horrores y tras dos horas de caminata tuvimos que parar. Estábamos al pie de una montaña, lo que me llevó a pensar que nos separaba un buen viaje del grueso del ejército.

Mi cabeza sólo funcionaba para realizar preguntas. ¿Por qué nos habían vendido de ese modo? ¿Dónde está el honor de la batalla?¿ dónde está el honor de un caballero? Miles de preguntas sin respuesta que me hicieron comprender que no hay nada heroico en una guerra. Un día te desvives y logras sobrevivir a una gran batalla dando muerte a muchos para luego caer en la siguiente a manos de otro iluso con aires de grandeza. El ánimo estaba por los suelos y Lecned lo sabía. Dormimos. Qué más podíamos hacer. Yo me lavé la herida de la pierna, hice un torniquete y contemplé que no era tan profunda como pensaba. Bendita armadura. El sol despuntó en el cielo sin piedad alguna y nos despertó de aquel frío y tormentoso descanso. Lecned parecía haber dormido poco. Estuvo pensando supongo. No quedaban supervivientes de su guardia, y los hombres que quedaban no eran excepcionales luchadores.
-Debemos volver a mis tierras. Todos. Vendréis conmigo, informaremos a mi rey y el nos dirá que hacer.
¿Hasta su reino?  Menuda idea, su reino estaba cruzando en paralelo a unos diez días a pie, y no sabíamos hasta que punto habíamos sido derrotados. Traté de frenar mi impulso y ser respetuoso con mi superior, pero en aquella situación todos éramos uno, por lo que pasados unos minutos no pude callarme más y se lo dije.
-¿hasta su reino señor? Eso está a más de diez días a pie, por qué no regresamos con el grueso del ejercito.
Los ojos del capitán me atravesaron sin contemplaciones y su mirada pasó de mi rostro a mi armadura y mis armas.
-Ya no existe ejército alguno. Los hombres que hayan sobrevivido serán buscados por los bárbaros y exterminados. Debemos buscar reagruparnos en algún lugar.
- ¿Cómo que ya no existen? ¿Y los que huyeron?¿ y los que dejamos atrás?
-No me atrevo a regresar, es muy probable que no quede ya nada de lo que dejamos atrás. Pude ver como por detrás de los bárbaros a los que nos enfrentábamos llegaban miles de hombres de Derek. Por fin parece que ese canalla ha salido de su madriguera y me atrevo a decir que tu reino se tambalea. Dudo mucho que el ejército del norte siga estando allí cuando lleguemos. La situación es grave, debemos reagruparnos lo antes posible y debemos frenar su avance con un nuevo ejército.
Mi mundo se resquebrajó por completo. ¿Acaso todo lo malo iba a pasar sin que nada pudiera hacer yo para evitarlo? Estaba claro que nada podía hacer un solo hombre en estas circunstancias. Lo único que me quedaba era seguir a Lecnad y rezar para que las cosas no acabaran mal para todos.

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