¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

viernes, 11 de febrero de 2011

Capitulo 2 (tercera parte y última)

Bueno, final de capitulo. Espero os deje ganas de seguir leyendo!!




[...] El sol llegó antes de lo que mi cuerpo a medio descansar hubiese querido. El desayuno tardó dos horas por lo menos en llegar y cuando llegó ya estaba cansado de esperar. Me preparé para volver a dar un paseo, esta vez por delante del cuartel y de ese modo observar con disimulo como entrenaban el resto de caballeros ya prácticamente formados. Me pregunté como se realizarían las selecciones, cuanto durarían los entrenamientos y de donde habrían  salido todos esos hombres. Con el tiempo me fui enterando de todos esos detalles. Los entrenamientos se realizaban prácticamente durante cinco años y eran tan duros que sólo unos pocos de los que comenzaban lograban terminar. Cuando mi condición de novato fue perdiendo validez me di cuenta que este cuartel era conocido por entrenar a gente de la nobleza, si bien, algunos llegaban allí de casas adineradas de la región. Su reputación era impecable y el maestro de armas era reconocido en todo el reino. Mientras les espiaba pude contemplar como dominaban el arte de las armas. Cada uno empuñaba una diferente. Espadas largas, escudos, puñales cimitarras y lanzas se entrecruzaban en una danza mortal. Algún día iba a ser mejor que ellos, no importaba cuanto tiempo pudiera costarme aunque de momento sólo pudiera hacerme esas promesas absurdas. Continué con mi camino y tras pasear por unos puestos de la plaza me encontré con un vendedor ambulante de libros. Mi padre me enseñó a leer y eso fue un regalo que nunca podré terminar de agradecerle jamás. Decidí adquirir un libro que relataba las aventuras del rey Storion, y como con la ayuda de sus amigos había recuperado el trono de su padre caído a manos de su enemigo Drusa. Me senté a disfrutar de aquel relato debajo de un árbol y realmente me sorprendí al encontrarme por fin después de tanto tiempo contento por algo. Comí unas manzanas rojas que llevaba encima sobrantes del desayuno y tras la intensa lectura reposé debajo de aquel árbol durante un rato. Me desperté sobresaltado cuando las manos de un paje me sacudieron los hombros con frenesí y me arrancaron del mundo de los sueños. Asustado por la intensidad de las sacudidas le pregunté que, qué era lo que quería de mi. El paje pareció un tanto arrepentido de su falta de tacto y alargando la mano me tendió lo que parecía un sobre con una carta.
“ Para William Humpton” decía la parte de fuera del sobre. Levanté la cabeza con gesto interrogativo y descubrí como mi asaltante se iba a paso ligero de vuelta al castillo. Intrigado rompí el sobre y descubrí una nota escrita en un pergamino. La caligrafía era fina y cuidada y tras olerla pude descubrir un ligero olor a frambuesa sobre el papel.
“Ya han pasado cinco meses desde que de manos de unos maleantes vuestro acero tuvo el detalle de salvarme- empezaba la nota- Y todavía no he tenido la oportunidad de intercambiar siquiera dos breves miradas con vos. Permitidme el honor de comer en su compañía. Mañana. En la sala de banquetes pequeña. Atentamente : Sophie Grey.”
Levanté la cara del papel no sin antes releer las líneas escritas y perplejo me recosté de nuevo sobre aquel árbol. Después de tanto gesto altivo y después de tal desprecio por su parte la hijita consentida del gobernador por fin se dignaba a hablar a aquel que arriesgó su vida por salvarla y que además recibió una paliza inmerecida por su culpa. Sorprendente. Aún a día de hoy me resulta un gran misterio el por qué de esa comida, si bien, ya he aprendido a aceptar que las mujeres son un gran desconocido para el hombre y que eso es uno de sus grandes atractivos. Uno de tantos, por supuesto. El sol comenzaba ya a acostarse en el firmamento cuando cansado de leer y con ganas de cenar algo caliente, me dispuse a regresar a mis aposentos donde debería elegir cuidadosamente mis prendas para por lo menos no decepcionar demasiado a mi anfitriona. Había leído toda la tarde con la intención de bloquear mis nervios por la carta recibida y traté de mantener mi mente ocupada durante toda la cena por miedo a caer en el pánico. Cuando mi amiga la doncella se llevó los restos de la cena se me ocurrió la brillante idea de pedirle por favor para el día siguiente la bañera, un peine, una navaja y un espejo para poder arreglarme convenientemente. Mi aspecto no es que fuera algo desagradable pero desde luego la vida de entrenamiento no era una vida compatible con la elegancia y según el reflejo del río, mi pelo y mi barba estaban completamente descuidados. La noche pasó sin más dilación y por fin llegó la mañana. Estaba nervioso y no había dormido todo lo bien que me hubiese gustado. Nunca había quedado con una mujer y por más que intentaba ponerme en situación, todo parecía demasiado surrealista. Tal y como había pedido el día anterior, mi doncella llegó con dos ayudantes y una bañera con agua. Más que una bañera era un cubo circular, pero bueno, suficiente. Una vez estuve limpio y reluciente me contemplé en el espejo. Menuda decepción. Mi cara tenía marcas de heridas recientes. Mi barba me resultó muy desagradable a la vista. Y mi pelo parecía una enredadera. Cogí la navaja con cuidado y me afeité por completo. Volver a tener cara fue una sensación rara pero agradable y por supuesto me juré a mi mismo que trataría de cuidar un poco más esa parte de mi anatomía. Con el pelo no sabía muy bien que hacer y por miedo a empeorar la situación me repeiné hacia detrás y me vestí despacio. Elegí un conjunto de color claro que a mi juicio y en la opinión del comerciante de la plaza no sólo me sentaba muy bien, sino que además estaba a la moda actual. Una vez me encontré medio conforme con mi aspecto y cerca ya del medio día, me dispuse a ir en busca de Sophie y esa comida pendiente. Me sorprendió mucho contemplar como era capaz de colocarme una cota de maya a una velocidad increíble y como conjuntar la ropa o arreglarme barba y cabellos eran dos actividades tan lentas y costosas. Entrenamiento, todo en la vida se resumía en entrenamiento y el campo de la higiene personal lo había dejado un poco de lado.
Asumiendo mi poca mano para esas cosas y con un enorme nudo en el estómago bajé las escaleras y me presenté en la sala donde me citaba la carta. Ya me estaba esperando. Llevaba un traje blanco ajustado a la cintura y un bonito escote palabra de honor. Su pelo estaba finamente recogido con una diadema de diamantes y le caía suelto por la espalda. Para que auto engañarse, Sophie era preciosa y por mucho que traté de disimular no pude evitar poner una cara de pasmado increíble. Intenté sonreír y agasajarla con un cumplido pero la voz me sonó débil y poco convincente, por no mencionar el tartamudeo del final de la frase. Fue bochornoso. Todavía recuerdo ese momento por lo mal que lo pase. Pero Sophie no esperaba a un caballero. Tampoco esperaba a un hombre hablador. Aparentemente sólo quería conocerme y la situación le hizo tanta gracia que comenzó a desternillarse delante de mí como si de una actuación cómico-trágica se tratase. Al final las risas pasaron y para evitar que mis rodillas, sometidas a una presión brutal, pues temblaban a la vez, me dejaran en evidencia, me senté. Lo logré sin mayor problema y se sirvió el primer plato. La comida transcurría en silencio absoluto y yo no era capaz de tomar iniciativa alguna, hasta que por fin ella tomó las riendas de todo.
-Cuéntame William, ¿Puedo llamarte Wiil?- Preguntó acortando las distancias desde el principio-  ¿Cómo te van los entrenamientos con el general?
Un poco menos nervioso y dispuesto a ser agradable le di mi consentimiento para el tuteo, si bien, yo conservé la educación, por supuesto.
-Los entrenamiento han sido muy duros, mi señora. El general es un hombre serio y duro y conmigo no hace excepciones. Mis compañeros ya me consideran el enchufado del cuartel, no pienso darles más motivos de burla.
Quizá fui más duro de lo que me hubiese gustado. Nuestros ojos estaban fijos los unos en los otros y el tiempo incluso parecía pasar más despacio.
-Es curioso-Retomó Sophie- jamás imaginé que tu sueño sería ser caballero. Es una vida de servidumbre y de penurias. Pensé que quizá tu vocación era otra. Yo por ejemplo estoy estudiando medicina, por eso he estado tan ausente de la vida de palacio. Quiero ayudar a los demás, sentirme útil para el resto. ¿Por qué caballero?
Increíble. ¿Medicina? La medicina era una ciencia demasiado experimental. Poco testada y todavía sin desarrollar, los remedios medicinales a base de plantas y el manejo de la sutura, recolocación de huesos y la cura de heridas era de las pocas salidas que le encontraba yo a ese oficio. De todos modos me mostré sorprendido e incluso me interesé acerca de sus estudios e investigaciones.
-Me sorprende mucho que una persona de su influencia, mi señora, se dedique a tales menesteres, sin embargo me parece un oficio muy honorable y estoy seguro de que destacará en todo aquello que se proponga.
Ya desde el momento que mi boca lo decía me pareció demasiado formal, y rápidamente Sophie se encargó de decírmelo.
-Por favor, llámame Sophie, Will, a fin de cuentas me salvaste la vida, y eso es algo que siempre te deberé. Sin embargo, si quisiera hablar con un loro que me alabase completamente todo lo que mi boca escupiera llamaría a un criado. Yo quiero que me trates como a un igual. Quiero saber lo que piensas y no quiero seguir con esta comida si tu intención es meramente aduladora.
Me quedé un poco sorprendido pero mi cerebro tomó las riendas de mi desconcierto con mucha rapidez. Su respuesta había acabado completamente con el teatrillo que mis palabras estaban generando y ya sólo me quedaban dos opciones. Bloquearme, levantarme e irme, o ser franco y directo como ella. Elegí la segunda opción.
-Sophie- comencé- pertenecemos a mundos muy diferentes, eso desde luego, pero hay algo que siempre he querido preguntarte. ¿Por qué no te has dignado a hablar conmigo hasta hoy?¿ Por qué no evitaste mi tortura hasta que la muerte acarició mis mejillas? No entiendo que es lo que buscas con esta comida, yo quiero ser caballero, un caballero de tu padre, y si bien mi sueño no era este, actualmente si lo es y no pienso permitir que tu caprichosa voluntad se interponga entre yo y mi destino.
La mirada de ella se volvió muy penetrante y logró imponerme un poco. Rápidamente me sumergí en aquellos ojos verdes que parecían haberse agrandado por momentos. Me sonrió. No supe si eso era una buena o mala señal, pues con el tono de mi voz había me había propasado, aunque las carcajadas posteriores me tranquilizaron un poco.
-A eso me refería Will. Sabía que clase de personas eras desde el momento en que viniste a socorrerme arriesgando tu vida sin esperar nada a cambio. Serás un buen caballero, eso seguro- dijo mientras seguía sonriéndome.- has sido sincero y te lo agradezco, y ahora mereces respuestas. Tuve miedo Will. Yo estaba desobedeciendo a mi padre. Me encanta montar a caballo cuando sale el sol. Sentir la naturaleza en todo su esplendor. Las gotas de rocío perlan los árboles y el bosque cobra vida bajo las zancadas del caballo. Es algo maravilloso que mi padre no me deja disfrutar. Me escapé para poder cabalgar con tan mala suerte de que me atacaron esos salvajes. Huía de ellos cuando me caí del caballo y quedé a su merced. Todavía tengo miedo por las noches cuando recuerdo el tacto de sus manos sobre mi cuerpo tratando de forzarme. Pero apareciste tú, Will, y me salvaste. Respecto a todo lo que pasó después sólo puedo pedirte perdón. No sabes la de momentos que he estado culpándome por lo que te hicieron, pero sé que sólo puedo pedirte perdón, esperar que me perdones y rogarte que aceptes mi amistad y mi eterna gratitud.
Estaba completamente pasmado. Una persona de la posición de Sophie pidiéndome perdón. Desde ese momento supe que esa mujer no era como el resto de nobles. Amor por la naturaleza, humildad y simpatía no eran cualidades que se dieran en todos los nobles del reino, y juntas eran cualidades incompatibles con el rango de noble.
La comida transcurrió rápidamente. Después de aceptar su perdón la conversación de volvió amena y agradable. Me quedaban unos días de permiso todavía hasta que comenzara mi nuevo entrenamiento y me pregunté si la volvería a ver antes de volver a mi aplastante rutina. Al final me sentí tan cómodo que me atreví a preguntarle. La respuesta me dolió un poco aunque la ventana a la esperanza se quedó bien abierta. Ante la pregunta de repetir nuestro encuentro Sophie se hizo la remolona dando a entender que ya me había conocido y que con mi perdón en la mano ya no necesitaba conocerme más, pero pronto su expresión risueña y coqueta la traicionó y me explicó que pasado mañana se iría de nuevo durante seis meses para finalizar por fin sus estudios de medicina. Seis meses eran mucho tiempo comparado con la duración de un día pero comparado con la vida entera no eran nada. Ya había esperado cinco meses, podría esperar seis más.
La conversación se desvió hacia nuestros origines mientras ambos degustábamos una fruta madura que una amable doncella nos había servido. Ella quedó fascinada por mis aventurillas viajeras al lado de mi padre el constructor y yo quedé prendado de las travesuras que ella se dedicaba a hacer en palacio. Comprendí al instante que no había tenido nunca muchos amigos, aunque la verdad es que yo no había disfrutado mucho de los que algún día tuve. Entendí que muchas veces ni siquiera los lujos, por cuantiosos que sean logran dar la felicidad y que Sophie había sufrido de mucha soledad en su infancia. Ella había tenido unos padres que no se amaban entre sí y que según entendí se beneficiaban económicamente el uno del otro. Unos padres que la habían querido y mimado pero que no se habían preocupado de arroparla o de consolarla cuando más les necesitaba. Entendí con facilidad el dilema entre tenerlo todo y no tener nada y en vista de lo escabroso del tema decidí salir al paso con una broma mala con poca gracia para cambiar de tema y de paso arrancarle una sonrisa.
Habíamos conectado, eso era un hecho. Nos despedimos cordialmente y nuestros ojos sufrieron al despegarse. Me dolió pensar en no volver a verla en seis meses aunque el hecho de lograr que ella me asegurara otra comida a su regreso me dio fuerzas. Volví a mi habitación en un estado de felicidad que hacia muchos meses no sentía. Sophie era maravillosa. Hermosura e inteligencia quedaban al descubierto en cuanto mirabas sus ojos despiertos y sus labios carnosos. No, no podía irse de esa manera. No podía consentirlo. Fue en esas elucubraciones mentales cuando se me ocurrió la mejor despedida posible. Escribí una nota clara y concisa y mediante mi doncella se la hice llegar a Sophie: “Te espero al alba en la puerta de los establos, ponte ropa de montar”.
Era una invitación muy clara y aunque albergué mucho miedo al rechazo, la esperanza siempre palpitó en mi corazón. Al alba ensillé dos caballos, uno de ellos era un magnifico ejemplar blanco que me recordó a Orión y esperé en la entrada de la cuadra. Aparentemente no había nadie en la calle hasta que la vi. Sola y como escondiéndose de la gente, Sophie se acercó a mi y me plantó un beso de buenos días en la mejilla. Yo sonriendo como un bobo la ayudé a montar al caballo y juntos nos alejamos hacia el bosque. Fue el medio día más perfecto de toda mi vida. Pasamos la mañana cabalgando a buen ritmo entre los árboles, disfrutando del rocío y de la sensación de pertenecer a ese ecosistema formado por los animales del bosque. Sophie no exageraba, era muy hermoso y su cara de felicidad lo decía todo. Había merecido la pena. Cuando el sol ya brillaba alto en el cielo y con el estómago vacío, nos detuvimos a hacer un picnic que yo había preparado en la grupa de mi caballo. Era humilde pero a ninguno de los dos nos importó. La mutua compañía nos era suficiente en ese bonito momento y engullimos las manzanas, el pan y el queso como si del mejor alimento se tratase. La conversación era ya muy fluida. Lejos quedaron las desconfianzas y los tartamudeos por mi parte y ahora sólo quería saber cosas de ellas. Hablamos de la medicina y de mis entrenamientos, de nuestros sueños y de nuestras ambiciones. Sophie quería ser de utilidad y para ello estaba dispuesta a estudiar con ahínco la medicina. Yo por mi parte le conté como la vida de caballero andante me había parecido frustrante en sus inicios y como ella había sido la primera persona que había encontrado en varios días de viaje. Le hablé también de cómo había pensado en abandonar los entrenamientos del general y de lo motivado que estaba a día de hoy con todo lo relacionado con mi vida.
Alargábamos las miradas hasta que la situación resultaba incomoda para ambos y al final acordamos regresar para no encontrarnos con problemas en palacio. Me dio las gracias unas cien veces por darle la oportunidad de volver a disfrutar de aquella sensación y yo le prometí que iríamos cada vez que quisiera cuando ella fuera toda una medico. Las sonrisas lo inundaban todo y estaba claro que ambos disfrutábamos de la compañía. Me dio mucha pena despedirme de ella pero a la mañana siguiente partía de vuelta a su rutina y en breves yo volvería a la mía. Así estaban las cosas. Seis meses, tan sólo debía aguantar seis meses. La tarde transcurrió sin pena ni gloria. La cabalgada de la mañana había sido larga y la noche llegó por fin. Cené, como todos los días, y me recosté en la cama. La ventana estaba entreabierta y por ella se podían ver las estrellas. Me dormí mirando el cielo estrellado y recordando los dos días tan bonitos que había pasado con Sophie. Sus ojos, su pelo rizado y su sonrisa iluminaron mi mente hasta que el mundo de los sueños me arrastró a sus dominios. El mundo tenía por fin una luz para orientarme y una esperanza de felicidad a la que agarrarme. Era feliz. Por qué buscarle más explicaciones a ese sentimiento tan maravilloso que la vida nos deja vivir. Yo era feliz y en esos momentos ni dormirme me borraba la sonrisa de los labios.

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