¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

domingo, 13 de febrero de 2011

¡Capitulo 3! ¡Continúa la aventura!


Bueno ya está aqui el siguiente capítulo. Aún a riesgo de parecer pesado puesto que no se si alguien leera la historia...pido que el que lo lea opine...opiniones, críticas, lo que sea que ayude a mejorar será bien recibido.
Espero no os aburra mucho el capítulo y leais muchos más. Saludines!!




Sueños grises

La semana pasó sin más novedades y por fin llegó el día en el que volvería a empuñar una espada. Necesitaba distraerme sin ninguna duda. Sophie se había marchado y necesitaba algo que me impidiera, aunque sólo fuera por un instante pensar en ella. Me esperaban seis meses sin verla y si ya de por sí iban a ser duros, mejor no añadirle preocupaciones al asunto. Me vestí despacio por la mañana y después de desayunar algo me dispuse a ir al cuartel de entrenamiento. El general me recibió enseguida y me hizo esperar hasta que todos los demás hubiesen llegado. Me informó de mis nuevos horarios de entrenamiento y me aconsejó que eligiera un arma pronto. Según me dijo cada guerrero tiene predisposición para un arma concreta. El cuerpo de cada persona es diferente, me explicaron, y según como esté equilibrado o como reaccione a cada movimiento, el peso de cada arma influye en la fluidez de los golpeos. Yo estaba empezando y decidí seguir los consejos de aquel valorado maestro que me habían puesto y aprender el manejo de la espada y el escudo. Algo tradicional, según entendí.
Me sorprendió mucho como pasé el primer mes de mi entrenamiento. Mi cuerpo parecía listo para cualquier batalla pero sin embargo el general únicamente me hacía practicar fintas y estocadas absurdas. Además me hizo leer un libro sobre el arte de la guerra, que lejos de gustarme me pareció un aburrimiento increíble. Las clases comenzaron a coger algo más de ritmo con el segundo mes de entrenamiento. Me pusieron con un compañero. Era más pequeño que Pío, gracias a dios, y por lo que entendí pertenecía a una familia adinerada de la ciudad. Rápidamente comprendí que ambos éramos los rechazados de la familia que era el cuartel. Todos los demás pertenecían a casas nobles de la región y mi compañero llevaba desde su ingreso en el cuartel, poco antes que yo, siete meses de verdadero calvario social. Nos enfrentamos en un duelo fingido donde el fundamente era practicar estoques y posiciones pero yo ya noté como trataba de golpear siempre más fuerte que yo. Se llamaba Boby y tenía aproximadamente mi edad. Musculoso y de mi estatura, sus golpes eran enérgicos y contundentes. Aquel día llegue a lo que ya consideraba como mi casa, bastante cansado. El brazo de la espada me estaba pidiendo un descanso a gritos, por no hablar la de golpes que mi hombre había soportado a través del escudo. Cené tranquilamente y me fui a la cama. Necesitaba descansar, los días eran cada vez más duros y mi cuerpo arrastraba cansancio. Estaba motivado. La presencia de aquel nuevo personaje en mi vida me dio fuerzas para mirar adelante. Además la rivalidad que Boby había marcado desde los inicios me resultaba muy atractiva. El ser humano es competitivo por naturaleza. La victoria es algo que sabe muy bien. Yo quería ser el mejor, y por mucho que no tuviera nada en contra de mi compañero debería esforzarme al máximo si no quería verme superado, o peor aún, humillado.
Espadas, acción, rivalidad y nuevas experiencias se disponían en mi camino de forma aleatoria dándole un poco de emoción a mi rutinaria vida. Quizá fue eso, o quizá fue un mecanismo de defensa mío lo que me llevo a dejar de pensar tanto en Sophie y a asumir que estábamos separados, que nuestra amistad podía esperar y que lo más importante en ese momento era mi entrenamiento.
Los días fueron sucediéndose como si nada y pronto habían pasado dos meses más. Todo iba bien, la rivalidad con Boby lejos de disminuir iba en aumento y nuestro nivel, el de ambos, mejoraba notablemente. La motivación es algo importantísimo para mejorar en algo y nosotros por aquellos días estábamos muy motivados. Ambos teníamos muchas ganas de demostrar nuestra valía y los entrenamientos eran la mejor forma de lograrlo. Yo me creía muy habilidoso aunque viendo a la gente de mi alrededor no me quedaba más remedio que asumir mi inexperiencia. Las fintas y las estocadas ya las tenía dominadas, pero bueno, un combate es mucho más que teoría.
Ritmo de combate, un buen general, y el número de combatientes, aliados y enemigos, son factores que influyen y mucho en el devenir de una batalla.
Las semanas se aglomeraron en semanas y por fin entablé una relación de amistad con Boby. Nos necesitábamos. La soledad es una de las peores compañeras de esta vida y por aquellos días ambos estábamos muy solos. Yo ya me había acostumbrado aunque siempre tuve ganas de desprenderme de ella.Compartíamos comida y alguna jarra de licor en la taberna, siempre hablando tranquilamente del día, de nuestras familias, miedos, sueños, hasta que finalmente nos hicimos muy buenos amigos. Los entrenamientos dieron en aquellos días un giro inesperado. Éramos amigos pero el hecho de hablar y de conocernos cada vez mejor, agilizaba las batallas permitiéndonos describir bailes increíbles. El frío empezaba a apretar por las mañanas cuando recibí una carta de mi padre. Me animó mucho saber de él. Mi día a día era muy distraído y despreocupado, lo que generalmente me obligaba a vivir anclado en el presento sin pensar mucho en el pasado u el futuro. Según pude leer mi padre era feliz, el pueblo seguía creciendo y la vida allí era tranquila. Me rogó que le siguiera escribiendo contándole de mí y me invitó a ir a visitarlo en cuanto pudiese. Finalizó la carta diciéndome lo orgullo que estaba de mi y deseándome toda la suerte del mundo. Palabras bonitas que me sacaron una sonrisa de orgullo y satisfacción.
Los días se fueron acortando dando paso a noches largas y heladoras y a mañanas cubiertas de nieve. El uniforme de los caballeros era el mismo y el frío atenazaba mis músculos infligiéndome un dolor muchas veces tan grande que el mero intento de sostener en alto la espada era un esfuerzo. Un caballero debía estar preparado a cualquier situación, y las condiciones térmicas no eran una excepción.
Los siguientes meses supusieron para mi un paso increíble en lo que a dotes con la espada se refiere. Me convertí en un diestro caballero y la vida de entrenamiento comenzó a gustarme. Boby, mi único gran amigo, me seguía muy de cerca en cuanto a habilidad con la espada se refiere y ambos estábamos muy contentos con nuestros progresos. Pronto finalizaría nuestra primera etapa de entrenamiento y para ello debíamos obtener el beneplácito del general. Estábamos confiados en conseguirlo y la vida parecía sonreírnos a ambos. Sophie me había escrito una carta que respondí con gusto. Regresaba en cosa de un mes a palacio. La noticia me recorrió todo el cuerpo y me dio fuerza extra para afrontar el día a día. Había pasado seis meses muy largos añorando su conversación y su preciosa sonrisa y por fin podría volver a verla.
Todo sucedió según lo previsto y tres semanas después de la carta de Sophie el general Arturo nos dio la gran noticia. Iban a ordenarnos caballeros. La ceremonia tendría lugar en el palacio del gobernador Grey y si algo lamenté muchísimo fue que Sophie no fuera a presenciar ese momento. El ser ordenado caballero era un rango distintivo menor, puesto que los caballeros respetados eran los grandes caballeros, por así decirlo, como un escalafón más alto que lo que yo iba a ser. Los caballeros eran mandados por estos grandes caballeros y estaban a disposición del gobernador y del rey en cualquier momento. Ser caballero era una vida dura en la que se debía siempre estar dispuesto a combatir por la causa justa. El general nos dijo que debíamos acudir a la herrería y que por orden suya debíamos elegir nuestras armas y nuestra armadura a nuestro gusto. Cuando me dirigí al herrero, todo fue muy rápido. Nos tomó medidas y nos dijo que pasáramos a recoger las cosas en tres días. Como armas yo elegí dos espadas. Adoraba luchar con dos espadas a excepción de lo que la mayoría prefería. El escudo me resultaba un incordio y si bien lo manejaba perfectamente, mi defensa era mucho más brillante con los dos mandobles. Recogimos nuestras armaduras en el mismo día de la ceremonia, por la mañana. Con tonos granates y negros me dieron una armadura que me dejó maravillado. Cota de malla y cuero endurecido se unían en perfecta armonía creando un traje ligero y resistente sin duda. El emblema de los Grey brillaba en el pecho y sólo el mero hecho de tenerlo puesto me hacía sentir más importante.
La ceremonia fue mero protocolo. El general dijo unas palabras de ánimo y aliento recalcando en todo momento que debíamos seguir entrenando. El discurso concluyó explicando que la guerra no es ningún juego y que sólo el trabajo duro y el entrenamiento constante garantizan la supervivencia en un campo de batalla. Palabras duras, desde luego, pero como bien aprendí con el tiempo, completamente ciertas.
Aquella mañana comí por primera vez como caballero y la sensación era bastante realizadora. Los siguientes días los pasé completamente absorto en mi mundo de felicidad e ilusión y la espera por Sophie se me hizo muy larga. Quería verla, y quería verla ya. Teníamos cosas de las que hablar y cientos de momentos que revivir juntos. Su amistad me alegraba los días y seis meses eran muchos días.  Por fin llegó el momento que tanto había esperado. Me vestí con mi armadura y bajé abajo dispuesto a esperar de forma disimulada su regreso. Pasee un poco por la plaza, deambulé sin sentido por las calles, hasta que finalmente, con el sol brillando alto en el cielo, su llegada fue anunciada. Me aproximé hacía el carruaje donde viajaba para intentar por lo menos verla y así fue. Sophie bajó con cuidado. Iba vestida elegantemente con un vestido rojo finamente cosido y sus ojos destacaban más que cualquier otra parte de su cuerpo. Estaba radiante y sonreía a todo aquel que se le acercaba. Yo sabía cual era el lugar que me correspondía y me quedé observando en la distancia hasta que sus ojos se depositaron en mí. Me dedicó una sonrisa amable y volteando la cabeza entró en palacio. Fue un poco decepcionante. Quizá no esperaba gritos u abrazos pero me hubiese gustado un saludo más cariñoso. Su actitud desde luego me vino bien. Sólo habíamos compartido dos momentos de nuestras vidas y aunque para mi significaron mucho, era posible que para ella no. Fue un tirón de orejas, un balde de agua fría que me transportó inmediatamente al mundo real. Un mundo donde yo era un simple caballero más del montón y ella era la hija de un gobernador. Me fui al cuartelillo un poco alicaído y aquel día mi cabeza no logró concentrarse en las espadas en ningún momento. Golpes fallidos, estocadas mal elaboradas y defensas imperfectas fueron los causantes de una buena reprimenda del general. “los combates de verdad no tienen cabida para fallos, Will, si fallas, vete asumiendo tu muerte”. Fueron palabras de reprimenda que cualquier otro día me hubiesen dado que pensar, pero la verdad es que en aquel momento me resbalaron.
Tuvo que pasar una semana hasta que recibiera una carta de Sophie. “tenemos una comida pendiente” ponía en ella. “pasado mañana, después del mediodía”. Por un lado me alegré mucho y por otro me angustié de mala manera. Habían pasado seis meses para ambos y la relación por poca que hubiera habido, ya no sería la misma. Me sentí de vuelta a mi pasado. Nervios, poca confianza en mi mismo y balbuceos volvieron a mi orden del día. Tenía ganas de verla a pesar de su pobre saludo pero desde luego mi confianza se había esfumado casi por completo.
Las horas hasta el momento en el que Sophie me había citado se me hicieron una verdadera pesadilla. Sudores fríos, cambios de humor y el corazón en un puño me llevaron a ni tan siquiera poder desayunar aquella mañana. Como ya hice seis meses atrás pasee toda la mañana por la zona de la plaza. El tiempo parecía no pasar para aquellos tenderos avariciosos o para aquellos negocios rústicos que invadían cada rincón. El herrero estaba un poco más gordo y el joyero había perdido cualquier resto de pelo de su cabeza, pero su voz y su negocio seguía como siempre. Imperturbable al paso del tiempo. Me dirigí al salón sin demora y allí estaba ella. Estaba preciosa, con el pelo rizado suelto y la frente despejada con una preciosa diadema. Sus ojos parecían más grandes de lo que ya eran y sus labios dibujaban una sonrisa que invitaba a la obnubilación. Mi armadura chirrió cuando me senté en aquella silla y fue como si volviera seis meses atrás. Mi aspecto era parecido y mis nervios eran los mismos que aquel día, sin embargo todo fue muy fácil. Sophie me preguntó por mi entrenamiento, se interesó por mi ascenso a caballero y la conversación, sin que yo me diera cuenta, se desenvolvió de forma natural. Sin darme cuenta le pregunté por sus estudios y por sus vivencias lejos del hogar. Me descubrí interesándome por sus asuntos y sonriéndome por sus graciosas anécdotas. La comida se nos hizo muy corta y en un alarde de valentía le volví a preguntar si íbamos a volver a vernos. Me miró muy sería a la cara y me dijo que le encantaría. Aquellas palabras todavía me hacen sonreír hoy en día. Es increíble lo grata que es esa sensación de lograr un propósito y más aún cuando se trata de una mujer.
Me sorprendí a mi mismo volviendo a mi casa pensando en las musarañas y recordando el movimiento de sus labios al hablar o los movimientos de sus cejas a modo de interrogación o sorpresa. Me gustaba. Nunca antes había sentido algo así. Desde pequeño había visto a la mujer como una gran desconocida. Sin figura materna en mi familia y una infancia marcada por los viajes de mi padre nunca había logrado hablar lo suficiente con una misma mujer como para sentir lo que hoy sentía. Habíamos acordado volver a vernos pero no habíamos fijado una fecha concreta. Los días siguientes los pasé sin complicación alguna. Volví a ser yo en los entrenamientos. Mi espada y mi pulso recuperaron la agresividad y eficacia que un día tuvieron y incluso me encontré lo suficientemente motivado como para incrementar el grado de intensidad del ejercicio.
Los próximos dos meses fueron los dos mejores meses de mi vida. Sería imposible no detenerse de forma larga y pausada en este magnifico momento de mi existencia. Con los años comprendí que la vida es una incansable lucha por encontrar la felicidad. Unos logran alcanzarla, y otros sin embargo se rinden en este tortuoso camino y abandonando se resignan a una vida de soledad. Siempre diré que vivir sin amar es vivir a medias y gracias a dios yo he logrado vivir plenamente en ese aspecto.
Por aquellos días Sophie iluminó mi rutina como si de un foco de luz se tratase. Mi cerebro revoloteaba constantemente con el mero hecho de poder verla, aunque eso no siempre era viable. Los días de duro entrenamiento pasaban de forma rápida y mi rendimiento era francamente bueno. Mi dominio de los dos mandobles progreso mucho, mi resistencia física era insuperable y mi juventud hacía todo lo demás. Escribí a mi padre contándole todo lo que me estaba pasando. Tristemente, la distancia es siempre una traba muy importante en lo que a una relación paterno filial se refiere. Yo ahora tenía una nueva vida, un presente ocupado y un futuro por descubrir, y mi padre no formaba parte de mi vida cotidiana. Le conté todo lo que me había sucedido en mi vida desde nuestra última carta y me entretuve con especial interés en describirle a Sophie.
Nuestras reuniones se fueron con el paso de las semanas haciendo cada vez más frecuentes y pronto quedábamos para vernos prácticamente todo los días. Su vida de médico del gobernador la mantenía ocupada en asuntos menores. Su padre era una persona influyente y poderosa y contento con el trabajo de su hija le había acondicionado una pequeña salita en la plaza donde Sophie citaba y atendía a sus pacientes. No me cansé nunca de ver como su mirada se iluminaba cuando los pacientes agradecían sus servicios y atenciones. Era una mirada de realización y felicidad que se contagiaba con mucha facilidad. Vocación. Todo se resume a hacer las cosas con dedicación y con amor. Lo demás carece de importancia. Para nuestra relación su gabinete fue muy útil. Numerosas veces nos reuníamos allí. Yo le llevaba la comida, nos íbamos a cabalgar e incluso alguna vez comíamos en palacio. No era algo normal que la hija de un gobernador entablara tal relación de amistad con un mero caballero cualquiera de su padre por lo que las malas lenguas enseguida comenzaron a opinar al respecto. En aquel momento no nos importó. No hacíamos nada malo y la amistad es como una llama en el corazón de las personas. Una vez encendida, su ausencia es una verdadera crueldad. Sophie y yo éramos muy parecidos. Nos gustaba ayudar a la gente y sobretodo nos considerábamos personas honradas y buenas. Quizá fue eso lo que nos cegó y no nos dejó ver que no todo el mundo era como nosotros.
Si nos remontamos a mi pasado, yo nunca había podido disfrutar de una amistad y menos aún con alguien del sexo opuesto tan intensa como la que por aquel entonces tenía con Sophie. Mis sentimientos hacía ella eran claros y según lo que yo sentía cuando hablaba con ella, los suyos hacia mi eran los mismos. Ya no podía contar las innumerables ocasiones en que nuestras manos se habían enredado con cariño o simplemente nuestros ojos se habían unido hasta el punto en el que separarlos resultaba la opción más dolorosa. Besarla. Quería besarla desde hacía por lo menos tres semanas pero mis principios como caballero y la insalvable distancia de su linaje me habían impedido dar el paso. Una mañana mi general del cuartelillo me hizo llamar. Yo no tenía ni idea de cual podía ser su recado pero cuando lo vi en su silla sentado mirándome inquisitivamente, até cabos.
-William –comenzó-  tienes que separarte de la hija del gobernador. No puede existir nada entre vosotros. Ella es una noble y tu eres el hijo de un carpintero que con suerte y mucho trabajo ha alcanzado lo que es hoy. Si sigues con ella te condenarás y nada ni nadie podrá salvarte de ello.- Tras esas palabras el general hizo una pausa y sus manos se juntaron sobre la mesa en gesto conciliador-
Hay rumores William- suspiró-el gobernador Grey los conoce y no dudará en mandarte a pelear bajo el mando del rey en el frente del Norte. Los bárbaros se agrupan hijo, se agrupan por miles y quieren conquistar terreno del rey. La guerra no es un juego, y si sigues con Sophie, no sólo iras a la guerra sino que perderás todo por lo que has soñado y entrenado.
Tras semejante cantidad de palabras mi moral se hizo añicos. Me senté en la silla frente al general y lo miré muy serio.
-Somos amigos, general, no tengo muchos actualmente y su compañía me distrae de la gran tarea de entrenar.
Conozco mi lugar-mentí- no puede pedirme que me separe por las buenas de ella.
La conversación pareció haber terminado o por lo menos el silencio se alargó demasiado, hasta que me dijo muy serio.
-Es tu vida William, tienes talento y has entrenado bien, confío en que sabrás actuar acorde con ello.
Después de esas palabras que para mí sonaron a medio reprimenda me levanté y salí de la sala. Me dirigí a la taberna y para no variar allí estaba Boby. Hacia ya algún tiempo que nuestra relación se había enfriado. Ambos éramos ya caballeros y si bien seguíamos entrenando juntos, las aficiones de el y las mías no eran para nada las mismas. Yo perdía mi tiempo con Sophie y el jugaba, bebía y disfrutaba de los placeres que le brindaba el burdel. Más concentrado en su carrera como caballero que yo, recientemente había realizado ciertos viajes escoltando cargamentos bajo órdenes del Señor Grey. Eran misiones de poca monta para mantener a los caballeros ocupados y la verdad es que resultaban más engorrosas que otra cosa. Le hablé de mi situación. Le conté con sinceridad todo lo que rondaba mi cabeza y me descubrí escuchando sus consejos.
-Aléjate -me dijo- esa moza no es para ti.
Aquella tarde en la taberna se alargó hasta la madrugada. El alcohol me transformó y a la mañana siguiente mi cerebro no cesaba de rumiar pensamientos terribles. Trataba de convencerme a mi mismo sobre mi devenir y sobre lo que realmente era bueno para mi. En un alarde de hacer caso a los consejos de Boby y el general decidí que no podía tirar por tierra todo mi entrenamiento por una mujer y comencé a distanciarme de ella. Me resultó francamente muy complicado. Me sorprendía a mi mismo intentando pasar por delante de su puestecillo en la plaza, o incluso buscaba encontrármela accidentalmente. Los siguientes tres días los pasé con Boby. Entrenábamos hasta la extenuación y luego íbamos a la taberna de la plaza. Bebíamos hasta que nuestra mente sólo era capaz de responder a los estímulos más primarios y jugábamos perdiendo generalmente los pocos ahorros que teníamos. Nunca antes había bebido alcohol de forma tan prolongada lo que resultaba una sensación completamente nueva para mí. Al principio notaba como el embotamiento se apoderaba de mi cuerpo hasta el punto de que mi cerebro se bloqueaba impidiéndome pensar en Sophie. El alcohol era mi medicina contra mis sentimientos y de momento funcionaba muy bien. Llegaba a mi alcoba en un estado que en otro momento de mi vida me hubiera avergonzado. El mero hecho de recordar cada mañana el día anterior me clavaba una estaca en el pecho. La cabeza me dolía, el estomago se empeñaba en subir por mi pecho y clavarse amargamente en mi garganta y mi simple olor corporal me repugnaba hasta el extremo de hacerme vomitar. Pero bueno, todo eso ya estaba inventado, era fruto del alcohol, y sinceramente, el mal de amores me resultaba mucho más molesto que cualquier dolor corporal.
Aquel día, inicie mi rutina siguiendo el mismo esquema que los anteriores. Desayuné a duras penas y mi estomago protestó a cada bocado. Salí a la calle en busca de la frescura de la mañana y el cálido sol y me encontré con Boby en la plaza. Él tenía mucho mejor aspecto que yo, lo que me llevo a pensar que su cuerpo ya estaba acostumbrado a esos escarceos abusivos con el alcohol. Fuimos a entrenar y pronto el duro ejercicio físico se antepuso al malestar y a las protestas de mi cuerpo. La cabeza me seguía molestando y mis reflejos no estaban en su mejor momento pero el entrenamiento transcurrió sin pena ni gloria. Tras la parada de la comida  y una ligera sesión de lanzamiento con flechas de la tarde el día acabo en la posada de siempre. Aquel día estaba más observador que de costumbre. El camarero era el mismo de siempre. Un hombre de pocas palabras y con aspecto poco amistoso que si bien mostraba cierto afecto por Boby a mi no me dedicaba ni una palabra. Deduje con inteligencia que en temas de tabernas la antigüedad es sinónimo de respeto y que por mis esporádicas borracheras no había obtenido todavía ningún galardón. Aquella era tarde de cartas y la verdad es que sólo pude aguantar tal aburrimiento gracias al alcohol. Las cervezas dieron paso a los alcoholes fuertes y el sol se acostó en el horizonte. La tarde se puso interesante cuando en el bar entraron unas cuantas mujeres de muy buen ver con el fin de satisfacer a la clientela. Fulanas, putas, mujeres de la vida o simplemente pobres trabajadoras indefensas como luego pasé a llamarlas. Tenían un trabajo duro. Tenían un trabajo arriesgado ,pero bueno a fin de cuentas tenían trabajo. El ser puta estaba muy mal visto por todos aunque desde luego yo siempre las respeté. No es algo fácil tener que rendirse a cualquier hombre sin importar su apariencia, su hedor o incluso sus formas. Boby era un abonado a estas prácticas y su aspecto fornido y guerrero no debía desagradar a las mujeres que prácticamente se lo rifaron nada más entrar en la taberna. Las comprendí sin demasiado esfuerzo. En comparación con la calaña que llenaba el local, Boby era una perita en dulce. Yo rehusé la oferta de dos hermosas damas que con sus largos dedos trataban de animarme hacia donde en otras circunstancias mi cerebro no hubiera querido ir. Sus curvas se convirtieron en una tentación insoportable y mi mente me instigaba sin piedad para que fuera con ellas. Ese era uno de los problemas del alcohol. A golpe de jarras de cerveza mi cerebro había logrado difuminar la línea de lo correcto situándome en una situación peligrosa. Me levanté como si de un resorte me tratase y me despedí de Boby con un gesto de cabeza. El camino a la puerta parecía haberse alejado notablemente desde mi llegada al bar y las sillas antes ordenadas parecían dispuestas como trabas en mi camino hacia el exterior. Respiré hondo con fuerza y ordené a mis piernas que caminaran de la forma más sólida posible. Uno- dos, uno- dos. Por fin, tras un par de tropezones tontos conseguí llegar al exterior donde sumergí la cabeza en una fuente. Aquel día había bebido mucho más de lo que un hombre puede soportar. La vista ya no quería obedecerme y lo que es peor, mis piernas tampoco. Me quedé allí sentado en el centro de la plaza como si de un mendigo me tratase esperando a que mis funciones vitales regresasen a mi cuerpo. Me recosté, miré el cielo estrellado y me sumergí en un medio sueño intranquilo. Unas ligeras sacudidas interrumpieron mi agitado descanso y me transportaron de nuevo a la realidad. Seguía siendo de noche y frente a mi tenía a Sophie. Parecía agotada. Su sonrisa siempre dispuesta a aflorar a sus labios parecía en aquel momento inexistente. La noté rara y seria y mi cuerpo ya no aguanto más. Agaché la cabeza y entre mis piernas, justo a los pies de Sophie vomité hasta que no quedó nada más que un torturado estomago en mi interior. Me sentía mejor. La lucidez parecía volver poco a poco a mi cabeza aunque todavía sentía la euforia provocada por el alcohol. Caminamos en silencio y nos dirigimos a la consultita de Sophie. No hubo conversación y después del bochorno anterior, yo ni siquiera quería prolongar nuestro encuentro. Dormir, esa era la función primaria que ocupaba todo mi cerebro. El silencio llegó a un punto crítico y por fin ella lo rompió.
-Ya no vienes a verme- dijo de sopetón- ¿por qué?
Me quede un poco bloqueado por lo directo de la pregunta pero rápidamente y en un arranque de sinceridad y valentía le dije:
-Nuestra amistad es imposible. Sophie, me encantas, adoro tu sonrisa, no puedo dejar de pensar en ti sin la ayuda del alcohol. Mi general me ha avisado, tu padre nos vigila, se huele algo, el pueblo cuchichea rumores sin sentido y yo ya no puedo más. –dije sin rodeos mientras hundía mi cabeza en mis manos-
No puedo renunciar a mi vida, a todo lo que he conseguido. Tú eres una noble y yo soy el hijo de un maestro constructor de un pueblo pequeño. Nuestra amistad no va a hacernos más que daño y yo no puedo seguir. Entiendo que tú no veas las cosas así y que sólo busques en mí a un amigo, pero yo no puedo conformarme sólo con eso. Necesito más. Y si consigo más, tú y especialmente yo, lo perderemos todo.
Tras esa especie de declaración de intenciones y ya con las cartas sobre la mesa entendí que lo único que debía de hacer era levantarme y marcharme de allí. El silencio lo envolvía todo y ante la ausencia de replica hundí la cabeza en los hombros. Un instante después sus finos dedos rodeaban mi cuello levantando mi rostro en dirección hacia ella y sus labios se unieron a los míos en lo que supuso mi primer beso. Que maravilla. Sus labios eran carnosos y húmedos y sus manos tiernas y suaves. Cuando nos separamos mi cara de sorpresa debió de ser suficiente pregunta para que ella comenzara a hablar.
-Yo también siento eso por ti Will, como no voy a sentirlo. Para mi no eres un mero plebeyo. Eres valiente, entregado, atractivo y sobretodo, eres el hombre que quiero para compartir mi vida. ¿Qué importa de donde vengamos? Lo importante, es hacia donde nos dirigimos, y yo sé que donde tu vayas, querré estar yo.
Tras esas frases nuestros labios se fundieron de nuevo y nos recostamos en la cama destinada a los enfermos de Sophie. Fue la mejor noche de mi vida sin duda. Nuestros cuerpos se fundieron en uno y la ternura y las caricias lo ocuparon todo. Su cuerpo era como la fruta prohibida que por fin mis ojos pudieron contemplar en todo su esplendor. Nos dormimos abrazados entre risas, cuchicheos picarones y miles de besos y desee con todas mis fuerzas que nunca terminase ese momento.
A pesar de mis suplicas a dios para que congelara el tiempo, la noche dio paso al sol y los primeros rayos del alba se colaron por la ventana. Me desperté abrazado a Sophie e incluso me pellizqué por miedo a que fuera una alucinación provocada por el alcohol de la noche anterior. No. Aquello era real. Todo sucedió muy deprisa. Se escucharon unos golpes en la puerta que interrumpieron nuestro pasional beso de buenos días y el general, acompañado de seis soldados de la guardia irrumpieron en la habitación. Me asusté. Me levanté y traté de empuñar mis espadas, pero la efusividad de la noche anterior las había desplazado demasiado lejos, al igual que a mis ropas. Sophie, tapada y recostada en la cama dibujó una mirada de terror cuando el gobernador Grey entró en la salita. No cabía nadie más y eso casi me hizo gracia a pesar de lo crudo de la situación. El general me miraba compasivo pero el odio de la mirada de Grey era capaz de herirme muy hondo en mi moral.
-Lleváoslo, que se vista y se presente inmediatamente en mi gran salón.- ordenó.
Traté de revolverme y asesté tres o cuatro golpes que tumbaron a dos de los guardias, sin embargo el general era demasiado buen guerrero para mi, y más aún estando desarmado. Me asestó un golpe por detrás en la cabeza y la sala se oscureció ligeramente. Caí de rodillas y tuve que obligarme mi mismo a centrar la mirada y a no abandonar a Sophie. Volví a levantarme. Fue una sorpresa para todos pues el mazazo del general debería haberme noqueado. Conseguí armarme de una silla y tumbé a dos guardias más. Sophie grito de repente y suplicó para que no me hicieran daño pero las órdenes de su padre prevalecieron sobre las suyas. Sophie salió a rastras de la habitación envuelta en una sabana y yo la seguí como pude mientras me deshacía de otro de los guardias de un empentón. El general decidió no intervenir más en la reyerta lo que me dio cierta fuerza. Cuando salí a la plaza el revuelo era inmenso y el panorama para mí desolador. Había muchos más guardias y cuando contemplé la mirada del general vi suplica en sus ojos con afán de hacerme cooperar. Me volví loco. La furia lo invadió todo en mi cerebro y logré situarme al lado de Sophie quedandome rodeado por los soldados de Grey. Ella estaba sujeta por dos guardias y su mirada casi me congeló el corazón. –Ríndete- me susurro y fue exactamente lo que hice. Baje los brazos frente a ella y dos guardias se me arrojaron encima. Eran dos de los de antes que heridos en su orgullo por no haberme inmovilizado, se desquitaron muy a gusto. Con un palo en la mano, uno de ellos me hizo caer de rodillas frente a Sophie de un golpe en la espalda. Y no contento con esa rendición el palo volvió a golpearme esta vez en la cabeza lanzándome hacia delante inconsciente. Dolor dolor y más dolor fue lo que sentía en ese momento. Tanto físico como en el orgullo. Nos habían descubierto e iba a perder mi vida pero por encima de todo me preocupaba las consecuencias para Sophie. La amaba tanto que no podría verla sufrir por nada del mundo. Finalmente ya en el suelo perdí la conciencia mientras escuchaba los gritos de Sophie y notaba como alguien me levantaba en el aire y me desplazaba. Por dios, rogué, déjanos salir impunes de esto.



1 comentario:

  1. Huy! Con ilustraciones y todo! Me daré tiempo de leer todo esto! Gracias por el link ;)

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