¡La vida es una extraña mezcla de azar, destino y carácter...debemos vivir, no basta con existir!

viernes, 11 de febrero de 2011

Capitulo 2 (tercera parte y última)

Bueno, final de capitulo. Espero os deje ganas de seguir leyendo!!




[...] El sol llegó antes de lo que mi cuerpo a medio descansar hubiese querido. El desayuno tardó dos horas por lo menos en llegar y cuando llegó ya estaba cansado de esperar. Me preparé para volver a dar un paseo, esta vez por delante del cuartel y de ese modo observar con disimulo como entrenaban el resto de caballeros ya prácticamente formados. Me pregunté como se realizarían las selecciones, cuanto durarían los entrenamientos y de donde habrían  salido todos esos hombres. Con el tiempo me fui enterando de todos esos detalles. Los entrenamientos se realizaban prácticamente durante cinco años y eran tan duros que sólo unos pocos de los que comenzaban lograban terminar. Cuando mi condición de novato fue perdiendo validez me di cuenta que este cuartel era conocido por entrenar a gente de la nobleza, si bien, algunos llegaban allí de casas adineradas de la región. Su reputación era impecable y el maestro de armas era reconocido en todo el reino. Mientras les espiaba pude contemplar como dominaban el arte de las armas. Cada uno empuñaba una diferente. Espadas largas, escudos, puñales cimitarras y lanzas se entrecruzaban en una danza mortal. Algún día iba a ser mejor que ellos, no importaba cuanto tiempo pudiera costarme aunque de momento sólo pudiera hacerme esas promesas absurdas. Continué con mi camino y tras pasear por unos puestos de la plaza me encontré con un vendedor ambulante de libros. Mi padre me enseñó a leer y eso fue un regalo que nunca podré terminar de agradecerle jamás. Decidí adquirir un libro que relataba las aventuras del rey Storion, y como con la ayuda de sus amigos había recuperado el trono de su padre caído a manos de su enemigo Drusa. Me senté a disfrutar de aquel relato debajo de un árbol y realmente me sorprendí al encontrarme por fin después de tanto tiempo contento por algo. Comí unas manzanas rojas que llevaba encima sobrantes del desayuno y tras la intensa lectura reposé debajo de aquel árbol durante un rato. Me desperté sobresaltado cuando las manos de un paje me sacudieron los hombros con frenesí y me arrancaron del mundo de los sueños. Asustado por la intensidad de las sacudidas le pregunté que, qué era lo que quería de mi. El paje pareció un tanto arrepentido de su falta de tacto y alargando la mano me tendió lo que parecía un sobre con una carta.
“ Para William Humpton” decía la parte de fuera del sobre. Levanté la cabeza con gesto interrogativo y descubrí como mi asaltante se iba a paso ligero de vuelta al castillo. Intrigado rompí el sobre y descubrí una nota escrita en un pergamino. La caligrafía era fina y cuidada y tras olerla pude descubrir un ligero olor a frambuesa sobre el papel.
“Ya han pasado cinco meses desde que de manos de unos maleantes vuestro acero tuvo el detalle de salvarme- empezaba la nota- Y todavía no he tenido la oportunidad de intercambiar siquiera dos breves miradas con vos. Permitidme el honor de comer en su compañía. Mañana. En la sala de banquetes pequeña. Atentamente : Sophie Grey.”
Levanté la cara del papel no sin antes releer las líneas escritas y perplejo me recosté de nuevo sobre aquel árbol. Después de tanto gesto altivo y después de tal desprecio por su parte la hijita consentida del gobernador por fin se dignaba a hablar a aquel que arriesgó su vida por salvarla y que además recibió una paliza inmerecida por su culpa. Sorprendente. Aún a día de hoy me resulta un gran misterio el por qué de esa comida, si bien, ya he aprendido a aceptar que las mujeres son un gran desconocido para el hombre y que eso es uno de sus grandes atractivos. Uno de tantos, por supuesto. El sol comenzaba ya a acostarse en el firmamento cuando cansado de leer y con ganas de cenar algo caliente, me dispuse a regresar a mis aposentos donde debería elegir cuidadosamente mis prendas para por lo menos no decepcionar demasiado a mi anfitriona. Había leído toda la tarde con la intención de bloquear mis nervios por la carta recibida y traté de mantener mi mente ocupada durante toda la cena por miedo a caer en el pánico. Cuando mi amiga la doncella se llevó los restos de la cena se me ocurrió la brillante idea de pedirle por favor para el día siguiente la bañera, un peine, una navaja y un espejo para poder arreglarme convenientemente. Mi aspecto no es que fuera algo desagradable pero desde luego la vida de entrenamiento no era una vida compatible con la elegancia y según el reflejo del río, mi pelo y mi barba estaban completamente descuidados. La noche pasó sin más dilación y por fin llegó la mañana. Estaba nervioso y no había dormido todo lo bien que me hubiese gustado. Nunca había quedado con una mujer y por más que intentaba ponerme en situación, todo parecía demasiado surrealista. Tal y como había pedido el día anterior, mi doncella llegó con dos ayudantes y una bañera con agua. Más que una bañera era un cubo circular, pero bueno, suficiente. Una vez estuve limpio y reluciente me contemplé en el espejo. Menuda decepción. Mi cara tenía marcas de heridas recientes. Mi barba me resultó muy desagradable a la vista. Y mi pelo parecía una enredadera. Cogí la navaja con cuidado y me afeité por completo. Volver a tener cara fue una sensación rara pero agradable y por supuesto me juré a mi mismo que trataría de cuidar un poco más esa parte de mi anatomía. Con el pelo no sabía muy bien que hacer y por miedo a empeorar la situación me repeiné hacia detrás y me vestí despacio. Elegí un conjunto de color claro que a mi juicio y en la opinión del comerciante de la plaza no sólo me sentaba muy bien, sino que además estaba a la moda actual. Una vez me encontré medio conforme con mi aspecto y cerca ya del medio día, me dispuse a ir en busca de Sophie y esa comida pendiente. Me sorprendió mucho contemplar como era capaz de colocarme una cota de maya a una velocidad increíble y como conjuntar la ropa o arreglarme barba y cabellos eran dos actividades tan lentas y costosas. Entrenamiento, todo en la vida se resumía en entrenamiento y el campo de la higiene personal lo había dejado un poco de lado.
Asumiendo mi poca mano para esas cosas y con un enorme nudo en el estómago bajé las escaleras y me presenté en la sala donde me citaba la carta. Ya me estaba esperando. Llevaba un traje blanco ajustado a la cintura y un bonito escote palabra de honor. Su pelo estaba finamente recogido con una diadema de diamantes y le caía suelto por la espalda. Para que auto engañarse, Sophie era preciosa y por mucho que traté de disimular no pude evitar poner una cara de pasmado increíble. Intenté sonreír y agasajarla con un cumplido pero la voz me sonó débil y poco convincente, por no mencionar el tartamudeo del final de la frase. Fue bochornoso. Todavía recuerdo ese momento por lo mal que lo pase. Pero Sophie no esperaba a un caballero. Tampoco esperaba a un hombre hablador. Aparentemente sólo quería conocerme y la situación le hizo tanta gracia que comenzó a desternillarse delante de mí como si de una actuación cómico-trágica se tratase. Al final las risas pasaron y para evitar que mis rodillas, sometidas a una presión brutal, pues temblaban a la vez, me dejaran en evidencia, me senté. Lo logré sin mayor problema y se sirvió el primer plato. La comida transcurría en silencio absoluto y yo no era capaz de tomar iniciativa alguna, hasta que por fin ella tomó las riendas de todo.
-Cuéntame William, ¿Puedo llamarte Wiil?- Preguntó acortando las distancias desde el principio-  ¿Cómo te van los entrenamientos con el general?
Un poco menos nervioso y dispuesto a ser agradable le di mi consentimiento para el tuteo, si bien, yo conservé la educación, por supuesto.
-Los entrenamiento han sido muy duros, mi señora. El general es un hombre serio y duro y conmigo no hace excepciones. Mis compañeros ya me consideran el enchufado del cuartel, no pienso darles más motivos de burla.
Quizá fui más duro de lo que me hubiese gustado. Nuestros ojos estaban fijos los unos en los otros y el tiempo incluso parecía pasar más despacio.
-Es curioso-Retomó Sophie- jamás imaginé que tu sueño sería ser caballero. Es una vida de servidumbre y de penurias. Pensé que quizá tu vocación era otra. Yo por ejemplo estoy estudiando medicina, por eso he estado tan ausente de la vida de palacio. Quiero ayudar a los demás, sentirme útil para el resto. ¿Por qué caballero?
Increíble. ¿Medicina? La medicina era una ciencia demasiado experimental. Poco testada y todavía sin desarrollar, los remedios medicinales a base de plantas y el manejo de la sutura, recolocación de huesos y la cura de heridas era de las pocas salidas que le encontraba yo a ese oficio. De todos modos me mostré sorprendido e incluso me interesé acerca de sus estudios e investigaciones.
-Me sorprende mucho que una persona de su influencia, mi señora, se dedique a tales menesteres, sin embargo me parece un oficio muy honorable y estoy seguro de que destacará en todo aquello que se proponga.
Ya desde el momento que mi boca lo decía me pareció demasiado formal, y rápidamente Sophie se encargó de decírmelo.
-Por favor, llámame Sophie, Will, a fin de cuentas me salvaste la vida, y eso es algo que siempre te deberé. Sin embargo, si quisiera hablar con un loro que me alabase completamente todo lo que mi boca escupiera llamaría a un criado. Yo quiero que me trates como a un igual. Quiero saber lo que piensas y no quiero seguir con esta comida si tu intención es meramente aduladora.
Me quedé un poco sorprendido pero mi cerebro tomó las riendas de mi desconcierto con mucha rapidez. Su respuesta había acabado completamente con el teatrillo que mis palabras estaban generando y ya sólo me quedaban dos opciones. Bloquearme, levantarme e irme, o ser franco y directo como ella. Elegí la segunda opción.
-Sophie- comencé- pertenecemos a mundos muy diferentes, eso desde luego, pero hay algo que siempre he querido preguntarte. ¿Por qué no te has dignado a hablar conmigo hasta hoy?¿ Por qué no evitaste mi tortura hasta que la muerte acarició mis mejillas? No entiendo que es lo que buscas con esta comida, yo quiero ser caballero, un caballero de tu padre, y si bien mi sueño no era este, actualmente si lo es y no pienso permitir que tu caprichosa voluntad se interponga entre yo y mi destino.
La mirada de ella se volvió muy penetrante y logró imponerme un poco. Rápidamente me sumergí en aquellos ojos verdes que parecían haberse agrandado por momentos. Me sonrió. No supe si eso era una buena o mala señal, pues con el tono de mi voz había me había propasado, aunque las carcajadas posteriores me tranquilizaron un poco.
-A eso me refería Will. Sabía que clase de personas eras desde el momento en que viniste a socorrerme arriesgando tu vida sin esperar nada a cambio. Serás un buen caballero, eso seguro- dijo mientras seguía sonriéndome.- has sido sincero y te lo agradezco, y ahora mereces respuestas. Tuve miedo Will. Yo estaba desobedeciendo a mi padre. Me encanta montar a caballo cuando sale el sol. Sentir la naturaleza en todo su esplendor. Las gotas de rocío perlan los árboles y el bosque cobra vida bajo las zancadas del caballo. Es algo maravilloso que mi padre no me deja disfrutar. Me escapé para poder cabalgar con tan mala suerte de que me atacaron esos salvajes. Huía de ellos cuando me caí del caballo y quedé a su merced. Todavía tengo miedo por las noches cuando recuerdo el tacto de sus manos sobre mi cuerpo tratando de forzarme. Pero apareciste tú, Will, y me salvaste. Respecto a todo lo que pasó después sólo puedo pedirte perdón. No sabes la de momentos que he estado culpándome por lo que te hicieron, pero sé que sólo puedo pedirte perdón, esperar que me perdones y rogarte que aceptes mi amistad y mi eterna gratitud.
Estaba completamente pasmado. Una persona de la posición de Sophie pidiéndome perdón. Desde ese momento supe que esa mujer no era como el resto de nobles. Amor por la naturaleza, humildad y simpatía no eran cualidades que se dieran en todos los nobles del reino, y juntas eran cualidades incompatibles con el rango de noble.
La comida transcurrió rápidamente. Después de aceptar su perdón la conversación de volvió amena y agradable. Me quedaban unos días de permiso todavía hasta que comenzara mi nuevo entrenamiento y me pregunté si la volvería a ver antes de volver a mi aplastante rutina. Al final me sentí tan cómodo que me atreví a preguntarle. La respuesta me dolió un poco aunque la ventana a la esperanza se quedó bien abierta. Ante la pregunta de repetir nuestro encuentro Sophie se hizo la remolona dando a entender que ya me había conocido y que con mi perdón en la mano ya no necesitaba conocerme más, pero pronto su expresión risueña y coqueta la traicionó y me explicó que pasado mañana se iría de nuevo durante seis meses para finalizar por fin sus estudios de medicina. Seis meses eran mucho tiempo comparado con la duración de un día pero comparado con la vida entera no eran nada. Ya había esperado cinco meses, podría esperar seis más.
La conversación se desvió hacia nuestros origines mientras ambos degustábamos una fruta madura que una amable doncella nos había servido. Ella quedó fascinada por mis aventurillas viajeras al lado de mi padre el constructor y yo quedé prendado de las travesuras que ella se dedicaba a hacer en palacio. Comprendí al instante que no había tenido nunca muchos amigos, aunque la verdad es que yo no había disfrutado mucho de los que algún día tuve. Entendí que muchas veces ni siquiera los lujos, por cuantiosos que sean logran dar la felicidad y que Sophie había sufrido de mucha soledad en su infancia. Ella había tenido unos padres que no se amaban entre sí y que según entendí se beneficiaban económicamente el uno del otro. Unos padres que la habían querido y mimado pero que no se habían preocupado de arroparla o de consolarla cuando más les necesitaba. Entendí con facilidad el dilema entre tenerlo todo y no tener nada y en vista de lo escabroso del tema decidí salir al paso con una broma mala con poca gracia para cambiar de tema y de paso arrancarle una sonrisa.
Habíamos conectado, eso era un hecho. Nos despedimos cordialmente y nuestros ojos sufrieron al despegarse. Me dolió pensar en no volver a verla en seis meses aunque el hecho de lograr que ella me asegurara otra comida a su regreso me dio fuerzas. Volví a mi habitación en un estado de felicidad que hacia muchos meses no sentía. Sophie era maravillosa. Hermosura e inteligencia quedaban al descubierto en cuanto mirabas sus ojos despiertos y sus labios carnosos. No, no podía irse de esa manera. No podía consentirlo. Fue en esas elucubraciones mentales cuando se me ocurrió la mejor despedida posible. Escribí una nota clara y concisa y mediante mi doncella se la hice llegar a Sophie: “Te espero al alba en la puerta de los establos, ponte ropa de montar”.
Era una invitación muy clara y aunque albergué mucho miedo al rechazo, la esperanza siempre palpitó en mi corazón. Al alba ensillé dos caballos, uno de ellos era un magnifico ejemplar blanco que me recordó a Orión y esperé en la entrada de la cuadra. Aparentemente no había nadie en la calle hasta que la vi. Sola y como escondiéndose de la gente, Sophie se acercó a mi y me plantó un beso de buenos días en la mejilla. Yo sonriendo como un bobo la ayudé a montar al caballo y juntos nos alejamos hacia el bosque. Fue el medio día más perfecto de toda mi vida. Pasamos la mañana cabalgando a buen ritmo entre los árboles, disfrutando del rocío y de la sensación de pertenecer a ese ecosistema formado por los animales del bosque. Sophie no exageraba, era muy hermoso y su cara de felicidad lo decía todo. Había merecido la pena. Cuando el sol ya brillaba alto en el cielo y con el estómago vacío, nos detuvimos a hacer un picnic que yo había preparado en la grupa de mi caballo. Era humilde pero a ninguno de los dos nos importó. La mutua compañía nos era suficiente en ese bonito momento y engullimos las manzanas, el pan y el queso como si del mejor alimento se tratase. La conversación era ya muy fluida. Lejos quedaron las desconfianzas y los tartamudeos por mi parte y ahora sólo quería saber cosas de ellas. Hablamos de la medicina y de mis entrenamientos, de nuestros sueños y de nuestras ambiciones. Sophie quería ser de utilidad y para ello estaba dispuesta a estudiar con ahínco la medicina. Yo por mi parte le conté como la vida de caballero andante me había parecido frustrante en sus inicios y como ella había sido la primera persona que había encontrado en varios días de viaje. Le hablé también de cómo había pensado en abandonar los entrenamientos del general y de lo motivado que estaba a día de hoy con todo lo relacionado con mi vida.
Alargábamos las miradas hasta que la situación resultaba incomoda para ambos y al final acordamos regresar para no encontrarnos con problemas en palacio. Me dio las gracias unas cien veces por darle la oportunidad de volver a disfrutar de aquella sensación y yo le prometí que iríamos cada vez que quisiera cuando ella fuera toda una medico. Las sonrisas lo inundaban todo y estaba claro que ambos disfrutábamos de la compañía. Me dio mucha pena despedirme de ella pero a la mañana siguiente partía de vuelta a su rutina y en breves yo volvería a la mía. Así estaban las cosas. Seis meses, tan sólo debía aguantar seis meses. La tarde transcurrió sin pena ni gloria. La cabalgada de la mañana había sido larga y la noche llegó por fin. Cené, como todos los días, y me recosté en la cama. La ventana estaba entreabierta y por ella se podían ver las estrellas. Me dormí mirando el cielo estrellado y recordando los dos días tan bonitos que había pasado con Sophie. Sus ojos, su pelo rizado y su sonrisa iluminaron mi mente hasta que el mundo de los sueños me arrastró a sus dominios. El mundo tenía por fin una luz para orientarme y una esperanza de felicidad a la que agarrarme. Era feliz. Por qué buscarle más explicaciones a ese sentimiento tan maravilloso que la vida nos deja vivir. Yo era feliz y en esos momentos ni dormirme me borraba la sonrisa de los labios.

Capitulo 2 (Segunda parte)

Bueno, la verdad es que tengo bastante más escrito pero de momento voy a publicar esto. Segunda parte del capitulo 2. Mismo de siempre aunque suene repetitivo, acepto consejos :)  saludines!






[...] Tal y como prometió unas tres o cuatro horas más tarde la mujer apareció en mi habitación otra vez. Esta vez llevaba un cubo con agua. Deduje que para que pudiese asearme de alguna manera y en su otra mano pude ver un pequeño espejo de mano. Entre los dos logramos lavarme la cara y alguna otra zona concreta lo que me permitió comprobar que todavía tenía zonas muy doloridas. Me sentí más limpio, hice lo denominado el lavado del pobre pero no estaba en aquellos momentos para quejarme de nada. Cuando volví a estar tumbado en la cama le hice un gesto con la mano pidiéndole el espejo. No me gustó lo que vi.  Amoratado, hinchado, roto, esa fue la imagen que me devolvió ese maldito espejo. Al menos no me encontré desfigurado, lo que me permitió comprender que con tiempo volvería a ser el mismo de antes. Me recosté mientras aquella buena dama se marchaba para traerme algo de comer. Una sopa caliente y dos piezas de fruta me templaron el cuerpo. Me sentía más fuerte y poco a poco el ánimo volvió a mi. Me volví a recostar y después de volver a despedirme de mi salvadora, me dispuse a afrontar la noche. Había dormido demasiado y la verdad no tenía mucho sueño. Al final, tras horas de silencio y reposo, el sueño me venció y me descubrí soñando con aquel ángel blanco que en tan buen momento había decidido ir a aquel inmundo calabozo a ayudarme.
Pasaron cinco o seis días hasta que me encontré lo suficientemente entero como para decidir afrontar mi situación. Ya me movía con soltura por la habitación y cuantas más energías reponía, más pequeña se hacía mi alcoba. Llegó un momento en el que mi encierro fue insoportable. Me ahogaba en ese habitáculo, por lo que en cuanto tuve ocasión de hablar con la única persona que venía a verme, le pasé el mensaje de que quería ver a mi anfitrión. Sumisa y obediente mi cuidadora no dijo nada y asintió con lentitud.
La cita se pospuso al día siguiente. Mis heridas, con mucho mejor aspecto, ya no me daban problemas y si bien todavía me molestaban, el dolor había remitido prácticamente. Mis ropas estaban lavadas y listas en la silla y con ellas tuve que vestirme. No me sentí acorde al nivel de la corte. Mis ropas eran humildes, no tenía armadura y en definitiva, aunque no lo supiera en aquel entonces, mi aspecto como caballero era bastante deplorable.
Me dirigí por aquellos inmensos pasillos siguiendo a un cortesano con un uniforme pomposo y crucé una enorme puerta de madera que me transportó a una enorme sala con ventanas a los lados y una gran silla en el centro. Parecía un trono, y aunque no lo era, su función era la misma. Sentado sobre ella estaba aquel hombre bien vestido que me miraba con odio mientras me aporreaban sin piedad en aquellos calabozos inmundos. Sus ropajes eran diferentes, con un color rojo escarlata y blanco, el escudo de su familia brillaba sobre su pecho. Se trataba de un águila sobre fondo azul y blanco y un cruce de espadas con diamantes debajo. El gobernador Grey, deduje al momento. Seguí caminando, esta vez sólo, hasta que me situé enfrente de aquel desconocido. Nadie abrió la boca hasta que las puertas del fondo de la estancia se abrieron y con voz atronadora una persona fue presentada. Sophie, me pareció oír. Cuando giré mi cabeza el corazón casi se me sale por la boca y escapa corriendo de allí. Era ella. El ángel blanco. Esta vez mis sentidos no estaban atrofiados y más que un ángel la reconocí como la atractiva damisela que el destino había puesto desgraciadamente en mi camino, y por supuesto, la principal culpable de todo lo malo que me había pasado. No dije nada, preferí esperar. Ella se situó al lado del que entendí era su padre y no abrió la boca.
Con un gesto de la mano El sr. Grey me indicó que me acercara. Lo hice y por fin pude escuchar su voz.
-Buenos días joven, ¿Cuál es tu nombre? –Preguntó con voz grave y autoritaria-
-Me llamo William Humpton y soy de Puente verde.-repuse sumiso-
-Puento verde ¿dices? Tengo viejos amigos allí, ha crecido mucho desde mis tiempos mozos.
La conversación se interrumpió durante un instante y pude contemplar como el gobernador ponía ojos soñadores como recordando un pasado glorioso de juventud y aventuras que nunca iba a volver.
Cuando retomó la conversación su tono duro se volvió mas amigable.
-Todo ha sido un lamentable error William, nunca debiste ser tratado como te tratamos y todavía menos debiste ser agredido como lo fuiste. Estoy profundamente consternado y no se como podría recompensarte por todo lo sufrido. –entonó como si de un discurso ensayado se tratase dejando que sus palabras calasen hondo en mi cabeza
Mi hija es una joven rebelde. Se escapó para cazar y fue atacada. No sé que hubiera pasado sin tu gran aparición. Como gobernador de esta región estoy en deuda contigo. Mi hija es muy importante para mí y te debo su vida. Pide lo que desees y se te concederá.
Me quedé allí plantado con cara de idiota sin dar crédito a lo que mi cerebro estaba procesando. Me habían apaleado y después preguntado y encima por algo que no había hecho. Fue ese momento mi primer contacto con el poder. Comprendí que en este mundo el que tiene poder tiene autoridad para hacer lo que le de la gana sin que nada ni nadie, a menos que tenga más poder que él, pueda hacer nada a cambio. Asumir y acatar. Esa es la única opción para alguien de mi status.
Lo primero que le pedí fue el nombre de su hija. Quería saber el nombre de la mujer que me había costado tanto dolor y que a la vez tan hondo había calado en mi recuerdo.
Sophie me contestó. Era un nombre hermoso, le sonreí y en respuesta sólo obtuve una mirada altiva muy diferente de la que veía en mis sueños. Miré de nuevo al gobernador y realicé mi segunda petición. Quería formar parte de sus caballeros. Era una petición muy seria. No todo el mundo tenía la oportunidad de entrenarse para ser caballero, y todavía menos podía entrenarse para ser caballero de un gobernador. Le estaba pidiendo un futuro, le estaba pidiendo un entrenamiento. En definitiva, le estaba pidiendo una oportunidad. Era ilógico que todavía siguiese queriendo ser caballero y menos de un gobernador tan sumamente irracional, pero en aquel momento lo tuve muy claro. Siempre se ha dicho que las oportunidades únicamente aparecen una vez en la vida y que si dudas o incluso si no eres lo suficientemente avispado para verlas nunca volverán a presentarse. Yo la había visto y si algo tenía claro era mi petición. Era mi sueño, y era un sueño que estaba dispuesto a vivir a cualquier precio.
El me miró con una mirada dura y escrutadora y tardó un rato hasta que se decidió a contestar.
-Eso es imposible, hijo. No puedo nombrarte caballero de la noche a la mañana pues es un cargo de honor y responsabilidad para con mi pueblo.
Noté como todo mi aplomo desaparecía y como el ímpetu que antes tenía se me escapaba con cada bocanada de aire que exhalaba. Sin embargo, el discurso no había terminado.
-Eres fuerte y si salvaste a mi hija algún conocimiento de lucha tendrás. Te propongo una alternativa a tus ambiciosos deseos. Vivirás en la corte, en una habitación de invitados y se te permitirá entrenar con mi capitán de guardia en las escuelas de instrucción. Si tienes madera de guerrero, ese será tu lugar y algún día me devolverás las molestias.- dijo con voz cansada- ¿Qué opinas? ¿Tenemos un trato?
La oferta era irrechazable. Se me iba a permitir aprender y se me iban a otorgar medios para cumplir ese sueño que antes de bajar a hablar con el gobernador Grey parecía haberse esfumado de mi mente. Lo miré con aire sumiso, hinqué una rodilla en el suelo y con voz clara le di mi aprobación al trato y las gracias por tal oportunidad.
Con un gesto de la mano y un asentimiento de cabeza el poderoso señor me despidió informándome que cuando me repusiera del todo de mis heridas, sólo debería acudir al taller de instrucción de la corte.
Me levanté con cuidado y me dispuse a salir de la sala no sin antes dirigir mis ojos a aquella hermosa dama que tan distantemente parecía observarme. Increíble pensé. Una paliza de muerte olvidada y solucionada sin remordimientos ni molestias aparentes para aquel gobernador. Injusticia. Eso era lo que mi mente se empeñaba en repetirme una y otra vez. Ante la apatía que percibí salí con paso decidido y volví a mis aposentos. Tenía mucho sobre lo que pensar y mucho sobre lo que decidir. El futuro se me presentaba en toda su magnitud ante mis ingenuos ojos y yo tenía claro que no iba a dejarlo escapar.
Aquella noche fue una gran noche. Concilié el sueño de forma casi instantánea y mi cabeza, cargada de ilusión y de ideas me transportó a una vida maravillosa donde la felicidad era lo que todo los gobiernos ofrecían y donde el cielo azul y la paz se extendían por todos los rincones del mundo.
Un sueño, claro está, puesto que los años se encargaron de enseñarme que las buenas intenciones no son siempre lo que parecen, que la vida siempre es dura, y que los sueños, por encima de todo, sólo son sueños.
La semana que decidí darme de margen antes de presentarme en el cuartel militar transcurrió sin ningún contratiempo y a una velocidad vertiginosa. El día “x” madrugué mucho. Estaba nervioso y la noche fue complicada. Cambios de posturas, frío en los pies y sueño agitado me acompañaron durante horas hasta que el sol despuntó en el firmamento. Me vestí con aquellas ropas que tanta vergüenza me daban y me dispuse a comenzar mi nueva vida.
Cuando entré por la puerta que daba a un patio bastante grande me quedé bastante impresionado. Había unos veinte hombres de complexión fuerte peleando por parejas en lo que yo entendí como un entrenamiento. Digo comprendí porque más que un entrenamiento parecía una encarnizada lucha a muerte. Vigilándolos había un hombre mayor con la cabeza afeitada y con gesto duro que levantaba la voz y hacía correcciones esporádicas de vez en cuando. Todos voltearon la cabeza al verme entrar y los combates se interrumpieron. Aquellos eran los futuros caballeros del reino y mi presencia desentonaba por todos lados. El general dio unos pasos y se colocó frente a mi. Se presentó como el general Arturo y se me quedó mirando en silencio hasta que dijo:
-Eres William supongo.
Yo intimidado asentí enérgicamente con un golpe de cabeza.
-Así que quieres ser caballero- dijo con algo de sarcasmo en la voz- No se cómo lo has conseguido pero desde luego los tratos de favor no valen de nada aquí. Serás uno más. Y por tu aspecto, mucho me temo que no lograrás pasar aquí ni una semana.
Me sentí algo mal. No me gustaba que me infravaloran de ese modo y menos sin tan siquiera conocerme. Me mostró una sala en la parte de atrás y me dijo que fuera a cambiarme y que no se me ocurriera volver a presentarme como si fuese un labrador en su presencia. Su tono de voz era tan autoritario que sólo la idea de contradecirlo me aceleraba el pulso. Hacía un día fresco, el sol acababa de salir y el rocío todavía perlaba las hojas de los árboles. Sin perder mucho tiempo me dirigí a esa sala apartada y me encontré con un viejo de aspecto consumido que me miró de forma interrogante. Le conté quien era, mi situación y lo que hacía allí y rápidamente se puso a buscar un equipo para mí. En menos de dos minutos estaba casi desnudo y las manos del hombre recorrían mi cuerpo analizando mi complexión en un intento un tanto burdo de analizar mí talla. Pasados diez minutos allí estaba yo vestido con una cota de malla que mi cuerpo no lograba llenar por completo y un uniforme que me daba más aspecto de payaso de circo que de futuro héroe del reino. Cuando salí de nuevo al patio las risas no tardaron en hacerse oír y ya comprendí que eso no iba a ser tan fácil como lo había soñado.
-Acércate novato- Dijo el general- Pío dale una espada de madera y veamos que sabe hacer el valiente.
Cogí la espada que me tendía aquel Pío y la sostuve en alto. No pesaba mucho, era madera endurecida con fuego con forma de espada y su estética era justo el toque cómico que me faltaba. Me puse en posición de defensa y me preparé para demostrar que a pesar de mi aspecto sabía como defenderme.
Pío era corpulento, sobretodo si lo comparabas conmigo y para mi sorpresa también era rápido. Se lanzó hacia mi como un relámpago y apenas tuve tiempo de desviar los dos golpes que lanzó de forma brutal hacia mis costillas. Reculé dos pasos e intenté tomar la iniciativa del duelo. Mi espada describió un arco y me lancé con fuerza a por su flanco derecho. No resultó. Las maderas chocaron y me desequilibré por la fuerza del golpe. El puño de Pió voló hacia mi cara y en la posición en la que me encontraba sólo pude intentar no caerme al suelo tras al mazazo que me dio en los morros. Volvía a sangrar. Ya empezaba a estar acostumbrado y la verdad no me gustaba demasiado. Reculé unos pasos en busca de aliento y de unos segundos para reponerme del golpe pero mi rival, mucho más experimentado que yo no me lo permitió. Su espada cargó de nuevo contra mi y en menos de diez segundos tenía una costilla dolorida y un golpe en una pierna. Me lancé furioso por la humillación que estaba recibiendo. Las carcajadas de los allí presentes me instigaron un poco. Pero fallé. Me lancé con más odio que destreza y mi enemigo esquivo la estocada haciéndome perder mi espada y golpeándome en la cabeza con el codo. Caí al suelo herido, desarmado y muy humillado y el general interrumpió el combate.
-Tienes carácter-dijo de forma socarrona- pero te queda todo por aprender. Tienes la oportunidad de hacerlo, si tienes el coraje para aguantar mi entrenamiento, algún día serás un guerrero.
Lo siguiente que me dijo me decepcionó muchísimo. Mi cuerpo, según él, planteaba un problema muy serio por lo que me dijo que pasaría por lo menos cuatro meses entrenando mis músculos. No repliqué. Como iba a replicar después de la paliza y la humillación recibida. Fue un día muy duro. Me limpié la sangre de la cara y comencé a “cultivar” mi cuerpo como el lo llamaba. Correr, flexiones, trepar por una cuerda, correr otra vez, lanzar piedras pesadas y volver a trepar fue lo único que realicé durante todo el día. Y eso iba a ser mi entrenamiento durante al menos seis meses. Supuestamente yo mismo sabría cuando el entrenamiento físico llegaría a su fin, sin embargo las metas que el general dijo que debía alcanzar me parecieron un tanto surrealistas.
Llegué a mi habitación envuelto en sudor, apestando a tierra y con un enorme agujero en el estómago. Comí como un animal y no dejé nada en el plato. Me recosté en la cama y dejé que mi mente volará libre por primera vez en el día. Maldije en voz baja mi suerte y mi decepcionante presente y me arrepentí un poco del deseo que había pedido al gobernador Grey. Yo soñaba con aventuras. Soñaba con vivir una vida bonita y emocionante y aquí lo único que iba a encontrar era un sufrimiento extremo que iba a durar seis meses. Por aquellos días me recuerdo a mi mismo triste y apagado. Sin ganas de nada. Recuerdo como cada noche, al regresar de aquellos entrenamientos físicos y al borde del agotamiento más extremo, me preguntaba si aquello merecía la pena o si era de verdad ese mi deseo. Las noches pasaban demasiado deprisa y el despertar lejos de ser algo placentero se convirtió para mí en algo muy doloroso. Mi cuerpo chirriaba de dolor como si fuese un juguete viejo y oxidado y mis músculos cada vez más doloridos se quejaban sin descanso exigiéndome un reposo que no podía darles.
Los días fueron juntándose en semanas y pronto pasaron los meses. Al final, gracias a los dioses, mi cuerpo se fue fortaleciendo hasta el punto de que el general aumentó mi ejercicio físico a lo que según él era el máximo. Me sorprendió mucho cuando por fin después de muchas semanas me habló por fin pues hasta ese día no había intercambiado apenas palabras con nadie. Mi cuerpo antes poco trabajado se había fortalecido hasta límites insospechados y lo que antes me parecía muy complicado ahora parecía hacerse sólo. Ahora que mi cuerpo parecía acostumbrado a los esfuerzos físicos intensos era mi cabeza la que no me dejaba dormir tranquilo. No me sentía realizado y para nada podía ver en los ejercicios algo satisfactorio para mí. Yo quería luchar. Quería vivir aventuras y desde luego eso me parecía algo imposible a día de hoy. El hecho de no haber tocado un arma después de cerca de cuatro meses de entrenamiento me parecía muy frustrante. Si alguna vez creí saber lo que era el manejo de una espada ahora mismo ya me había olvidado y desde luego nunca había sido ningún experto, Pío se encargó de dejármelo muy claro. Por fin pasó el resto del mes que me quedaba de entrenamiento y mi cuerpo parecía estar listo para enfrentarse a la nueva rutina. Mi cuerpo había cambiado y aunque yo no me lo notaba en exceso la cota de malla lo dejaba bien claro. Lo que antes quedaba mal por falta de músculo ahora estaba en su sitio. Tuve una semana de descanso después de los seis meses de duro entrenamiento y la verdad es que en un principio no supe como aprovecharla. Durante los largos cuatro meses de tortura lo único que había hecho era ir al cuartel y atrincherarme en mi habitación como si fuese un gato herido en su madriguera. Si. De vez en cuando cruzaba alguna palabra con la doncella que me atendía en mi cuarto, pero la verdad es que ni siquiera el lujo de tener techo y alimentos gratis me alegraba esa existencia tan vacía en la que sólo existía el entrenamiento. Como decía, la semana de vacaciones me cogió muy desprevenido y me dio tiempo a pensar en muchas cosas. No tenía dinero para ningún capricho puesto que ya había gastado en ropas todo el dinero que me había dado mi querido padre. Había vendido a Orión. Me dio un poco de pena hacerlo pero desde luego era necesario. Quería al menos disponer de un poco más de liquidez, y en vista de mi actual ocupación un caballo era un lujo innecesario. Lo vendí a un comerciante caprichoso al que le gustaba la velocidad y la montura y el precio fue más que aceptable. Dentro de una corte las ropas son algo indispensable y mi aspecto era algo que me importaba todavía un poco.
Aquella mañana me acordé de mi padre. Hacia mucho que no sabía nada del y lo primero que hice fue escribirle una carta contándole todas mis aventuras en el reino. Me permití el lujo de ser muy explícito y le conté todas mis dudas y miedos en busca de esos consejos que siempre me habían orientado en mi vida. Añoré esos viajes en su compañía y eché de menos abrazarlo con fuerza. Cuando terminé la carta descubrí lágrimas en mis ojos y me juré a mi mismo ir a verlo en cuanto terminará con mi entrenamiento.
El segundo día decidí ir a investigar un poco por el castillo, no sin antes preguntarle a mi doncella si tal actividad estaba permitida. Tras recibir su aprobación me vestí con unas ropas nuevas de color azul marino y con las que me veía francamente atractivo, y me dispuse a pasearme por palacio y por la plaza del pueblo para desconectar de mi aburrida rutina.
Ya desde pequeño me había parecido asombroso como la gente se aglomeraba en las plazas de los pueblos y como los comerciantes eran capaces de vender prácticamente de todo en sus puestecillos. Unos eran verdaderos artistas del comercio, otros eran meros aprendices y otros un poco más espabilados se aprovechaban de la bondad de algunos para hacer negocio. Era muy entretenido pasear por la plaza y descubrir como la gente hacía cualquier cosa por dinero. Me gustaba la moda, siempre me había gustado. Muchos me llamarían afeminado pero la verdad es que nunca me había importado mucho la opinión de los demás. A la hora de comer aproximadamente decidí volver a mi habitación. Las tripas ya comenzaban a hacerme ruido y el mercadillo ya estaba en horas bajas. Cuando entré por la puerta me llevé una muy grata sorpresa. Bajando del caballo estaba ella. Sophie. El entrenamiento y mi aislamiento casi obligado en mi habitación me habían mantenido tan ocupado que mi mente no había encontrado ni un solo hueco para pensar en ella. Pero a pesar de todo, allí estaba, tan hermosa como siempre. Llevaba unas apretadas ropas de cuero que deduje eran apropiadas para montar a caballo y la melena finamente recogida en una coleta. Fue como si el tiempo se parase, o quizá fue que yo me detuve en seco delante suyo. La boca se me secó a la velocidad del rayo y mi valentía era ya tan sólo una sombra de lo que yo pensaba que había sido. Vi como sus ojos se depositaban un instante en mí y supliqué a los dioses que por lo menos se percatara de mi presencia. Dioses. Nunca están allí cuando se les necesita. Con un airado gesto de cabeza se dio la vuelta y después de entregar a un criado las riendas de su caballo se perdió en el interior del castillo. Allí, con cara de idiota me quedé yo, inmóvil, esperando algo que sabía no iba a pasar. Cuando la sangre volvió a circular por mi cuerpo con normalidad pasé al lado del caballo y ascendí a mi habitación con el recuerdo de Sophie palpitando en mi mente. Por un lado estaba dolido. Yo le había salvado la vida y ella ni siquiera se había dignado a saludarme. Dolido, hundido, decepcionado, frustrado. Muchos adjetivos podían describir lo que sentía y pensar en ellos no me hacía sentir nada bien. Comí sólo, como siempre, y la verdad es que en aquellos momentos no me apetecía hablar con nadie. Sophie había vuelto a mi mente como si de una tormenta se tratase y me pregunté si había estado seis meses de viaje o si por el contrario había sido yo el eterno ausente. Después de mucho rato tratando de buscar una respuesta para lo que esa mujer despertaba en mí, me rendí. Tumbado en la cama y todavía cansado del entrenamiento me dormí de forma fulminante en aquella cama que tantas noches me había cobijado ya. No soñé, y mejor, porque la verdad estaba ya saturado de soñar con cosas imposibles que nunca serían realidad para mí.
[...]

Capitulo 2 (Primera parte)


Bueno, sigo con la historia .Este capitulo es más largo que el primero que ha servido a modo de mera introducción. Lo mismo que dije antes. Criticas constructivas siempre serán bienvenidas.
saludines!


Torturas y sueños


Me desperté completamente desorientado después de recibir un cubazo de agua fría en el rostro. Estaba colgando como un animal. Tenía el labio partido, la nariz extremadamente inflamada y toda la boca me sabía a sangre. Lo primero que pude sentir fue un olor a suciedad y a humedad como si estuviese en el mismísimo vertedero. A mi alrededor sólo había una oscuridad impregnante y unas antorchas que lejos de iluminar la estancia, se dedicaban a proyectar sombras en las paredes creando un ambiente de lo más macabro.
Delante de mí había tres personas, una iba finamente vestida por lo que deduje era alguien importante, la otra vestía cuero y cota de malla y su espada sobresalía a través de un lateral de su capa. Ambos hablaban y me señalaban mientras el tercero, un mero peón, sostenía un látigo de aspecto brutal en las manos.
El dolor ocupaba gran parte de mis pensamientos aunque no podía dejar de pensar en lo triste que había resultado mi historia como caballero. Después de deambular algunos días sin rumbo fijo y sin nada que hacer, la primera mujer que decidí ayudar no era otra cosa que una enorme desagradecida que me impulsó a las garras de aquella pesadilla.
Cuando se percataron de que estaba por fin despierto, el hombre corpulento de negro se acercó a mi y me preguntó de forma inquisitiva si tenía algo que ver con el secuestro de la hija del gobernador Grey. Con un gesto de cabeza negué con rotundidad. La boca me sabía a mil demonios y sólo el hecho de hablar me rasgaba la garganta. Necesitaba beber agua y puestos a pedir necesitaba respuestas.
El hombre de negro no pareció conforme con mis palabras y me propinó unos cuantos puñetazos en la cara con fuerza. La sangre volvió a correr por mis labios resecos y agaché la cabeza agotado. Entré en un estado de semi consciencia que me permitió evadirme de aquella tortura a la que me estaba viendo sometido sin motivo aparente. Recuerdo pocas cosas de aquellos minutos tortuosos. Apenas aquella mirada desquiciada que me miraba con ansia mientras castigaba mis ya desfigurados rasgos faciales. Tenía ganas de suplicar, de pedir explicaciones, pero lo único que hice fue resignarme y esperar a que mi cuerpo, extenuado, se rindiera. Los latigazos fueron una de las peores partes de aquel interrogatorio que lejos de ser justo, se había convertido en una brutalidad sin sentido. Recuerdo notar como los músculos de mi espalda se abrían azotados por aquel arma despiadada. La habitación parecía más lúgubre que nunca y el cubo de agua que me lanzaron para tratar de despejarme no hizo sino nublarme la poca visión que me quedaba. Al borde de la desesperación y sufriendo de forma desorbitada la vi. Entró en la sala como un vendaval y todos se volvieron hacía ella. La habitación parecía tener mucha más luz que antes. Con unas sandalias ligeras y un bonito vestido blanco allí estaba la imagen más hermosa que todavía hoy recuerdo. Sus cabellos castaños y rizados hondeaban debido al ímpetu de su entrada y su mano me señalaba mientras sus labios entonaban lo que parecía un discurso avergonzado. La estancia me pareció hasta más luminosa o quizá fue la luz que precede a la oscuridad puesto que segundos después mis fuerzas flaquearon y con el reflejo de aquel ángel de blanco todavía en la retina, me sumí en un sueño intranquilo del que tardé varios días en salir.
Tuve unas pesadillas horribles. Seguro que no soy el primero ni el último que las ha tenido. Mi padre siempre me decía que el hombre es el ser más miedoso del mundo y que las pesadillas muchas veces eran parecidas de una persona a otra. Gracias a dios sólo recuerdo abrir los ojos asustado en varias ocasiones y sentir un colchón bajo mi espalda. Generalmente mis momentos de conciencia duraban poco, y las magulladuras y las heridas pronto me sepultaban en el mundo de los sueños. Es un alivio que el cerebro nos ahorre el recordar absolutamente todo lo que soñamos. Es de mucha ayuda poder olvidar verdaderas situaciones límite y asumir que nada de lo que soñamos es real.
Recuerdo en alguno de mis sueños tener una sed insaciable y por más que a lo largo de las peripecias de aquella aventurilla absurda bebía cantidades ingentes de agua, esta sensación inaguantable de sed no desaparecía.
Por fin una mañana cuando la luz del sol me obligó a abrir los ojos me descubrí en una cama bastante lujosa. Era una habitación bastante amplía y luminosa, las cortinas granates estaban recogidas y dejaban entrar una luz cálida y reconfortante. Con esfuerzo logré recostarme ligeramente y pude beber agua de una pequeña jarra que había a mi lado. Fue una sensación muy irritante. Mi cuerpo me demandaba ese agua fresca a toda costa y mis labios costrosos y doloridos me instigaban a cesar tal actividad. Con esfuerzo bebí hasta que el escozor se hizo demasiado molesto y me quedé inmóvil pensando en las múltiples preguntas que tenía. Tras una larga hora de profunda soledad y inquietud una cortesana entró en la habitación. Me saludó con una sonrisa y pareció alegrarse de mi recuperación. Me cambió las vendas de la espalda e imágenes de mi tortura volvieron a mi mente como un rayo provocándome un escalofrió. Le pregunté acerca de donde estaba, a lo que educadamente ella respondió que ahora era el huésped del gobernador Grey y que en cuanto me recuperara podría obtener respuestas ya que ella era una simple cortesana y no podía contestarme a nada. No quise ponerla en ningún tipo de compromiso estúpido  y haciendo caso a la debilidad de mi cuerpo decidí recuperarme antes de enfrentarme a cualquier tipo de novedad más. Descubrí mis ropas colgadas en una silla cerca de mi cama y de pronto me acordé de mi buen caballo. Le pregunté alarmado y su sonrisa me tranquilizó bastante. La buena mujer me dijo que su señor había mandado buscarlo y lo había cobijado en sus cuadras, junto al resto de caballos de la corte. Me tranquilizó saber que todo parecía en orden hasta que la curiosidad pudo conmigo. A modo de favor y aprovechando el buen talante de mi cuidadora me atreví a pedirle un espejo. Quería conocer mi aspecto y la gravedad de mis heridas, aunque en función del dolor que sentía y el dolor que había sentido, deduje que la cosa no estaba para tonterías. Desgraciadamente la habitación no contaba con uno y me prometió intentar traerme uno más tarde.
Cuando la buena mujer ya había cumplido sus tareas y estaba a punto de irse le pregunté cuantos días había pasado en cama. Su gesto pasó de la sonrisa a la pena en cuestión de segundos y me dijo que llevaba diez días completamente inconsciente. Me contó que los latigazos se habían infectado y que las heridas se habían juntado con una intensa fiebre. También me contó que había tenido muchas pesadillas y que al principio pensaron que moriría de la propia debilidad. Asentí muy despacio y le di las gracias por todo con una de mis sonrisas más amables. Ella satisfecha asintió y se despidió con una sonrisa y un gesto de cabeza informándome de su posterior regreso.
Cuando la puerta se cerró la soledad volvió al cuarto junto con el silencio y la sensación de debilidad. No tenía nada que hacer y me dolía todo el cuerpo así que bebí un poco más de agua fresca y me tumbé dispuesto a dormirme. El mundo de los sueños iba a ser mi puerta de escape, así que cerré los ojos y me transporté como tantas veces anteriormente había hecho a aquel maravilloso mundo donde todo era posible. A aquella historia maravillosa que me habían contado y en la que para mi disfrute personal, ahora me tenía a mí como protagonista.

¡Comienza la aventura!

Bueno, antes que nada debo decir que el libro esta sujeto todavía a modificaciones y que si encontraís algún error o por el contrario pensaís que el libro podría ganar en calidad con vuestros consejos o giros argumentales, decidmelo, como dije antes estoy sujeto a mejorar y a escuchar consejos CONSTRUCTIVOS. Aqui os dejo pues las primeras lineas de lo que espero os agrade o por lo menos no os revuelva el estómago. Saludines!!



Orígenes

Éramos felices. El sol brillaba en el cielo y nos entreteníamos luchando con espadas de madera en el jardín de enfrente de la escuela. Siempre habíamos estado juntos, los siete, y eso era algo que nos prometimos seguir haciendo.
El tiempo es algo demoledor. Ya lo decía mi querido padre “La vida es corta pero ancha”. En su día no entendí esas palabras pero desde luego los años y las experiencias me hicieran aceptar los consejos de mis mayores.
Por aquel entonces todos teníamos doce o trece años. Aunque parezca que no, se trata de una edad de cambios tanto físicos como sociales. En las mujeres sigues viendo a aquel enemigo cursi y debilucho que no comparte tus aficiones ni tu gusto por las cosas. Digamos que a los trece hombres y mujeres son incompatibles hasta niveles impensables, y que su mera interacción sólo es debida a obligaciones escolares o familiares.
En tus padres sólo encuentras a aquellos que no te entienden y que todavía menos te respetan como lo que te mereces y cansado de ir a la escuela te conviertes en un chico travieso que no busca más que destacar entre los demás.
Con trece años nuestro grupo de amiguetes sufrió una transformación muy importante. Nuestros cuerpos, hasta hacía poco pequeños y débiles empezaron a crecer dando paso a los adultos que en pocos años nos convertiríamos. No todos crecimos a la vez. Unos crecen antes y como aprendí con los años, otros muchos no crecen nunca.
Aquel era un día muy feliz para todos nosotros puesto que por fin teníamos la edad suficiente para inscribirnos en la escuela de artes de guerra, sin embargo, para mi ese era el día del adiós. Llevábamos años hablando de cuando íbamos a inscribirnos en la gran escuela de lucha y cuando por fin había llegado el momento, la vida me arrebató mi infancia de un manotazo y me separó de lo único que me hacía mirar el día a día con ilusión.
Me despedí de todos mis amigos con lágrimas de verdadero dolor en los ojos y juré volver en cuanto me fuera posible. Mi padre me prometió que nuestro viaje tan sólo duraría unos años y que pronto regresaríamos al pueblo pero en el fondo yo sabía que eso era mentira.
Mi madre había muerto cuando yo era pequeño de tuberculosis y nos había dejado a mi padre y a mí en este mundo cruel. Mi querido padre era un maestro constructor. El mejor en mi opinión. A lo largo de nuestros viajes me sorprendí curioseando sus papeles y manoseando sus herramientas, cosa que además de ponerle nervioso le ocasionaba verdaderos enfados.
El trabajo escaseaba en el pueblo y los retos eran prácticamente inexistentes para mi padre. Por ese motivo me obligó a viajar con el.
Nuestro viaje se prolongó durante más de siete años y cuando volví a mi antiguo hogar ya nada era igual que antes.
Mi padre ya era una persona mayor y cuando volvimos a casa el se pasó a la escultura y dejó de lado todo lo que viajar conllevaba. Cultivaba un pequeño huerto en nuestra casa de toda la vida y dedicaba las tardes a dibujar o a simplemente esculpía todo tipo de motivos en la dura roca.
Esos siete años marcaron mi vida para siempre. Nunca fui una persona muy estudiosa. Mi mente se desentendía de lo que los múltiples profesores o incluso mi padre intentaban enseñarme y dedicaba mi tiempo a practicar con espadas y arcos y por supuesto a fantasear acerca de lo maravillosa que era la vida.
Juventud, divino tesoro. Ya nunca podré volver a ser el Will soñador que fui. He vivido demasiado y he sufrido demasiado. La edad es experiencia y yo he vivido tantas cosas que el recogerlas en este libro es algo que otorga paz a mi mente.
Cuando regresé al pueblo esperaba encontrarme a mis seis amigos y al pueblo que dejé, pero en su lugar me encontré con una ciudad emergente y con unos chicos que ni siquiera se acordaban ya de mí. Se había dispersado y desperdigado y muy lejos quedaban ya los sueños de infancia en los que en forma de caballeros andantes luchábamos contra las injusticias del mundo.
Pese a todo fue un reencuentro muy bonito. Abrazos, sonrisas y bromas estúpidas invadieron una noche en la que el alcohol se convirtió en uno más del grupo.
Nos pusimos al día. Me sorprendí al saber que Martín, Alonso, y Álvarez habían sentado la cabeza y vivían con sus esposas en unas casitas humildes a las afueras de la ciudad, pero sin duda lo que más me sorprendió fue quienes eran sus mujeres. Aquellas niñas repipis que nos señalaban con el dedo y con las que nada teníamos en común se habían convertido en mujeres adultas y maduras y habían ocupado un lugar en el corazón de mis amigos.
Conforme la ingesta de alcohol fue aumentando la conversación más se centraba en nuestra infancia. Las carcajadas lo ocupaban todo. Quizá fue también el alcohol lo que me obligó a preguntar por sus oficios y a pesar de que conocía la respuesta, oírla de sus bocas me supuso una gran sorpresa. Los años deambulando me habían llevado a no consagrarme como maestro de nada y lo único que hacía, y tampoco de manera excepcional, era cazar y manejar las armas. Mis amigos no habían perdido el tiempo y se habían consagrado como la guardia personal del conde Reyes, sobrino del rey y persona muy influyente tanto en la ciudad como en el reino entero. Hábiles espadachines y intrépidos guerreros habían cumplido a medias un sueño en el que participábamos todos. La vida de palacio les había pasado factura, eso estaba claro, pero tenían cuerpos fuertes e ímpetu de sobra para hacer bien su trabajo.
Ya hacia el final de la noche en plena exaltación del alcohol y armados con palos nos batimos en duelo entre terribles carcajadas y algún que otro grito de dolor.
A la mañana siguiente me desperté en mi cama todavía vestido con la ropa de la calle y apestando a alcohol barato. Me incorporé y tras beber mucha agua fresca me dispuse a comenzar mi nueva vida. Necesitaba un trabajo, necesitaba un futuro y lo más importante de todo, necesitaba algo que reavivará la ilusión en mi vida.
Durante las primeras semanas de mi nueva vida no encontré nada a lo que agarrarme para salir a flote y pronto comencé a plantearme si aquel era de verdad mi lugar. Mis amigos ahora eran gente ocupada, tres tenían obligaciones conyugales después del trabajo y los otros tres despilfarraban dinero en alcohol y vicio sin importarles mucho el mañana.
No, ese no era mi sitio. Fue una dura decisión pero sin lugar a dudas no me arrepiento para nada de ella. Recibí el beneplácito de mi padre, sin el cual todo para mi carecía de sentido y con la promesa de escribirle y de mandarle noticias mías junté mis pertenencias y me fui.
La despedida con mis viejos amigos no fue tan dolorosa como siete años atrás y su reacción fue la esperada. Unos cuantos abrazos, alguna cara de sorpresa y un regalo de todos que casi logra arrancarme una lágrima de emoción. Un caballo, blanco como la espuma del mar cuando rompen las olas que yo nada más verlo bauticé como Orión.
Monté en el caballo, escondí el dinero que me había dado mi padre en la grupa, que si bien no era mucho era todo lo que tenía, colgué el arco y las flechas y cargué la mochila con la ropa y mis cosas entre las que destacaban dos cuchillos pequeños unas mantas y ropas varias.
Siempre había visto la vida como una aventura trepidante y los libros de caballeros andantes que había podido leer no me ayudaban demasiado. Soñar es algo maravilloso, la motivación nace de las expectativas y en ese momento las mías eran inmensas.
Salí del pueblo al galope sin mirar atrás y pronto dejé de tener a mis espaldas la poca vida que había tenido oportunidad de conocer.
Ser caballero andante no es como lo pintan en todos los cuentos, pero claro, esa información la sé ahora que ya he sufrido y posiblemente siga sufriendo las peripecias y desventuras que la vida reserva para los caballeros chiflados como yo.
La verdad sea dicha. No medité bien los pros y los contras de la vida que había elegido. Yo pensaba que había gente en apuros en todos y cada uno de los rincones del mundo pero por lo que pronto entendí eso no era así. La primera noche al raso pasó sin mayor contratiempo. Cacé una liebre y recogí unas setas y junto al fuego pude disfrutar de mi soledad y de un buen plato caliente.
La soledad es algo que está muy mal visto sin embargo se convirtió en una de mis mejores amigas durante muchas etapas de mi vida. Las noches pasaban sin tregua y pronto entendí que la vida que había elegido quizá tampoco era la que yo deseaba para mí.
Una tarde a punto de rendirme y de volver a casa con el rabo entre las patas escuché un grito de mujer. Me levanté rápidamente y monté a Orión sin dudarlo. ¿Sería esa mi primera hazaña? Cabalgué hacia donde me pareció se había producido el grito y me encontré una escena muy extraña. Había una mujer herida de lo que aparentemente parecía una caída común del caballo, pero a su alrededor había tres hombres con dagas y con sonrisas macabras. Me acerqué sin miramientos y desenfundé la espada. Eran rufianes de poca monta, vagabundos que viven en el bosque cerca de la ciudad y roban y saquean gente indefensa. Nunca había matado y la verdad es que no estaba preparada para hacerlo. Al verme acercarme hacia ellos y sin ningún miramiento se olvidaron de la chica y me rodearon amenazadoramente. Estaba en desventaja numérica y por mucho que fuera un espadachín hábil debía de esperar el momento justo si no quería recibir heridas importantes. Esperé su error con paciencia hasta que llegó. El más imbécil de los tres en un alarde de hombría cargó contra mí permitiéndome dada su escasa velocidad desplazarme rodeándolo y situarme fuera del rombo que me habían hecho. Una vez ganada su espalda me fue muy sencillo golpear con el plano de la hoja en el cogote de aquel rufián dejándolo inconsciente en el suelo. Los otros dos sorprendidos por mi movimiento se lanzaron a por mí a la vez sin percatarse de que no tenían ninguna oportunidad frente a mi espada. Esta vez mi juventud e inexperiencia les salvo la vida, quizá hoy en día no hubiera sido tan generoso y mi espada se hubiera tintado de rojo con la sangre de sus entrañas. Los despaché de la forma más rápida y elegante que pude y contemplé con asco los rostros inconscientes de aquellos maleantes sin escrúpulos. Cuando me volví sobre mi mismo sólo tuve tiempo de ver como una roca del tamaño de un puño se me venía con fuerza hacia la cabeza. Lógicamente, desprevenido y recuperando el aliento tras la tensión de la disputa, la roca golpeo mi frente haciéndome tambalear y provocándome una interesante brecha en la frente que todavía hoy conservo con cierto cariño y nostalgia.
La simpática mujer dándome por abatido se subió a su caballo sin percatarse de que yo, de pie y en tensión, subía de nuevo en Orión dispuesto a pedirle explicaciones ante tal ataque sin sentido. La perseguí  bosque a través hasta que salimos a un camino. El polvo no me dejaba ver demasiado y pronto me encontré ante las puertas de una ciudad. Justo a la altura de la entrada vi a mi agresora y la alcancé sin piedad. Cuando estuve a su lado salté de mi caballo y la tiré al suelo sin miramientos. Rodamos por el suelo durante unos segundos quedando justo en el centro de la gran puerta de entrada.
Todavía hoy siento dolor al recordar lo que paso a continuación. Cuatro hombres de la guardia real que presenciaron todo con disimulo se abalanzaron sobre mi y me atizaron con tanta fuerza que al final, a pesar de la furia que sentía no pude hacer otra cosa que rendirme a la oscuridad que mi sabio cuerpo me brindaba como método de cobardes para huir de tal marabunta de dolor.