¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

viernes, 25 de febrero de 2011

Capitulo 4: Un futuro desolador ( parte 3, final de capitulo). ¡Huída!



Los días siguientes fueron un martirio. La marcha se ralentizaba hasta niveles exasperantes debido a las heridas de los soldados. Yo aguantaba a duras penas el ritmo pero ni se me ocurría quejarme de nada. Abandonamos el bosque entre frío y lluvias al tercer día. Habíamos seleccionado una ruta un poco más larga con el fin de no exponernos demasiado. El bosque nos cobijaba del frío y de paso nos brindaba una protección que en aquellos momentos no podíamos rechazar. El peso de la armadura que en otros momentos tanto había adorado ahora me suponía una tortura importante. La herida de la pierna curaba bien. Habíamos hecho una especia de barro con hierbas y por lo menos no había infección alguna. A principio de la mañana del tercer día salimos del bosque y desde nuestra perspectiva pudimos ver una visión del valle.
Espeluznante, esa es la palabra que mejor lo define. Allí, en el valle de los Dabú se había agrupado todo el ejército, principalmente de Derek, aunque había unos cuantos miles de bárbaros mezclados. Los bárbaros eran brutales guerreros pero estaban poco ordenados y por ellos mismos nunca jamás hubieran tenido la osadía de adentrarse tanto en el territorio de Troy, sin embargo, derek los empleaba como marionetas. Eran carnaza para los malvados planes del rey del este. Todo estaba bien pensado, derek les daba a los bárbaros una pequeña porción de terreno y lo demás iba a ser añadido a su ya basto territorio. Estaban en aquel valle cerca de cuarenta mil hombres, el humo podía verse desde varios kilómetros, y por el aspecto que tenían estaban allí esperando órdenes, puesto que no se movían. A pesar de lo imponente de aquellos hombres pronto deduje que no eran ni mucho menos el total de hombres de Dereck. Tras ver el desolador panorama lecnad dio la orden de proseguir la marcha, y todos intentamos omitir la imagen vista en aquel valle y remplazarla por el esperanzador pensamiento de reunir un ejército.  Tardamos el resto del día en cruzar el valle. Tuvimos que hacer varias paradas pero no fuimos vistos. Una vez cruzado, el bosque volvió a llenarlo todo. Los árboles se sucedían sin orden aparente y nuestro avance más parecía el de unos mendigos al borde de la muerte por inanición que el de unos guerreros.
Era una noche muy fría, el vaho de nuestra propia respiración nos rodeaba de forma tenebrosa y mis pensamientos parecían haberse separado de mi cabeza. Sophie. Estaba muy preocupado por el devenir de mi casa.
Como en todos los conflictos, siempre se intentaba agotar la vía diplomática antes de entrar por la fuerza. El viejo rey Troy supongo que viéndose superado por la situación habría convocado un congreso de todos los gobernadores de su reino con el fin de tomar una decisión y de afrontar el conflicto con la mayor entereza posible, pero claro, todo eso eran meras conjeturas puesto que en nuestra huida no disponíamos de noticias frescas. Mi mayor miedo era que las palabras fallaran y que el territorio del gobernador Grey tuviera que luchar por su seguridad en un combate desigual. Había buenos guerreros allí, de eso no cabía duda, pero la ventaja numérica enemiga sería aplastante. Por proximidad, Grey debería saber que en caso de guerra su territorio iba a sufrir mucho y muy pronto.
Traté como pude de alejar esos pensamientos mortecinos de mi mente y me concentré en no tropezarme con mis propios pies. Ateridos de frío, heridos y decaídos, el mero saliente de una rama nos hacia zanquear de forma patética. Según los cálculos iniciales de nuestra expedición, deberíamos entrar en el reino de Yesir en un máximo de diez días. Habían pasado tres y el cuarto parecía obstinado en no consumirse. El sol por fin nos abandonó y la fría noche nos envolvió. No teníamos provisiones y la caza parecía resistirse. Normal, pensaba yo en todo momento, este bosque está tan helado que ni las bestias pueden sobrevivir. Los estómagos rugían y el descanso nocturno, lejos de ayudarnos, sólo nos agotaba más. Debíamos hacer guardias por precaución y los aullidos y gruñidos se escuchaban con tanta fuerza que muchas veces empuñábamos las armas instintivamente. Yo ya no podía más. Las conversaciones entre nosotros habían desaparecido por completo y el único momento del día en el que hablábamos era cuando Lecnad daba las instrucciones. Quedaban seis días, puede que siete, y las esperanzas eran nulas. La marcha prosiguió. Lo fácil y desde luego lo que durante muchos momentos ocupaba mis pensamientos era el mero sentimiento de rendición. Ya no sabía de donde sacar el ánimo y todavía menos las fuerzas, y lo único que me importaba era intentar que mis rodillas no se quebraran y me dejarán allí tirado en medio de la nada. Es espeluznante ver como tus propias fuerzas te abandona sin remedio y que lo único que puedes hacer es seguir caminando.
Aquella noche logramos cazar unos conejos desamparados y posiblemente perdidos que gracias a nuestra sanguinaria puntería con las dagas podrían descansar y alejarse de aquel bosque endemoniado donde sólo brotaba el hielo de la tierra. Conforme más avanzábamos más frío hacía y más inhóspito se volvía el terrero. Mi estómago y el de todos hacia más ruido que nuestro avance y cuando el conejo entro en mi boca noté un alivio muy grande. Fue maravilloso. Después de varios días por fin noté como la saliva recubría mis labios y como mi estómago volvía a reconciliarse con mi cuerpo. Curioso como mejora la perspectiva de la vida y el ánimo después de comer algo caliente. Aquella noche por fin logré descansar un poco y por consiguiente, por primera vez en 5 días me levanté menos cansado de lo que me había acostado. Igual todavía había esperanza. Igual todavía llegábamos vivos a nuestro destino.
Aquel día fue un día triste. Perdimos a tres hombres en el ataque de una manada de lobos. Fue algo repentino y nuestras fuerzas no fueron suficientes. Estos, hambrientos como nosotros aparecieron entre los árboles y se lanzaron de forma mortífera con los colmillos chorreando muerte. Fuimos rápidos y entre espadazos y ataques de ballesta redujimos el ataque y matamos a los cuatro lobos que nos atacaban. Mala suerte para los tres amigos que iban delante que sufrieron mortales mordiscos en hombros y rostros y murieron. Aquella noche, en silencio, cenamos lobo. La carne era durísima y estaban tan sumamente delgados que prácticamente no había carne que roer, pero bueno, al menos era carne, y estaba caliente, no podíamos quejarnos, y todavía menos podíamos pedir más. Estábamos vivos, eso era lo importante y era mucho más de lo que nuestros tres compañeros habían obtenido.
Realmente aquella noche me sentí algo afortunado. Había sido el destino o el azar lo que hoy me había permitido cenar caliente y dormir puesto que perfectamente podía haber sucumbido a las dentelladas de aquellos lobos.
Los siguientes cuatro días no tuvieron nada de particular. El tiempo se dilató hasta el extremo de confundir mi castigado cerebro y la sucesión de los días sólo se hacía evidente por las veces que dormíamos ya que el paisaje siempre era el mismo. No hubo más percance que el de algún miembro del grupo sufriendo por alguna extremidad ennegrecida por el frío o el crujir de las ramas secas bajos nuestros pies. Todo era monótono y aburrido hasta que por fin nos topamos con humo en el horizonte. Vida. Esa fue la primera palabra que mi cerebro masculló. Allí, relativamente cerca había gente. Estábamos a unas dos horas a pie ya que nuestro ritmo era francamente muy lento, sin embargo al cabo de una hora logramos llegar a nuestro destino. Era el inicio del reino de Yesir.
Aquella noche fuimos acogidos en una especia de salón que había dentro de la casa del alcalde del pueblo. Era un pueblo humilde, por lo que pude apreciar se dedicaban a trabajar la tierra y lo único que los separaba del horrible bosque era una muralla que rodeaba todo. Me sorprendí muy gratamente y pude comprobar que el reino de Yesir estaba mejor preparado en defensa que el que un día fue mi hogar y vislumbré lo importante que podía ser eso a la hora de luchar contra el enemigo. El alcalde nos recibió entre sorpresa, miedo y preguntas y después de que Lecnad le relatará los hechos las órdenes fueron claras. Íbamos a pasar la noche en aquel pueblo para reponer fuerzas y al día siguiente partiríamos a caballo en dirección al corazón del reino. Cuando nos dijeron que todavía nos quedaban dos días a caballo me deprimí mucho, aunque después de analizar las cosas y de echar la vista atrás me conformé y casi me entraron ganas de arrodillarme y dar las gracias. Tendríamos provisiones, la tensión de viajar por un bosque inhóspito ya sería sólo un recuerdo y lo más importante, íbamos a caballo lo que suponía una comodidad jamás pensada. Aquella noche por fin dormimos resguardados. Es curioso como el cuerpo es capaz de acostumbrarse a las adversidades de forma rápida, pero desde luego es mucho más impresionante lo poco que cuesta habituarse a las comodidades. Después de haber dormido al raso diez días, de no haber comido prácticamente y de haber sufrido un frío helador, allí estábamos todos, curados, atendidos, calientes y con el estómago lleno dispuestos a recuperar la esperanza y a luchar por lo que un día luchamos. Era momento de plantar cara al miedo y luchar con valentía y honor por lo que era nuestro.

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